Nació en 1890 en Torquay, un pequeño pueblecito marinero de la costa de Devon, famoso por haber dado vida también a los exploradores Percy Fawcett —que desapareció en 1925 mientras buscaba «la ciudad perdida de Z»— y Richard Francis Burton —primer europeo, junto a John Speke, en alcanzar las fuentes del Nilo—. Curiosamente, Christie también mostró, durante toda su vida, una pasión desmedida por los viajes y la arqueología. En 1930 conoció al reputado arqueólogo Max Mallowan, que sería su segundo marido, y con el que compartiría diversas expediciones. Varias de las novelas de la escritora estuvieron muy influidas por sus viajes, como «Muerte en el Nilo» —de la que ya hay planes para una nueva versión cinematográfica—, «Asesinato en Mesopotamia», «La venganza de Nofret», el propio «Orient Express» o la obra de teatro «Akhenaton». El Museo Británico incluso organizó una exposición acerca de la contribución de esta autora a la popularización de la arqueología.
El otro gran tema presente en las novelas de Agatha Christie es la compleja sociedad británica que resultó tras la Segunda Guerra Mundial. Ése es el formidable marco cultural en el que transcurre «La casa torcida», obra publicada en 1949 y que ahora llega al cine por primera vez. El millonario griego Arístides Leónides ha muerto envenenado, a causa de una dosis letal de eserina administrada por su joven esposa Brenda. Podría parecer un caso sencillo, pero ella asegura ser inocente, ya que, según afirma, desconocía que aquello que le estaba inyectando a su esposo no era su insulina habitual. ¿Podría estar diciendo la verdad? Entonces, ¿quién llenó de eserina el vial de insulina y lo colocó entre los demás, con el fin de que Brenda lo utilizase? En uno u otro caso, es imposible que se trate de un accidente: Leónides ha sido asesinado.
Y realmente sospechosos no faltan, ya que el anciano vivía en una peculiar casona en Swinly Dean —un elegante barrio residencial para ricos en Londres— junto a sus dos hijos varones, las esposas de éstos, tres nietos, una cuñada de su primer matrimonio, una criada y el joven preceptor de los niños pequeños. ¿Quién podría tener motivos para un acto tan horrible? ¿Y cómo demostrarlo? Ésta será la tarea encargada a dos policías de Scotland Yard y al prometido de la nieta de Arístides, narrador de la novela, que intenta esclarecer el caso con el fin de poder contraer matrimonio con su novia. Si es que ella no es la asesina, claro.
«Conocí a Sofía Leónides en Egipto, hacia el final de la guerra. Ocupaba un puesto administrativo bastante importante en uno de los departamentos del Ministerio de Asuntos Exteriores en ese país. La conocí primero en su aspecto oficial y pronto pude apreciar la eficiencia que la había llevado hasta aquel puesto, a pesar de su juventud (por aquella época acababa de cumplir veintidós años). (…)
Todo esto lo sabía yo ya. Lo que no supe hasta que me destinaron a Oriente, al final de la guerra europea, era que estaba enamorado de Sofía y que quería casarme con ella.»
Agatha Christie muestra desde el interior las miserias de una de las grandes familias ricas de esa Inglaterra de post–guerra, donde la mayoría de la población dependía de los cupones de racionamiento y el dinero era el único título nobiliario que servía de algo. Duques y condes habían caído en la miseria, muchos importantes herederos habían sucumbido en el frente y los que volvieron pretendían mantener las apariencias, aunque a duras penas. Algo así le ocurre a Magda Leónides, nuera del fallecido y actriz veterana, que cree que todo en la vida es una actuación:
«Querido, no puedo soportarlo, es que no puedo más. Piensa en la publicidad. Todavía no está en los periódicos, pero vendrá, naturalmente. Y es que no acabo de decidirme sobre lo que voy a ponerme para la sumaria. ¿Algo muy discreto? Pero negro no. Yo diría que morado oscuro… Y no me queda ni un solo cupón para comprar la tela».
Christie es la principal referencia en la aplicación del whodunit, técnica narrativa dentro de la novela policíaca por la que el protagonista debe investigar un crimen y el lector se pone en sus zapatos, siguiendo paso a paso sus averiguaciones y descubriendo las pistas al mismo tiempo que lo hace él. Eso convierte la novela en un juego: el escritor debe entregar al lector las pistas suficientes para que éste identifique al culpable por sí mismo, sin que sea demasiado evidente ni se saque un conejo de la chistera. La sorpresa es fundamental en este género, junto con la verosimilitud. Y nadie como la «reina del crimen» para conseguir atrapar a lectores de cualquier época y cualquier ámbito en sus apasionantes tramas, generalmente en ambientes cerrados —una casa torcida, un crucero, un tren atrapado por la nieve—, lo que las convertía en más angustiosas todavía.
Agatha Christie es la autora más traducida de la historia de la literatura, y la tercera más leída, sólo por detrás de la Biblia y Shakespeare. Y ella consideraba «La casa torcida» como su obra favorita de todas las que escribió. Quizá sólo por eso merezca bastante más atención de la que ha obtenido hasta ahora, eclipsada por otras novelas más famosas.
Yo conocí «La casa torcida» en una preciosa edición de Editorial Molino de 1959, que ya era vieja cuando llegó a mis manos. Tenía el lomo roto y la portada despegada. Ya había pasado por otras manos y había hecho estremecerse a otras conciencias, que se quedaron pegadas a sus hojas amarillentas, en vilo hasta saber qué iba a ocurrir con la familia Leónides y quién había asesinado al patriarca. Los tiempos han cambiado, y ahora muchos leemos en formatos digitales igual que en papel, pero sigue intacta la capacidad de Agatha Christie para jugar con sus lectores al juego de los posibles culpables, las pistas de las que no te puedes fiar y los finales impactantes.
¡Dios, el final de «La casa torcida»! ¡Qué final!
69 años después de su publicación, esta novela sigue siendo maravillosa.