En honor a esos dos elementos clave que nos permitieron conocer un poco más de nuestra historia, la ESA (EuropeanSpace Agency) bautizó a la sonda encargada de orbitar por primera vez a un cometa como Rosetta, y a su módulo de aterrizaje como Philae.
Y, la verdad, la elección de esos nombres no podía ser más acertada. Al igual que lo hizo su piedra homónima, la sonda Rosetta nos permitirá entender mejor el pasado, mirando hacia atrás unos 4600 millones de años, hacia una época en la que aún no existían nuestros planetas y en la que los cometas eran los únicos objetos en el Sistema Solar.
Pero aunque ha sido este año cuando estos nombres han saltado a los medios, la misión hace años que ha comenzado. La sonda Rosetta abandonó nuestro planeta en marzo de 2004. Tras diez años viajando, recorriendo una distancia equivalente a 5 veces la que separa la Tierra del Sol, comenzó a orbitar al cometa 67P/Churiumov-Guerasimenko en agosto de este año.
El 12 de noviembre, su módulo de aterrizaje Philae, consiguió convertirse en el primero en pisar la superficie de un cometa, permitiendo, también por primera vez, realizar un análisis detallado de la composición de un cometa, recogiendo muestras in situ y analizándolas.
Y aunque las cosas en el aterrizaje del Philae no han salido como se esperaba, la misión no ha acabado aún. Rosetta y Philae seguirán acompañando al cometa en su viaje alrededor del Sol, enviándonos datos que nos ayudarán a estudiar el propio comportamiento de los cometas, a entender la evolución del Sistema Solar, el origen de los planetas y, por tanto, el de nuestra propia existencia.