Se cumplen hoy 75 años de la primera ocasión en que la humanidad pudo obtener una imagen del planeta Tierra tomada desde el espacio exterior. Curiosamente, la tecnología que hizo esto posible había sido creada por la Alemania nazi para bombardear Inglaterra.
Desde la década de 1920, se estaban llevando a cabo en Alemania algunos estudios muy importantes sobre cohetes propulsados por combustible líquido, en los que despuntó un joven ingeniero mecánico llamado Wernher von Braun, graduado en 1932 y obsesionado desde niño con la tecnología de viaje al espacio. Sus sueños se habían iniciado gracias a las novelas de Jules Verne y H. G. Wells, y gracias también al telescopio que le había regalado su madre, con el que pudo observar de cerca las estrellas. Su contribución a la Sociedad de Cohetes alemana empezó a ser brillante, pero este proyecto cambió sustancialmente a partir de 1935 con la formación de la Wehrmacht, las Fuerzas Armadas unificadas de la Alemania nazi.
Bajo la dirección del capitán Walter Dornberger —físico por la Universidad Técnica de Berlín—, el objetivo de estas investigaciones se alteró de manera radical y desde 1937 se dedicaron al desarrollo de cohetes con los que pudieran bombardear a naciones rivales. Von Braun dudó al principio sobre si debía continuar o retirarse, pero su amistad con Dornberger lo impulsó a unirse a las SS en 1940 y a dirigir con él un centro de investigación de cohetes en la pequeña ciudad alemana de Peenemünde, en la costa del mar Báltico. El Alto Mando ordenó levantar allí una impresionante instalación militar en 1937 y dirigió fondos abundantes a sufragar los estudios sobre misiles. También fueron enviados muchos prisioneros de guerra provenientes de campos de concentración, unos doce mil que pasaron a trabajar en las fábricas —mientras que, hasta entonces, en Peenemünde apenas superaban los doscientos habitantes—. Las condiciones de vida para estas personas fueron terribles, de lo cual Dornberger y Von Braun eran conscientes en todo momento y años después terminaron por reconocerlo.
Sin embargo, su única preocupación recaía en el proyecto y en la manera de demostrar al führer la importancia que podía llegar a tener. Pero no lo consiguieron hasta el 3 de octubre de 1942, cuando los dos responsables del complejo llevaron a cabo una prueba exitosa del llamado cohete A4, el primer misil balístico de largo alcance de la historia, capaz de alcanzar unos doscientos kilómetros, pero de escasa precisión.
Por ello, Hitler decidió emplearlo para bombardear suelo británico de manera aleatoria, ya que no se podían seleccionar dianas demasiado concretas. Le puso el nombre de Vergeltungswaffe 2 —Arma de represalia número 2—, o simplemente V2, y ordenó la fabricación inmediata de unas dos mil unidades. Estos misiles resultaron ser unas armas formidables, ya que ni el radar podía detectarlos, ni los cazas o la artillería antiaérea podían acabar con ellos. Es más, al despegar desde bases móviles, tampoco había manera de que los aliados se adelantasen al lanzamiento.
Durante toda la Segunda Guerra Mundial, se calcula que se lanzaron más de cuatro mil cohetes V2, casi todos ellos sobre Inglaterra y Bélgica, y se fabricaron más de diez mil. Los daños materiales y en vidas humanas que provocaron aún estremecen la conciencia, más aun al revisar la propaganda nazi y comprobar cómo los altos mandos se enorgullecían de la manera en que estos misiles sorprendían al enemigo al volar a velocidades supersónicas, por lo que, cuando los ciudadanos ingleses y belgas oían el estallido, ya era demasiado tarde para que escaparan. El defecto de precisión que habían mostrado desde el principio sirvió a los crueles generales para provocar el miedo a una masacre entre la población general, y entonces los aliados, conscientes del daño que podían llegar a hacerles estas nuevas armas, actuaron con presteza.
Bombardeo en Peenemünde
En 1943, la Inteligencia británica y la resistencia austríaca localizaron la base de Peenemünde, y la RAF dirigió un bombardeo aéreo en la noche del 17 de agosto que terminó en enfrentamiento directo con la Luftwaffe alemana. Casi quinientos soldados y casi ochocientos trabajadores fallecieron aquel día, y la producción de misiles se detuvo durante unos meses. No demasiado, y el final de la guerra podría haber sido distinto si las fuerzas alemanas no hubieran estado ocupadas por aquel entonces en otros frentes.
La base militar fue capturada por el Ejército Rojo el 5 de mayo de 1945, para cuando ya estaban investigando las posibilidades de un misil intercontinental con el que podrían haber llegado a suelo americano. Los científicos pasaron a poder de los aliados, que se apresuraron a ficharlos para sus propios ejércitos. El presidente americano Harry S. Truman ordenó al Departamento de Estado la puesta en marcha de lo que se denominó Operación Paperclip, que consistió en el traslado secreto de algunos de los principales expertos alemanes en misiles y armas químicas. Para ellos, el Servicio de Inteligencia de los Estados Unidos falsificó documentos de entrada y buscó alojamientos exclusivos desde los que pudieran seguir trabajando. Del mismo modo, el NKVD soviético llevó a cabo la Operación Osoaviakhim con el fin de hacerse con el mayor número posible de científicos y sus documentos. La Guerra Fría había empezado y las armas nazis constituían un material de altísimo valor para los nuevos rivales.
Dornberger, que había llegado a ser mayor general y director del programa de misiles antiaéreos alemán, se incorporó a las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos y siguió participando en el desarrollo de cohetes dirigidos. Sin embargo, los intereses americanos no eran solo armamentísticos y por entonces volvió la preocupación por explorar la atmósfera y más allá aún. Llegó la era de la carrera espacial, que tanto uso propagandístico tendría para los Estados Unidos y la Unión Soviética, y en estas nuevas investigaciones resultaron fundamentales los antiguos colaboradores nazis. Dornberger colaboró en el proyecto Boeing X–20 Dyna–Soar, que sirvió de antecedente del transbordador espacial de la NASA, y finalmente pudo retirarse a su Alemania natal con fama y dinero.
Von Braun fue más hábil incluso. Comprendiendo que Hitler iba a perder la guerra, empezó a negociar con los Aliados antes incluso de que eso ocurriera y se entregó junto a su familia, sus colaboradores y los diseños en los que estaba trabajando. El Ejército de los Estados Unidos se apropió del cohete V2 y lo empleó para el inicio del Programa Mercury, el primer proyecto espacial tripulado de su historia. De ahí apareció la NASA y surgieron los cohetes Saturno, que en 1969 lograron la hazaña de que un humano pisara la Luna.
Portavoz de la NASA
Para entonces, Von Braun se había convertido en el portavoz oficial de la NASA y su popularidad era inmensa en todo el país, hasta el punto de que algunos de los detalles oscuros de su biografía quedaron silenciados. Se entrevistaba con el presidente, escribía en revistas de divulgación científica e incluso llegó a aparecer en algunos monográficos de Disney sobre la carrera espacial. Murió en 1977 debido a un cáncer de páncreas, no sin antes haber recibido la Medalla Nacional de Ciencias y que un cráter de la Luna llevara su nombre.
La exploración del espacio habría resultado imposible sin la contribución de estos científicos. El 24 de octubre de 1946, un misil V2 partió desde White Sands Missile Range, en Nuevo México, y durante horas recorrió las capas superiores de la atmósfera, a más de cien mil metros de altitud, con una cámara de 35 mm instalada en su morro. El ingeniero Clyde Holliday había diseñado un espacio blindado en el que adosar la cámara y, gracias a eso, obtuvo la primera fotografía de la historia tomada desde el espacio exterior. Allí podía verse claramente la curvatura propia de la Tierra, «tal y como se les aparecería a unos visitantes de otro planeta que llegaran en una nave», escribió Holliday para National Geographic.
La tecnología nunca es buena ni mala por sí misma, todo depende del uso que se le quiera dar. Los mismos cohetes fueron los que destruyeron Inglaterra y los que, años después y en las mismas manos, impulsaron a la humanidad al espacio.
Ojalá en el futuro haya muchos más escritores que motiven a los niños a soñar y muchos menos dictadores que empleen sus descubrimientos para matar a gente inocente, y así la ciencia podrá seguir viajando a otros planetas en lugar de que sea la crueldad la que guíe sus pasos.