La muerte el pasado 15 de enero del director de cine y artista polifacético David Lynch ha retumbado en todo cenáculo cultural de un modo casi perenne hasta hoy. Semanas después de recibir la triste noticia, siguen sucediéndose homenajes en medios y en redes sociales. La impronta de un artista total e irrepetible queda así registrada como un hecho.
La personalidad de la mirada del director de “Una historia verdadera” es incomparable a ninguna otra, pero esto no quiere decir que carezca de influencias (de las que adoptaría desde su faceta primigenia de pintor y artista contemporáneo a las cinematográficas más o menos rastreables, empezando por Buñuel). Pero cuando un apellido se convierte en una forma de calificar las cosas, cuando todos sabemos qué quiere decir alguien al describir algo como “lynchiano”, es evidente que estamos ante una personalidad única, intransferible.
Resulta dolorosa la pérdida de un David Lynch que en sus últimos pasos (desde la tercera temporada de Twin Peaks al disco Cellophane memories con Chrystalbell -y sus radicales video clips, en casos obra también de Lynch-) el director no mostraba la más mínima señal de agotamiento creativo. Pero con su marcha podemos al menos revisitar su obra a lo largo de todas las disciplinas imaginables: Lynch nos deja un opus heterogéneo donde caben además de su carera fílmica (películas y cortometrajes), discos, fotografías, pinturas, cómics, publicidad, escultura, videoclips musicales, conferencias sobre meditación trascendental o libros de memorias.
Y otro juego, el que venimos a proponerles, es rastrear su influencia, insondable. Desde Stanley Kubrick, quien reconoce el influjo de Cabeza Borradora en El resplandor, a la obra musical de Trent Reznor de Nine inch Nails (quien sampleó en la canción Ruiner sonidos de El hombre elefante y además colaboró con el propio director en la banda sonora de Carretera perdida), podemos divisar la sombra de Lynch en obras de diverso pelaje. Estas son algunas de las más recomendables:
Donnie Darko (Richard Kelly, 2001). Cine. Donnie es un chico imaginativo, sensible e inteligente. Tras escapar milagrosamente de una muerte casi segura y, digamos, estrepitosa (un accidente ya de por sí lynchiano), comienza a sufrir alucinaciones que lo llevan a actuar de modo extravagante y a descubrir un mundo diferente bajo el real. Película enigmática cuyo tono y disolución de la “normalidad narrativa” abrevan claramente del Lynch más radical, pero que es perfectamente comprensible en su desarrollo argumental (que no es Inland empire, vamos).
Alan Wake I y II (escritas por Sam Lake, 2010 y 2023). Videojuego. Acción y terror en primera persona protagonizada por un escritor de novelas de suspense que intenta descubrir el misterio detrás de la desaparición de su esposa en el pequeño y extraño pueblo de Bright Falls. En el tránsito del jugador por dicho lugar se respiran ecos de Lynch y sus pueblos, esos que esconden inesperadas pesadillas (con Twin Peaks a la cabeza).
Doolittle (Pixies, 1989). Música. La portada de este disco mítico, basada en una imagen del fotógrafo Simon Larbalestier, es puro Lynch, con su mono nimbado encerrado en un laberinto de geometrías. Pero la música también ayuda a entender a Pixies como banda lynchiana. Con un estilo punk esquivo que lanza ganchos al pop, al surf o al reggae y el rockabilly, el sonido Pixies podría haber apoyado cualquier pasaje violento de los muchos que nos dejó la filmografía del autor de Corazón salvaje. Y sus letras surrealistas pobladas por criaturas bíblicas y mitologías propias (monos del apocalipsis, vampiros…), al tiempo que su actitud disruptiva (los alaridos de su cantante Black Francis siguen causando pavor) los hicieron acreedores de la muletilla “los David Lynch del rock alternativo”.
Vacas (Julio Medem, 1992). Cine. A la pregunta de si los universos claustrofóbicos y la mirada extraña de David Lynch podían tener un eco español y ruralista, Julio Medem respondió con un debut rotundo, poético, sórdido, claustrofóbico y sí, lynchiano. También la forma de Vacas es pro Lynch, con esos ojos vacunos que escrutan la realidad.
Agujero Negro (Charles Burns, 1995–2005). Cómic. A mediados de los 70, una epidemia que sólo afecta a los adolescentes se cierne sobre los suburbios de Seattle, manifestándose a través de síntomas de lo más impredecibles. Y no eran sólo síntomas pasajeros. Así describe La Cúpula, editorial de la obra magna de Burns, este relato donde la nueva carne (esto es, el horror como una manifestación del interior que transforma el exterior) se instala en un relato donde el contexto es la adolescencia y juventud, y los años en los que el propio autor era postadolescente. Uno de los creadores lynchianos con más personalidad que podrás encontrar hoy día.
The Leftovers (Damon Lindelof y Tom Perrotta, 2014-2017). Serie. El argumento de The Leftovers es absorbente: el 14 de octubre de 2011 a las 2:23 PM ocurrió un fenómeno global conocido como La Partida. El 2 % de la población mundial se esfumó súbitamente sin dejar rastro. Sin más, en un parpadeo, personas de todas las etnias, nacionalidades y edades desaparecieron de la faz de la Tierra. La serie se desarrolla tres años después, en una pequeña comunidad llamada Mapleton. Lo misterioso sin explicación, la mirada escrutadora a un pueblo pequeño, los trastornos de la comunidad en un entorno imposible que rompe el ánimo de esa comunidad… no hace falta explicar mucho más para comprender los ecos de la obra del autor de Terciopelo azul en esta serie.
Shadow (Chromatics, 2012). Música. David Lynch es músico, y de los buenos. Sus colaboraciones con Angelo Badalamenti y Julie Cruise son reconocidas. Su gusto exquisito al incorporar temas en sus bandas sonoras rescató del ostracismo al mismísimo Roy Orbison en 1986, y elevó al estrellato a Chris Isaak. Por supuesto la mencionada Julie Cruise, colaboradora ya en Terciopelo Azul, se hizo famosa por su maravillosa interpretación del tema de Twin Peaks “Falling” compuesto por el director y Badalamenti.
El último disco de Lynch es Cellophane Memories, a pachas con la cantante Crystalbell, abundando en su estilo atmosférico y misterioso que podríamos englobar en el dream pop. Género en el que encuadrar también a Chromatics, banda que Lynch quiso reclutar para la tercera parte de Twin Peaks. La música de Chromatis es elegante, vaporosa, electrónica, bailable y al tiempo narcótica. Todos sus discos tienen pues cierto vínculo con lo lynchiano. Y podríamos continuar este artículo con decenas de nombres (video juegos como Harvester o Silent Hill II, la serie True detective, los cómics de David Sánchez, el cine-hermano de David Cronenberg -a reivindicar más como eso, fraterno antes que seguidor-, ¡hasta el rol, con Something Is Wrong Here, de Kira Magrann!… ¿Pero cómo no rescatar Shadow, la canción que Lynch amó y quiso “meter” en Twin Peaks, el retorno, para despedirnos del autor de Mulholland Drive? En su vídeo verán unas cortinas inconfundibles. Es un mundo extraño.