Desde el jardín que rodea la iglesia de Santa Eulalia, en la parroquia moañesa de Meira, unos vecinos contemplaban a media tarde de este lunes las volutas de humo que desprendía una loma recién calcinada ante dos casas que se salvaron de las llamas por el canto de un duro.
“Lo impedimos los vecinos, porque el fuego se nos metía en casa”, aseguró a Efe una vecina empapada en sudor que llevaba colaborando en las tareas de extinción desde que sonó la campana de la iglesia.
“Cuando la campana suena seguido, seguido, ya sabemos que algún vecino necesita ayuda, y todo el mundo acude”, explica orgullosa de un sistema que funciona.
Eran casi las cuatro de la tarde cuando sonó con insistencia la campana de Santa Eulalia porque comenzó a arder el monte en Moaña, concretamente en la zona de Quintáns. Luego el viento azuzó, caprichoso, las llamas, que corrieron en dirección este, primero hasta la zona de O Caeiro, luego hasta Moureira y Fanequeira, más tarde hacia la parroquia de Domaio.
El fuego corría junto a las ventanas de las casas, llamaba a sus puertas, mientras subía por el monte hasta la autovía del Morrazo casi, lo que obligó a la Guardia Civil a cerrar el tramo que discurre entre el Puente de Rande y la salida de Meira.
Para entonces, una enorme columna de humo se había erguido negra como un mal presagio que se distinguía a simple vista a ambos lados de la ría de Vigo.
Hacia Moaña apuraron los medios de extinción y, mientras aguardaban su llegada, los vecinos se echaron al monte con ramas, con cubos, con desbrozadoras.
“Me recordó al incendio de 2006”, aseguraba una vecina, veterana en la lucha contra el fuego, que colaboró en la extinción de aquel, que devoró que año 500 hectáreas de los montes de Moaña y Vilaboa.
Entonces el viento era racheado, como lo fue este lunes, lo que complica mucho predecir sus caprichos, de modo que los vecinos optaron por meter mangueras en las piscinas, por llenar cubos y capachos y por formar largas cadenas humanas con las que ayudar a apagar las llamas.
De camino, una finca privada sin desbrozar, cercada y cerrada por una puerta de acero que hubo que abrir a la fuerza para meter la desbrozadora y evitar alimentar las llamas.
“Si es que hay que desbrozar las fincas y limpiarlas. Y hay que decirlo para que el Ayuntamiento entre con contundencia en este asunto”, asegura Lino, un vecino que, “acojonado”, vio el monte arder a 50 metros de la puerta de su casa.
Para entonces los servicios de extinción estaban ya todos sobre el terreno: tres agentes, nueve brigadas, seis motobombas, cinco aviones y tres helicópteros, además de el conselleiro do Medio Rural, José González, que en mangas de camisa caminaba nervioso con el teléfono en la oreja.
Como un metrónomo, helicópteros e hidroaviones comenzaron a descargar agua sobre las llamas y poco a poco el fuego se fue alejando de los vecinos, aunque no su inquietud.
“El problema es que no nos dejan tocar los montes. Antes cogíamos ‘estrume’, ‘fentos’ y piñas, pero ahora no podemos coger nada y con el nada el monte arde”, asegura una vecina, crítica con las políticas de ordenación del monte de la Xunta de Galicia, que se vio obligada a activar la situación de riesgo para núcleos poblados.
Pasadas las siete de la tarde se restableció la circulación en la autovía, y la situación, según el conselleiro do Medio Rural era mucho mejor.
“Está en una situación mucho más favorable que hace dos horas”, dijo desde el puesto de mando avanzado del equipo de extinción; “hubo un trabajo creo que muy efectivo de los medios aéreos”, dijo.
El fuego se llevó por delante más de 20 hectáreas en un periquete, pero pudo haber calcinado un buen puñado de casas de no ser por la intervención decidida de los vecinos, que acudieron a la llamada de la campana para apagar las llamas.
No fue el único incidente registrado en la provincia este lunes; otro fuego está activo en el municipio de Ponteareas, en la parroquia de Guillade. Empezó a las 16:33 horas, ha quemado 25 hectáreas y también tiene activada la situación de riesgo para núcleos poblados, por su proximidad a Raimonde.