Hoy se cumplen cinco años del fallecimiento de Christopher Lee, al que el diario USA Today consideraba el actor más visto de la historia del cine y que había recaudado mayor taquilla. Sus papeles forman parte de nuestra memoria colectiva y nos han hecho temblar de emoción durante décadas. Él, más que nadie, demuestra la importancia de un buen villano en una historia de aventuras. Sin villano, no hay emoción. Y con un villano perfecto como los que encarnaba él, obtienes una obra maestra.
Christopher Lee nació en Londres en 1922, hijo de un teniente coronel y héroe de guerra del Ejército británico y de una condesa italiana, descendiente además de una familia de notables personajes europeos, entre los que destacan caballeros, hombres de armas y hasta un nuncio papal. El divorcio de sus padres y la vida junto a su madre le permitió entrar en contacto desde muy pequeño con la vida cultural y aristocrática de la vieja Europa. Conoció a artistas, nobles y políticos, practicó varios deportes de forma casi profesional y sirvió como aviador y espía durante la Segunda Guerra Mundial, principalmente en el norte de África.
Tan pronto como terminó ese conflicto, Lee se dedicó a lo que realmente le apasionaba: la actuación. Participó en obras de teatro, doblaje y programas de radio, pero la fama le llegó, desde finales de los años 50, con el trabajo para la productora Hammer, especializada en películas de terror. Para ella interpretó a la criatura de Frankenstein, la momia, Rasputín, Sherlock Holmes y, sobre todo, el conde Drácula, papel que llevó al cine en más de diez ocasiones a lo largo de su vida y con el que ganó el reconocimiento de la crítica y el entusiasmo del público. Su gran altura y su tremenda presencia física en escena lo convirtieron en el villano ideal: poderoso, temible, carismático y muy atractivo. Frente a héroes nobles y sonrientes, Lee personificaba al antagonista capaz de todo, calculador y homicida, pero también caballeroso en ciertos momentos. Además, su extensa filmografía permite curiosidades como descubrir que es el único actor de la historia que ha interpretado a Sherlock Holmes, Mycroft Holmes y sir Henry Baskerville. También fue el doctor Fu Manchú, Mefistófeles, el doctor Henry Jekyll y Edward Hyde, Rochefort —en una de las mejores versiones de «Los tres mosqueteros» de todos los tiempos— o Francisco Scaramanga —considerado uno de los mejores villanos de toda la franquicia de 007, que ya de por sí cuenta con algunos de los mejores villanos de la historia del cine—.
Los años 70 y 80, sin embargo, fueron malos para Lee, con la desaparición de las grandes superproducciones de terror que lo habían encumbrado. Pasó entonces por la televisión y el teatro, así como por algunas películas menores. Fueron tres grandes de la industria cinematográfica quienes lo recuperaron para el estrellato: Tim Burton —que lo dirigió en «Sleepy Hollow», «Charlie y la fábrica de chocolate», «Alicia en el país de las maravillas», «Sombras tenebrosas» y «Frankenweenie»—, Peter Jackson —que contó con él para el papel de Saruman en las trilogías de «El señor de los anillos» y «El hobbit»— y George Lucas —que lo convirtió en el conde Dooku para la segunda y tercera parte de su nueva trilogía de «Star Wars»—.
Lee reconoció que había cumplido uno de sus sueños al interpretar el papel de Saruman, ya que guardaba un afecto profundo por la obra de Tolkien y de hecho él fue el único miembro del reparto que había conocido en persona al autor. Ventajas de su infancia detrás de una condesa italiana.
Christopher Lee es parte de nuestra cultura cinematográfica, de nuestras frases y nuestro ocio. Si yo tuviera que elegir uno solo de todos esos momentos, de esas experiencias y de lo que nos hizo disfrutar, me quedaría con la primera vez que lo vi, siendo niño, como ese terrible y gélido Fu Manchú, que tramaba planes imposibles y al que nunca se podía derrotar. Una y otra vez lo intentaba Nayland Smith, solo para que cada película de la saga terminara con la misma frase:
«El mundo volverá a saber de mí».
Lo mismo ocurre con Christopher Lee. Nunca se irá de aquí, porque entonces, ¿qué sería de la vida sin un gran villano?