Las nuevas tecnologías son una innovación que nos ofrece un mundo infinito de posibilidades, pero ¿qué sucede cuando traspasamos el límite de su consumo? A veces su abuso y no establecer unos límites hacen que resulten perjudiciales.
Es cierto que solo basta con coger un ordenador, tablet o teléfono móvil y teclear unos segundos para ponerse en contacto con alguien al momento. Esto es un avance muy importante para las comunicaciones, ya que nos permite relacionarnos con personas de cualquier parte del mundo.
Resulta increíble que antes se pudiese vivir sin teléfono, o que se tuviera que esperar semanas o meses para recibir una carta de alguien lejano. Ahora con un solo clic tenemos la oportunidad de disfrutar con quienes están más distanciados.
Durante la pandemia, la vida a través de la pantalla, tanto para trabajar como para relacionarnos, ha sido algo forzado para la mayoría, incluso para las personas mayores. A pesar de que el contacto virtual no es comparable al real, no ha quedado más remedio que adaptarse a los cambios.
El avance tecnológico está resultando una herramienta muy positiva en los momentos tan difíciles de encierro que nos encontramos. Una historia real es la de un joven que asegura que gracias a las tecnologías se ha acercado más a su abuelo. Este, durante el confinamiento, hizo el esfuerzo de aprender a manejar la tablet para comunicarse con su nieto. Fortalecieron un vínculo que antes de la pandemia era endeble, pues después de abrirse el cierre perimetral, el joven visita cada día a su abuelo y su interés hacia él ha crecido.
Sin embargo, no para todos resulta positivo el hecho de estar disponibles todo el tiempo. Mandar un e-mail a un empleado para que conteste a la hora que sea no es sano, saber lo que está haciendo tu pareja o tus hijos a cada momento es tóxico, pretender que un amigo te responda al instante cuando necesitas algo puede traer conflicto. El mal uso de las tecnologías puede convertirse en un método de control insalubre.
No podemos pretender estar disponibles las 24 horas en el mundo digital, estar pendiente cada segundo del teléfono, correo o redes sociales y darle más prioridad que a otras cosas o a otras relaciones físicas. Merecemos tener vida fuera de la pantalla, desconectar y tomar tiempo para nosotros mismos y para los que nos rodean.
Es triste pero verídico el hecho de que poco a poco hemos ido sustituyendo el trato personal al virtual. Este no es comparable a un contacto cara a cara o un abrazo. Nos hemos ido adaptando cada vez más a las pantallas y, en ocasiones, nos olvidamos de la realidad. ¿Cuántas veces nos encontramos sentados en una cafetería con amigos o familiares mientras nos comunicamos a través del teléfono móvil por mensajería o redes sociales con otras personas que no se encuentran presentes, y nos olvidamos por tanto de atender a los que sí lo están?
Se trata de utilizar las tecnologías para nuestro beneficio, de una manera sana y controlada, siempre para el provecho personal y no al revés. Debemos ser libres para elegir cuándo y cómo utilizarlas y no convertirnos en unos esclavos de las pantallas, perdiéndonos lo que pasa a nuestro alrededor, descuidando el placer del momento presente. En definitiva, olvidándonos de vivir.