El pasado miércoles, yo también recibí el SMS del Sergas. Me decía que había sido seleccionado -seleccionado, sí. Esto del uso del género masculino refiriéndose al total de la población, en la que hay además más mujeres, es algo a corregir. Más si cabe por parte de las instituciones-, el caso, me informaba de que se iba a llevar a cabo en Vigo un cribado poblacional para la detección del Covid-19, y que me había tocado.
Poco después se comunicó la acción a la prensa, y ya me pude enterar mejor de qué se trataba la historia. 22.000 personas asintomáticas, seleccionadas para someterse estos días en el Instituto Ferial de Vigo a una prueba de antígenos. Un cribado para controlar la incidencia del virus en algunas de esas personas que, hasta ahora, hemos tenido la suerte de no sentir que nos hemos cruzado con él.
Recibí otro SMS que me indicaba fecha y hora. 30/01/21 a las 13:25. Tal y como me indicaban, respetando la hora de la cita, allí me presenté esta mañana. En el Ifevi, un recinto al que había acudido tantas veces a ferias, exposiciones y conciertos; un lugar de aglomeraciones en el momento en el que con solo pensar en ellas nos entran sudores. Un sitio conocido, familiar, que no me ha gustado reconocer en estas circunstancias. Porque de entrada, nada más cruzar la puerta, me sobrecogió la sensación de estar en un hospital de campaña -y eso que, por fortuna, nunca he estado yo en ninguno-.
Mucha gente visitará el interior en las próximas horas, en los próximos días. Al entrar, resulta imposible no observar hacia todas las esquinas, querer verlo todo, tratar de entender cuál es el recorrido, y cómo funciona el sistema diseñado con vallas, carteles y pegatinas. Todo, para calcular si la cosa se va a alargar mucho y para saber si, por estar allí de manera voluntaria, corres algún riesgo, entre tanta gente, de exponerte a la indeseable enfermedad. Realizado el chequeo, absolutamente no. La sensación es de seguridad, se imponen distancias, reina el orden, y hay muchxs voluntarixs -cuántas cosas salen adelante gracias a ellxs- controlando que se sigan los pasos correctos.
El funcionamiento es el siguiente: una primera cola -en la que debes hacer uso de los geles hidroalcohólicos- hasta llegar a unas mesas en las que debes dar tu nombre y apellidos. Si estás en la lista, puedes pasar. El recorrido avanza teniendo que circular por un pasillo de cintas y vallas en zigzag que recuerdan a las establecidas en los aeropuertos. Esas que se sitúan justo antes del control y en las que, cuando no hay gente, avanzas pasando bajo la cinta, por ahorrar esfuerzos. Las primeras filas estaban vacías y la distancia para recorrerlas era amplia, pero ni nos encontramos en una situación en la que resulte apetecible tocar una cinta para traspasarla por debajo, ni procede en el lugar, así que caminé.
Al finalizar esa primera parte del itinerario, llega la prueba. El personal te guía en todo momento y te indica a cuál de los puestos debes acudir. Una vez allí, el proceso tarda 3 minutos. Me atendió una enfermera que muy amablemente me explicó en qué consistía la prueba y procedió a introducir el palito en mi nariz. Nunca me había sometido a un test de antígenos, pero sí a diversas PCR, y la sensación es la misma. Superados los segundos de incomodidad, solicitó la enfermera mis iniciales, las anotó en la prueba junto a la hora en la que fue realizada, y me invitó a continuar mi recorrido. ‘En quince minutos, te dirán el resultado’, me aseguró. Me entregó para ello el test en mano, con la indicación de que yo misma debía portarlo para evitar confusiones, y de que éste debía mantenerse en posición horizontal y no tocarse.
Inicié la siguiente -y última- cola, con mi prueba sobre la palma de mi mano y extremo cuidado de no contaminarla por manosearla o cambiarla de posición. En todo este proceso, me rodeaban, claro, cientos de personas. Resultó el evento más social al que he acudido en los últimos meses, pues me reencontré con muchas caras conocidas después de mucho tiempo. De hecho, eran muchas las personas que se saludaban en la cola. Lo hacían con la cabeza, pues en una mano había que sostener la prueba y la otra quedaba, como siempre, reservada al móvil.
El trayecto hasta las mesas en las que me comunicaban el resultado duró, exactamente, quince minutos. Quince minutos en los que la prueba, en mi mano, mostró una línea rosa junto a la letra ‘C’. No hay carteles que te ayuden a interpretar el resultado de tu prueba antes de tiempo, por lo que lo único que hay que hacer es esperar. Lo hice al tiempo que continuaba mirando alrededor, analizando la situación.
Por mucho que tratase de ocupar la cabeza, de explorar si había alguien más conocido, de observar cómo se saludaban otrxs, o de establecer comparativas sobre cómo había visto el Ifevi en otras ocasiones y el aspecto que luce ahora, una idea se imponía constantemente. El silencio. Cientos de personas, cientos de indicaciones a la vez, cientos de saludos, y solo se escuchaba silencio. Y no es que la situación lo requiera, pero impone frialdad, tristeza, y ésta nos lleva a moderar el tono.
El último paso consiste en acudir a una mesa en la que, al identificarte y entregar tu prueba, te comunican el resultado. En mi caso, negativo. Me dieron las gracias y me dijeron que podía marcharme, no sin antes volver a hacer uso del gel hidroalcohólico.
Acudir al cribado masivo es importante. No solo para la medición de los resultados -que, por supuesto, también-, sino porque deja en la retina una de esas imágenes necesarias para quienes tenemos la suerte de no ver nada parecido en el día a día. Porque nos hace tomar consciencia de la realidad que estamos viviendo.
Para quien tenga dudas sobre acudir o no las próximas jornadas y éstas pasen por la tardanza, las aglomeraciones y la seguridad, varios apuntes: en mi caso, el proceso completo duró 27 minutos, no tuve tampoco ningún problema para aparcar. La sensación de seguridad es total. Pese al volumen de personas, en todo momento se establecen distancias.
Los recorridos se completan pisando unas pegatinas circulares que indican dónde debes situarte, las hay en todas las colas. Entre una pegatina y la anterior, o la siguiente, existen dos metros de distancia. En este momento en el que vivimos rodeadxs de imposiciones, a muchxs no nos gusta la idea de que nos indiquen hasta dónde tenemos que pisar, pero las pegatinas son necesarias, y es importante que las respetemos. Imponen un orden y una precaución imprescindibles dadas las circunstancias. Y funcionan como, en este momento, nuestro día a día. Si una persona no respeta su pegatina, automáticamente reduce distancias con quien le precede o con quien le sigue. Como todo en esta pandemia, los actos de cada unx de nosotrxs repercuten en el resto. Seamos responsables.