Desde el principio, las películas Marvel se han mostrado abiertamente complejas, con personajes, escenas y conceptos que pasaban de una historia a otra hasta dar lugar a un tapiz de ideas muy similar al de los cómics. Cráneo Rojo obtenía el poder de los dioses nórdicos a la vez que el martillo de Thor caía en América y Ojo de Halcón defendía el perímetro a las órdenes de SHIELD. Ninguna trama era en realidad independiente, sino que todas formaban parte de un esqueleto común que solo hemos llegado a contemplar con el paso de los años. Nunca en la historia de la ficción ha habido un esfuerzo tan inmenso para coordinar películas, series, animación, novelas y cómics en una sola narración compuesta, que peca de fallos como todo en la vida, pero que demuestra las maravillas que podemos llegar a contemplar cuando los guionistas trabajan libremente y con el respeto y el amor que los superhéroes se merecen.
Este fin de semana llega Capitán América: Brave New World, el ejemplo definitivo de que ya no hay películas unitarias, sino partes de una estructura mayor. En Avengers: Endgame, vimos cómo un Steve Rogers envejecido se retiraba de su papel como Capitán América y entregaba el escudo a Sam Wilson, que hasta entonces actuaba como Falcon. En Falcon y el Soldado de Invierno, Wilson y Bucky Barnes —el compañero del Capi en la SGM y posteriormente asesino de Hydra bajo la identidad del Soldado de Invierno, al que pudo liberar Rogers en su tercera película— lidiaban con la complicada herencia del Primer Vengador en una historia de acción y espionaje que también implicaba a otros conocidos y villanos del héroe, como Sharon Carter, Máquina de Guerra, Batroc, el USAgente, el barón Zemo o la condesa Valentina Allegra de la Fontaine. Pero, sin duda, el principal hallazgo de la serie fue la introducción de Isaiah Bradley, el Capitán América negro, un personaje creado por Robert Morales y Kyle Baker en 2003 para el cómic Truth: Red, White & Black, donde se mostraba la forma en la que el Ejército de los Estados Unidos había experimentado con el suero del supersoldado durante los años cuarenta para recrear el éxito de Steve Rogers a la hora de obtener sus poderes, y había empleado en secreto a jóvenes afroamericanos, que en su gran mayoría perecieron sin más. Solo Bradley pudo convertirse en un héroe y dio paso a una leyenda entre la comunidad afroamericana, que sirvió de ejemplo a otros grandes personajes como Luke Cage o Sam Wilson.

Ahora vemos en pantalla la explosión de todos esos conceptos juntos: hay un nuevo Capitán América en el mundo, uno que vuela con las alas de Falcon y empuña el escudo de Steve Rogers —y cuyo uniforme proviene directamente de los cómics—; también hay un nuevo presidente de los Estados Unidos, Thaddeus Ross, antiguo perseguidor de Hulk, también antagonista de los Vengadores y ahora reformado ocupante del Despacho Oval; nos encontramos con la primera aparición del adamántium en el Universo Cinematográfico Marvel, en este caso proveniente de los restos de un Celestial que surgió del Océano Índico en Eternals; como villano, un Samuel Sterns que se intoxicó con la sangre de Bruce Banner en El Increíble Hulk y desde entonces se ha convertido en una criatura deforme de gran inteligencia y enorme rabia vengativa; y, de paso, la Sociedad Serpiente, villanos clásicos del Capi que aquí tratan de hacerse con la primera muestra de adamántium. ¿Qué puede fallar en esta historia?
Cierto que la película muestra poca ambición a la hora de caracterizar al héroe, las peleas son breves y escasas, los secundarios cómicos siguen siendo obligados y la trama de thriller político se diluye enseguida. Pero este es el Capitán América de 2025 y ha venido para quedarse y hacernos disfrutar.