Una de las películas más interesantes ha sido la protagonizada por Charlton Heston: “Cuando el destino nos alcance” (“Soylent green”), basada en la novela de Harry Harrison, “Hagan sitio, hagan sitio” (“Make room!, make room!”) La trama es completamente actual: el futuro conlleva un grado de contaminación y una sobrepoblación insostenibles. En la historia se cuenta que la gente vive hacinada en las grandes ciudades; no hay alimentos para todos y las tiendas de ultramarinos se protegen más que las farmacias y las joyerías; la policía persigue a los que vulneran las reglas de una vida muy complicada; y el alimento principal es un tipo de gallega fabricada con plancton marino. Sin embargo, incluso el plancton se está agotando. La vida de ese futuro —que casi es la actualidad— está tan organizada que la gente puede morir de muerte natural o elegir el momento adecuado yendo a unos lugares preestablecidos donde se les pregunta por su color preferido, por su aroma preferido, por su música preferida, por su sabor preferido…, y luego se le pasa a unas cabinas donde se les facilita un bebedizo de su gusto y se les deja ver, en total privacidad, cómo era el mundo antes del desastre, antes de tanta contaminación. Charlton Heston, en su papel de policía, nunca había creído las historias que le contaba su viejo amigo y compañero de piso (encarnado por el actor Edward G. Robinson), de cómo era la vida en su juventud. Y cuando este, por diferentes motivos, decide morir y se va a uno de esos lugares mortuorios, él lo persigue hasta que trasladan su cadáver y el de otros muertos a una fábrica de galletas, y finalmente descubre que el placton también se está agotando y que, en absoluto secreto, fabrican las galletas de “soylent green” con los cadáveres. La historia es estremecedora y cada vez más actual, a pesar de haberse escrito allá en el año 1966 y luego llevada al cine en el año 1973, unos años que ya van quedando alejados en el tiempo, pero con un argumento cada vez más cercano.