Se cumplen hoy 164 años de la primera vez en que brotó petróleo de un pozo de perforación y, a partir de ese día, el mundo cambió para siempre.
La historia de la humanidad siempre ha estado marcada por la búsqueda de recursos naturales y el intento de unos pocos por acapararlos, de tal forma que los demás tuvieran que pagar por ellos las cantidades que decidieran pedirles. Ejemplos tendríamos en la ruta del estaño a lo largo de la costa atlántica de Hispania en la Edad del Bronce, la ruta de las especias en dirección a China durante la Edad Media o la búsqueda de coltán en África a partir del siglo XXI. Pero, sin duda, el producto que marcó el siglo XX al completo y cuyo uso aún tardará bastante en desaparecer es el petróleo.
Sin embargo, a mediados del XIX, todavía no se habían inventado los motores de combustión y la principal materia empleada para la iluminación de espacios públicos y privados era el aceite de ballena. Su obtención motivaba horrendas cacerías que llevaron a la casi extinción de la especie, como cuenta Herman Melville en su novela Moby Dick. El llamado aceite de roca, en cambio, no había recibido mucha atención a lo largo de la historia por ser muy inflamable, por su mal olor y por resultar extremadamente volátil, de forma que se evaporaba muy deprisa, dejando tras de sí enormes masas de betún que los antiguos sí apreciaban en gran medida para calafatear sus barcos. Además, los yacimientos de petróleo siempre han sido escasos y profundos, lo que obligaba a disponer de una infraestructura para su perforación.
Queroseno
Alrededor del año 900 de nuestra era (n.e.), el erudito Al–Razi empleó un alambique para separar los componentes del petróleo y obtener lo que llamaron nafta blanca, y que hoy conocemos como queroseno. Logró hacerse de este modo con un nuevo combustible ideal para lámparas, no tan volátil como era antes, y eso generalizó su uso en el mundo islámico. El conocimiento sobre su aplicación venía de los chinos, que en torno al 350 n.e. ya habían realizado perforaciones en busca de petróleo e incluso tenían oleoductos hechos de bambú. Fue el sabio Shen Kuo el que le puso el nombre de aceite de roca, que habría de perdurar siglos después.
Sin embargo, aún existía el problema de su explotación a gran escala, por ello el principal combustible durante la Edad Media fue la leña, y más tarde ganó protagonismo el carbón con la llegada de la Revolución Industrial y su invento más destacado: la máquina de vapor. Las ciudades más importantes del mundo se llenaron de fábricas y trenes movidos por vapor, y en pocas décadas las líneas ferroviarias se extendieron por los principales territorios.
Agente de correos
En ese mundo nació Edwin Drake, agente de correos y conductor de trenes nacido en Greenville, Nueva York, en 1819. Después de muchos viajes y diversas profesiones que no lograron sacarlo de una vida modesta, Drake se estableció con su segunda esposa y sus hijos en Titusville, una pequeña ciudad de Pensilvania. Allí conoció a tres hombres fundamentales en esta historia: el químico Samuel Kier y los empresarios George Bissell y Jonathan Eveleth, fundadores todos ellos de la Pennsylvania Rock Oil Company, empresa que más tarde recibiría la denominación de Seneca Oil. Kier había estado investigando una zona cercana llamada Oil Creek, que recibía ese nombre por las habituales filtraciones de petróleo en la corriente del río, y había logrado reproducir en laboratorio las mismas investigaciones de Al–Razi para obtener queroseno. Bissell, por su parte, propuso la excavación de pozos que pudieran obtener el combustible de forma sistemática para su comercialización. Y Edwin Drake, apodado El coronel, fue el encargado de ponerse manos a la obra y hacerles su pozo.
Problemas técnicos
Lo conocieron en su mismo hotel en la primavera de 1858 y lo contrataron por un año para que encontrara petróleo, pero los problemas técnicos acabaron por superarlo. La profundidad de los yacimientos era tanta que el túnel se derrumbaba una y otra vez, y ni siquiera la adquisición de una máquina de vapor y un taladro perforador consiguió que los resultados mejorasen. En abril de 1859, la Seneca Oil retiró su financiación y el proyecto se vino abajo. Pero Drake estaba convencido de que podía resultar, de modo que buscó dos mil dólares extra de sus amigos para seguir por su cuenta. Lo llamaban El disparate de Drake, y la gente de Titusville se reía de su obsesión, pero en la mañana del 27 de agosto las excavaciones llegaron a una profundidad de 21 metros y el petróleo fluyó a través del tubo que él había fabricado para que el agujero no volviera a derrumbarse. La idea había sido un éxito y el primer pozo petrolífero de la historia empezó a funcionar.
De ahí nació la verdadera fiebre del oro negro. Con una capacidad enorme de producción de crudo, el pozo de Drake se convirtió en una fuente de dinero increíble que muchos se apresuraron a imitar. El precio de la tierra se disparó, lo que atrajo a nuevos inversores, y eso cuando aún no existía el motor de combustión, que fue lo que realmente elevó la demanda de petróleo y sus derivados hasta cifras nunca vistas. El siglo XX se caracterizó por coches, barcos y aviones que requerían de un aporte continuo de ese nuevo producto maravilloso, y quien lo poseyera se convertiría en dueño del mundo. Es decir, lo que determinó este cambio de paradigma no fue solo la capacidad energética del petróleo, sino el descubrimiento de una manera de obtenerlo de forma sistemática y canalizarlo para su consumo. En reconocimiento a este hecho, el 27 de agosto se celebra el Día de Drake.
Patente
Como ocurre con muchos visionarios, toda esa riqueza no fue a parar a sus manos y Edwin Drake no supo patentar su creación ni se aprovechó de la rápida burbuja especulativa que surgió en torno a la búsqueda de petróleo, de modo que se fue empobreciendo cada vez más, acabó viviendo de ayudas públicas y, tras su muerte en 1880, el Estado de Pensilvania tuvo que correr con los gastos de su entierro.
Una vida que nunca llegó a salir de la miseria, pero que otorgó al mundo la sustancia más valiosa en los últimos siglos y que alteró de manera radical el esquema de poder de las naciones, que, una vez más y como había ocurrido siempre, hicieron todo lo que estaba en su mano por acaparar esa nueva riqueza. Y en ese punto es en el que seguimos a día de hoy.