Arte y sanidad, la cosa promete. Se me ocurre un gran montaje bajo este título… Pienso en estudios analógicos de da Vinci, la Lección de anatomía de Rembrandt, El doctor Péan operando de Toulouse-Lautrec, El cirujano de Sanders van Hemessen o Un niño enfermo en el templo de Esculapio de Waterhouse… Evidentemente mi optimismo no es utópico, no pienso en originales, imagino reproducciones, paneles o versiones contemporáneas. Me emociono… Para nada.
La realidad discurre alejada de mi pensamiento. El resto del gran anuncio que hay en la entrada me confiesa la realidad a la que me voy a enfrentar. El hospital del Meixoeiro cumple veinticinco años y es una buena excusa, como otra cualquiera, para, con lo que le está cayendo desde los medios de comunicación, lavarse la cara que vienen elecciones. Organizada por el mismo hospital y la Xunta de Galicia se compone de dos partes, una histórica y otra artística. Un núcleo central pobre nos relata la historia del centro a través de algunos objetos logotipados, fotocopias de recortes de prensa y un deprimente vídeo en bucle. Esta parte me pone nostálgico y me recuerda a cuando yo tenía diecisiete años y comisariaba mis primeras exposiciones en centros vecinales, de aquella contaba con cero presupuesto, mucha imaginación y una fotocopiadora. En esta exposición, pese a tener seguro más presupuesto, la imaginación brilla por su ausencia.
La parte artística es una selección de obras realizadas por el personal del centro. Se les ve voluntarios y hay alguna obra con un algo de talento. Pero no hay ni mensaje, ni discurso, ni coherencia, ni gusto en el montaje, ni apenas sentido común. Hay demasiadas obras para el espacio que es y la iluminación de unas entra en el campo de visión de otras.
Además de la pieza donada por Otero Becerra, Código de emoción, una mixta gráfica e informalista, me han gustado dos de las obras: Testigo do Tempo de Mercedes Cabada Fernández, un minucioso dibujo en bolígrafo y tintas sobre cartón y Universo de Papel XI, de Xan Vieito Fuentes, un abstracto en técnica mixta. Rescato ambas aunque me dejan con ganas de ver más obra de ellos para ver sí tienen discurso o se trata de un frágil destello.
El resto de la exposición es arte de mueblería en los mejores casos, o de taller de pintura de asociación de barrio en los peores, que los respeto mucho, pero no es lo que yo busco. Salgo de la Sala 1 con escalofríos, prefiero olvidar y seguir pensando en que ahí he visto a Canogar, al equipo Crónica o, y además recientemente, a Tino Canicoba.
Mientras tanto el doctor Nicolaes Tulp me mira desde lejos riéndose de mi inocencia.