El título ya es una clara lectura de principios. Collazo piensa a lo grande y todas las obras se muestran con espíritu de instalación y ninguna, parafraseando a Hemingway, es una isla en sí misma. La que no se representa dentro de una serie que la respalda, se hace acompañar de elementos diversos que la enriquecen. Unas incluyen iluminación, otras invitan a la interactuación o tienen movimiento o dada su configuración suponen un esfuerzo visual o reflexivo para el consumidor en un alarde de objec trove, dadaísmo, situacionismo, arte cinética, mentalidad punk, un poquito de espíritu de vodevil y una auténtica locura si tienes la suerte de que el artista te acompañe y te explique el qué y el porqué de cada pieza.
Ningún artista que conozca tiene un pensamiento plano y lineal, pero Juan Collazo siempre me ha parecido el no va más en este punto. Pasa de la euforia a la reflexión en segundos y siempre está lo suficientemente serio para reírse de sí mismo o de su obra. «Me gusta tocar muchas cosas, en ninguna soy muy bueno. Pero el concepto es importante» me confesaba días antes de la inauguración de su muestra. Y se puede resumir con esa máxima. Es un viaje por la curiosidad creativa que va probando caminos que no finalizan. Pero me atrevo a decir, contradiciendo a Juan, que no llegan a su final no porque no sea bueno, sino porque como toda persona inquieta se aburre de las cosas que le empiezan a robar demasiado tiempo. Ya que estamos entre amigos he de confesar que a mi me pasa lo mismo.
La visita a la exposición en Dinamo es muy orgánica. La visión de cada pieza nos incita a ver la siguiente buscando interrelaciones que si le echamos la suficiente imaginación aparecen. «Voy a hacer una exposición de arte con ceptual» no es un juego, pero no deja de ser nada más que un juego, una burla y una feroz crítica al arte actual, a la figura del artista, al espectáculo, a la filosofía, a las modas y a la forma que tenemos los humanos de relacionarnos.