En las fincas y huertas de la villa se recogen la flores elegidas mientras unos equipos de vecinos ya han confeccionado previamente los diseños de los dibujos que lucirán en las calles. Luego, en los portales, durante días enteros, se afanan muchas vecinas y vecinos deshojando las flores y clasificándolas por colores y tipos. Después, cuando llega la esperada noche del Corpus, los equipos encargados de los diseños colocan unas plantillas de papel sobre el asfalto bien limpio y barrido, y mediante tiza van marcando lineas de puntos a través de unos recortes hechos en el papel. Y mientras unos avanzan colocando la plantilla en el siguiente tramo de la calle, otro grupo de personas completa los puntos para que las lineas vayan tomando forma, indicando qué flores y qué colores deben colocarse en cada parte de la superficie. Es entonces cuando los habitantes —e incluso algunos visitantes que se ofrecen a colaborar— comienzan a perfilar las lineas de los bordes con árnica o con arena de colores para colocar, a continuación, los delicados pétalos cubriendo completamente la superficie del asfalto. Es necesario resaltar que es un proceso largo que requiere una gran dosis de paciencia y minuciosidad, con el inconveniente del frío de la noche y, a veces, en el peor de los casos, del viento que mueve los pétalos y que obliga a regarlos para evitar que dé al traste con todo el trabajo. Finalmente, al día siguiente, y si las cosas no se tuercen y se cumple la tradición, será uno de esos días del año que brillan más que el sol y miles de personas, propios y foráneos, admirarán un trabajo y un arte tradicional que se realiza año tras año desde hace décadas, concretamente desde la segunda mitad del siglo XIX.