Este pasado fin de semana volvieron los romanos a Xinzo con el legendario cruce del río Lethes y una batalla contra guerreros límicos en la que hubo diversión a raudales. Una ocasión para hablar de las raíces del pueblo galaico y pasarlo bien al mismo tiempo.
Poco a poco, las fiestas tradicionales han ido volviendo con la relajación de las medidas anti–covid. La fabulosa mejoría de las cifras de la pandemia con respecto al año pasado ha hecho posible que se puedan celebrar de nuevo unos eventos tan clásicos del verano gallego como las fiestas del monte en A Guarda, el carnaval de verano de Redondela y también la Festa do Esquecemento en Xinzo de Limia.
De un tiempo para acá, muchas poblaciones se han sumado al gusto por los eventos históricos que ya tenían lugar anteriormente en lugares como Ribadavia, Pontevedra, Monforte o Xinzo, y reconozco que en pocos sitios me lo paso mejor. Monjes, taberneros y algún caballero feudal se mezclan en las fiestas medievales, mientras que, en las dedicadas a la época romana, te puedes encontrar temibles gladiadores, legionarios que afilan sus armas, escribas que guardan cumplidas anotaciones acerca de los detalles de alguna campaña militar y también nobles de alta alcurnia que harían palidecer de envidia a la más alta aristocracia de la ciudad de las siete colinas. Enfrente de ellos, y dispuestos a vender cara su piel, se hallan los guerreros nativos de Hispania, los mismos que resistieron ante los ejércitos de Roma durante doscientos años y costaron a los del Lacio sus mejores tropas, los generales más brillantes y casi todas las riquezas de las que disponían. La conquista de la Península Ibérica fue un período crucial de la historia del mundo, que decidió, por ejemplo, que no fuera Cartago quien se hiciera con la hegemonía del Mediterráneo, lo que hubiera cambiado por completo la sociedad en la que vivimos hoy en día. Además, esos dos siglos están llenos de momentos triunfales, batallas decisivas, personajes brillantes y también leyendas que aún nos llegan con todo el misterio de una época en la que la Historia se estaba construyendo por primera vez. No en vano la magia, lo absurdo y la intervención de los dioses eran referencias continuas entre los sabios romanos, y de hecho Hispania estaba considerada como un lugar de hechos portentosos, un reducto de brujos y criaturas fabulosas. La Atlántida, la isla del gigante Gerión o el Jardín de las Hespérides se hallaban en Hispania, de forma que los legionarios afrontaban la conquista de estas tierras con un profundo miedo irracional por todo lo que pensaban que se encontrarían en su camino.
Cuenta la leyenda del río do Esquecemento que, en el año 137 antes de nuestra era (a.n.e.), el pretor de la Hispania Ulterior, Décimo Junio Bruto, avanzó en dirección a lo que hoy es Xinzo de Limia al frente de dos legiones, esto es, más de ocho mil soldados. Lideraba una operación de exploración y castigo contra las tribus del norte del río Durio —Duero—, que habían servido de apoyo a los lusitanos durante las guerras de Viriato. Muerto ya el famoso caudillo un año antes, Bruto había obtenido una sonora victoria contra unos sesenta mil galaicos —o por lo menos eso cuentan los historiadores romanos, que siempre fueron muy de exagerar para que quedaran mejor los suyos— en la desembocadura del Durio, en la zona donde hoy se encuentra Oporto, y desde allí marchó hacia el norte para ver qué había y de cuánto se podía apropiar. De los sesenta mil que dicen que cruzaron el río para enfrentarse a los romanos, solo sobrevivieron diez mil y, de estos, seis mil fueron hechos prisioneros. Abrumados por la superioridad de las legiones e incapaces de vencerlas por la fuerza, los galaicos trataron de doblegar su voluntad por medio de la superstición, de modo que empezaron a difundir rumores sobre un supuesto río mágico que se encontraba al norte, que, según ellos, no era otro que el legendario Lethes, el río del infierno que borraba la memoria de aquellos que acababan de morir. Si los romanos se atrevían a cruzar el río, perderían sus recuerdos y quedarían atrapados allí para siempre.
Esta idea aterrorizó a los soldados, que eran capaces de destrozar a cualquier ejército humano que se les enfrentase, pero rehuían por completo las acciones de los dioses por considerar que estaban indefensos ante ellos. Cuando se acercaron a la orilla del río, las legiones se amotinaron y se negaron a cruzar por el miedo atávico que les producía. La leyenda afirma que el propio Décimo Junio Bruto arrebató el estandarte del águila de las manos paralizadas del aquilifer y se internó en las aguas él solo —el escritor Vicente Risco aseguraba que lo hizo a caballo, pero en la mayoría de ocasiones se representa a pie—. Algunas versiones afirman que el mero hecho de contemplar a su líder en la otra orilla con un objeto tan sagrado como el estandarte despertó la rabia de los legionarios y eso pudo más que el miedo. La versión más colorida cuenta que Bruto se volvió hacia los suyos y, para demostrar que las aguas no habían borrado su memoria, llamó por su nombre a todos los oficiales de su ejército e incluso recordó en alto las batallas que había compartido con ellos. Entonces comprendieron que todo había sido un invento de los galaicos y atravesaron la corriente después del general. Era la primera vez que las tropas romanas pisaban aquellas tierras y, aunque la incursión de Bruto no iría mucho más allá, significó un momento histórico en la conquista de Hispania y en la posterior formación de la provincia de Gallaecia.
Esta leyenda sirve a los limianos para organizar una gran fiesta que reivindica su historia y pone en valor su intervención en aquellos tiempos duros. Cada verano, Décimo Junio Bruto vuelve a cruzar las aguas del hoy llamado río Limia y planta en la otra orilla el estandarte romano, lo que se acompaña de exposiciones, un campamento castreño, luchas de gladiadores y un montón de otros eventos en torno al acto en sí. La asociación Civitas Limicorum ha organizado un fin de semana que se resarce de la ausencia provocada por la pandemia. Del 19 al 21, la tribu de los límicos ha acampado otra vez junto al río del olvido, ha tomado las armas y ha recibido a los invasores con ánimo de guerra. Con un espectáculo de humo, música y ejércitos marchando el uno contra el otro, Xinzo vivió en concreto el domingo una jornada grandiosa de rememoración histórica a la que se animó la gente en masa. Las orillas estaban llenas a rebosar cuando se produjo la escena legendaria del cruce del río, y el parque se atestó de gente de todas las edades para contemplar el enfrentamiento entre romanos y castreños por el dominio de esas tierras.
Fueron unas jornadas deliciosas de paseos bajo los árboles, puestos tradicionales y atracciones infantiles de ambientacion antigua. Fue una excusa magnífica para que L y yo fuéramos a Xinzo, disfrutáramos de la gastronomía y las calles engalanadas para la ocasión, y de paso también para que me trajera a casa la reproducción de una caetra y una espada de antenas, que se unen a mi colección de armas históricas. El hallazgo de un artesano que lleva quince años dedicándose a crear obras de arte en madera y cartón piedra me alegró todavía más la experiencia.
El fin de semana en Xinzo valió muchísimo la pena. Las fiestas históricas han vuelto a Galicia y se nota que lo hacen con ilusión, esfuerzo y apoyo popular. La divulgación histórica, la reivindicación de la cultura propia y la diversión generalizada van unidas para crear unas fiestas inolvidables.