La (larga) vida de estos músicos, cómicos y creadores de instrumentos imposibles ya conoce pérdidas en su seno (falleció en 1973 uno de sus fundadores, Gerardo Masana), y sabe reponerse, mutar y añadir nuevos actores a su núcleo duro. Pero a nadie se le escapa que dentro de ese centro de gravedad brillaba intensamente Daniel Rabinovich, uno de los fundadores de Les Luthiers. Fue un versátil instrumentista y un magnífico cantante. Y sobre todo posiblemente se trataba del miembro de la banda con mayor vis cómica. Su gesto más simple ya provocaba carcajadas. Su pérdida se me antoja insustituible. ¿Quién si no él podrá recitar esos monólogos donde atropellaba palabras, “Esther Píscore”?¿Quién equivoca términos como él (“El libreto se basaba en una vieja leyendo ebria…¡en una vieja leyenda hebrea!”) ¿Quién fingía una estulticia hilarante tan descacharrante como Daniel Rabinovich?
Hay sustituto para sus personajes en ¡Chist!, claro. Martín O’Connor está ahí. Horacio (Tato ) Turano es otra incorporación, más “invisible”, de apoyo musical antes que actoral. El primer acierto de Les Luthiers es haber contado con dos figuras musicales veteranas en el mundo artístico argentino. La solvencia queda garantizada. Pero que su nuevo show de números clásicos y ya conocidos comience con “Manuel Darío (canciones descartables)” pone cosas en evidencia. El tal Darío se supone un cantautor negado, necio y patán que interpretaba, sí, Daniel Rabinovich. Ver en el papel a O’Connor nada más iniciarse el concierto supone un bofetón: no hay manera, Daniel es insustituible. Pero O’Connor lo hace perfectamente, está en el papel y, más allá de este número, posee una voz de campanas (de registro lírico incluso) que aventura grandes y muy buenos sabores. Ya los da, por ejemplo, en “La hija de Escipión”. Pero-no-es-Rabinovich.
Así que por un lado es inevitable sentir que una rama se ha perdido en el árbol. Pero por otro lado, sigue siendo nutritivo asistir a un concierto de Les Luthiers. Los clásicos de Les Luthiers, como el impagable madrigal “La Bella y Graciosa Moza Marchose a Lavar la Ropa”, son un poco como el teléfono de Miguel Gila, los pasitos imposibles de Chiquito de la Calzada, el rostro impertérrito de Buster Keaton o el estudio del contrato de los hermanos Chicco y Groucho Marx. Números de humor ya clásicos, imperecederos e inmarchitables, que se contemplan como lugar común y que se disfrutan, siempre, con la sonrisa en la cara. La grandeza de la banda bonaerense está ahí, en su estatus. Como un concierto de una banda de rock dinosaurio en la que la muerte de algún miembro se sustituye y la maquinaria se demuestra aún engrasada. Además Les Luthiers mantiene su creatividad, no viven de rentas pasadas si no que entrega nuevos espectáculos (aunque no es el caso de ¡Chist!).
La duda se resuelve por tanto con un sí y un no. ¿Tienen sentido Les Luthiers sin Daniel Rabinovich? Pierden parte importante de la esencia, no se puede negar. Pero sí, tiene sentido aún, ir a ver a estos «luthiers» perderse en sus hábiles juegos de palabras, disfrutar su revisión irónica de cualquier estilo musical, y alucinar con sus cacharros, como el Bolarmonio. Porque son un clásico mundial del humor del pasado siglo y eso los hace perennes.