Fue el filólogo Ramón Menéndez Pidal quien lo bautizó de esa manera, en el año 1900. Se cree que originalmente no era más que un apunte al final de un códice preexistente, unas notas con el fin de transcribir al papel una obra que ya debía estar escenificándose desde tiempo atrás en iglesias y lugares públicos, y transmitiéndose de forma oral. Toledo fue durante la Edad Media un importante centro de actividad intelectual (como demostró su famosa Escuela de Traductores) y de coexistencia pacífica entre religiones (no en vano es conocida como «la ciudad de las tres culturas»). Por tanto, no es extraño que fuera en este lugar donde aparecieran los primeros pasajes dramáticos en castellano, sólo un siglo después de las glosas silenses y emilianenses (que también habían pasado por las valiosas manos del coruñés Menéndez Pidal).
La gracia de esta historia es ver cómo las tradiciones no son en absoluto inmutables, y se han ido construyendo paso a paso, siglo a siglo, hasta llegar al punto donde nosotros las hemos conocido. Quien revise este tema dentro de cien, doscientos o quinientos años seguro que tendrá unos cuantos cambios más que añadir a la lista.
Así, igual que Baltasar al principio tenía el mismo color de piel que los otros, en un principio ni siquiera estaba muy claro cuántos eran, de dónde venían o a qué se dedicaban los Reyes Magos, y esos conceptos fueron establecidos precisamente durante la Edad Media.
La narración acerca de los Reyes Magos proviene de uno solo de los Evangelios, el de San Mateo, que explica:
«Cuando Jesús nació en Belén de Judea, en días del rey Herodes, vinieron del Oriente a Jerusalén unos magos, diciendo:
«¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarle».
Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él».
«Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María y, postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.
Pero, siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino».
Asi pues, el texto bíblico no especifica quiénes eran esos personajes, y autores posteriores se dedicaron a teorizar. No fue hasta la Edad Media cuando se decretó que fueran reyes, ya que de forma tradicional se referían a ellos como steleros, esto es, astrólogos, expertos en la observación de las estrellas, razón por la cual llegaron hasta Belén. En otros momentos se dijo que eran doce, en referencia a las doce tribus de Israel, pero finalmente quedó establecido el número de tres, como tres son los aspectos de la Trinidad y tres los atributos de Jesús (rey, dios y hombre), por lo que son tres los regalos que recibe de los Reyes Magos (oro, incienso y mirra, respectivamente).
Debemos recordar que los pasajes bíblicos siempre albergan un enorme contenido simbólico, y sus descripciones no hay que entenderlas tanto como anotaciones históricas (y la comparación con documentos de los verdaderos historiadores de la época lo demuestra) como alegorías del mensaje mítico que pretende dar. Expertos en mitología comparada han puesto de manifiesto los enormes parecidos que muestran casi siempre entre sí las narraciones del origen del mesías en las distintas creencias que ha habido en la historia de la humanidad.
Por otra parte, algunos historiadores han llegado a relacionar la figura del rey Baltasar con narraciones tradicionales de la Iglesia copta de Etiopía, aunque sabemos que, hasta la Edad Media, Baltasar no pasó a ser de color.
Actualmente el códice original de «El auto sacramental de los Reyes Magos» se conserva en la Biblioteca Nacional, y ha servido como base para adaptaciones posteriores que permitan llevarlo a escena. El texto de por sí está escrito sin demarcaciones de líneas ni personajes, y se cree que podría estar inconcluso, dada la manera tan brusca con la que finaliza. Trata, casi palabra por palabra, el pasaje de San Mateo alusivo a «los magos de Oriente», añadiendo algunos temas típicamente medievales, como la polémica entre judíos y cristianos.
[CASPAR]
[Solo.]
Dios criador, cuál maravila,
no sé cuál es aquesta strela!
Agora primas la he veída;
poco tiempo ha que es nacida.
¿Nacido es el Criador
que es de la[s] gentes Senior?
En la escena I de la obra, cada uno de los tres sabios observa la nueva estrella en el cielo y comprende que se han cumplido los designios. En la escena II, todos se reúnen en el camino:
[CASPAR]
(A BALTHASAR.)
¿Dios vos salve, senior? ¿Sodes vos strelero?
Dezidme la verdad, de vós sabelo quiro.
[¿Vedes tal maravilla?]
[Nacida] es una strela.
En la escena III, los sabios se presentan ante el rey Herodes y le plantean su convencimiento de que ha nacido el rey de los judíos, que también será dios y hombre, por lo que han acudido a adorarlo. Herodes queda profundamente afectado, pero les hace creer que él desea lo mismo, para que le informen de dónde encontrarlo:
Pus andad y buscad
y a él adorad,
y por aquí tornad.
Yo alá iré
y adoralo he.
En la escena IV, Herodes cavila acerca de lo que le han revelado, y no parece nada contento, por lo que manda llamar a los sabios de la corte para que aclaren sus dudas.
[HERODES]
[Solo.]
¡Quín vio numcas tal mal,
sobre rey otro tal!
Aún non só yo morto,
ni so la terra pusto!
¿Rey otro sobre mí?
En la escena final, los sabios acuden y se enzarzan en un debate entre ellos acerca de la interpretación de las profecías, sobre si en efecto se encuentran ante la llegada del anunciado mesías. El desenlace es abrupto, por lo que numerosos expertos opinan que debía existir una continuación que no fue transcrita. Recordemos que el espacio era el del códice y el texto entero se limita a él. Otros consideran que ese debate entre los sabios de la corte de Herodes es el verdadero centro de la obra, por cuanto llama a preguntarse cómo deben ser leídas las profecías y si aquél era el momento tan esperado.
[HERODES]
Pus catad,
dezidme la vertad,
si es aquel omne nacido
que estos tres rees m’han dicho.
Di, rabí, la vertad, si tú lo has sabido.
Estos días son muchos los pueblos de España donde se llevan a cabo representaciones teatrales basadas en este texto medieval. La tradición se mezcla con innovaciones modernas como los efectos 3D, la visita virtual o la posibilidad de descargarse información a través del móvil.
Los tiempos cambian, los textos se adaptan para unas nuevas generaciones pero la ilusión sigue siendo la misma. Los niños crecemos pero llegan otros para pelearse por los caramelos de la cabalgata.
Y el concepto mismo de los Reyes Magos seguirá en la mente de todos: lingüistas, medievalistas, expertos en simbología religiosa, escritores de novela y colaboradores de un diario digital. Niños, en definitiva, que nos resistimos a crecer.
(Los pasajes de «El auto de los Reyes Magos» recogidos en este artículo proceden del texto de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, y éste del de Ramón Menéndez Pidal, publicado originalmente en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, IV, 1900, pp. 453-462).