Se nos acaba de ir Thomas Connery (lo de Sean vendría más tarde) y lo vamos a echar de menos, porque estos grandes de la pantalla terminan siendo casi de la familia a fuerza de verlos tantas veces.
Pero antes de ser estrella de la pantalla grande, Sean Connery fue futbolista, culturista y trabajó de todo para poder salir adelante. Me llamó la atención cuando leí que había sido abrillantador de ataúdes. Su entrada en el espectáculo fue trabajando de tramoyista en un teatro hasta que un día hacía falta un actor para un papel de un boxeador acabado. Del teatro al cine hasta que le llegó su oportunidad como James Bond.
Lo cierto es que el papel del agente 007 fue el que le brindó fama, dinero y lo consagró como estrella. Pero es que a nadie le quedaba como a Connery el esmoquin en el casino de Montecarlo o el terno gris conduciendo su Aston Martin plateado. Ningún otro actor ponía esa cara de cínico cuando se presentaba recitando primero el apellido y luego el nombre completo. Y ningún otro artista del cine conquistaba a las chicas Bond como él sin perder nunca la compostura.
Los productores de ‘Agente 007 contra el Dr. No’ (‘Dr. No’)eligieron al actor escocés entre 200 aspirantes al papel. La elección parece que fue bastante acertada, porque ningún otro Bond ha sido capaz de superarle. Y es que el papel le sentaba como un guante. Connery llegó a rodar siete películas como 007, la última ya de maduro. Hizo ‘Nunca digas nunca jamás’ (‘Never say never again’) con una jovencísima Kim Basinger.
Pero Sean Connery ha sido mucho más que el agente al servicio de Su Majestad. Ha tenido una larguísima carrera que ha finalizado pasados los 70 años. Las cintas famosas han sido muchas. En 1964 rodó con Alfred Hitchcock ‘Marnie la ladrona’ (‘Marnie’) y Connery tuvo el santo valor de exigir leer el guion antes de decirle que sí al orondo director.
Poco después rodó ‘La Colina’ (‘The Hill’) de Sidney Lumet, que transcurría en un penal militar británico de Libia, aunque fue rodada en los arenales de Almería. En ella Connery encarnaba a un suboficial inglés que había desobedecido una orden de un superior que iba a suponer la muerte de sus hombres. Cuando ves esas escenas subiendo ‘la colina’ con todo el petate al hombro uno comienza a sudar por simpatía con el personaje.
Pero Sean Connery rodaría con otros grandes directores, como John Houston en la cinta ‘El hombre que pudo reinar’ (‘The man who would be king’), bajo un relato de Rudyard Kipling y donde actúa con Michael Caine, encarnando a dos ex soldados que se montan su propia república en la frontera con India.
Todos lo recordamos también como Guillermo de Baskerville en ‘El nombre de la rosa’ (‘The name of the rose’) con dirección del francés Jean Jacques Annaud. El actor participó en muchas películas de éxito pero el premio gordo del cine le llegó rozando la sesentena como actor de reparto en el film ‘Los Intocables de Elliot Ness’ (‘The untouchables’), con Brian de Palma en la dirección y al lado de Kevin Costner. En aquella época Connery ya era un veterano de la gran pantalla y al fin se hacía con la dorada estatuilla.
Son múltiples los papeles que guardamos en nuestra memoria de Mr. Connery, como el humor desplegado por el padre de Indiana Jones (al que llamaba Junior) en la tercera cinta de la saga, ‘Indiana Jones y la última cruzada’ (‘Indiana Jones and the last crusade’), siempre con Spielberg a los mandos. O el almirante ruso Marko Ramius en ‘La caza del Octubre Rojo’ (‘The hunt for Red October’), o el capitán antiguo presidiario de Alcatraz en ‘La roca’ (‘The rock’), que es requerído para entrar en el penal por donde nadie era capaz.
Una característica de Sean Connery es que rodaba historias haciendo de galán maduro cuando su oponente femenina era como poco una treintena de años menor. Estaba pensando en ‘La trampa’ (‘Entrapment’) donde conseguía enamorar a la guapa y joven Catherine Zeta-Jones que le daba la réplica.
En el año 2000 Connery recibía de manos de la Reina de Inglaterra el título de caballero (Sir), condecoración que en las Islas Británicas no está al alcalde de cualquiera.
Sean Connery gustaba de vivir en la malagueña Marbella hasta que el ambiente de corrupción urbanística de la zona lo exilió a las Bahamas, siempre al lado de su segunda esposa, la pintora franco-marroquí Micheline Roquebrune, con la que convivió los últimos 45 años.
Políticamente el actor siempre apoyó públicamente al Partido Nacionalista Escocés, y en una ocasión donó el salario de una película para crear una fundación que instauraba becas para la juventud escocesa.
En fin, se nos ha ido Thomas (Sean) Connery, pero no ha sido en balde, cuando en un bar se nos ocurra pedir un martini siempre tendremos la tentación de pedirlo “mezclado,no agitado” y sabemos que el barman, con un gesto cómplice, nos entenderá.