«Doctor Chema, eso de que me falta un tornillo lo vengo oyendo desde que era una cría, pero loca, le aseguro que no estoy. Así que mire a ver si se le quita esa tontería de ir diciendo que soy su paciente, porque yo no preciso de sus servicios. Que una cosa es que, como dice mi amiga Catalina, una no pueda escapar de su pasado, y otra muy diferente que me vaya a quedar de brazos cruzados esperando a que me pongan una etiqueta que no toca».
De esta manera tan peculiar comienza la narración en primera persona de Vicenta, una señora que nació en Villel de Mesa (Guadalajara) y lleva desde los dieciséis años viviendo en Barcelona. Allí ha amado, cuidado y trabajado duro, y al final ha terminado ingresada en una clínica psiquiátrica. Porque la particularidad de Vicenta —Vivi para los amigos— es que puede comunicarse con los espíritus, y eso la va a meter en bastantes problemas. Al principio, su bisabuela Quiteria —«la Nana, que así la llamábamos todos»— le da tres normas muy importantes que debe cumplir con respecto a su don: solo transmitir mensajes de amor, no inmiscuirse en asuntos de dinero y no adivinar el futuro, por mucho que los espíritus insistan. Como ocurre en las mejores comedias de enredos, Vivi irá saltándose las normas una por una, en situaciones cada más cómicas, más disparatadas y más tiernas. Porque en el fondo ella es todo ternura y solo quiere ser feliz con su don, que también tenía la Nana, y le acabó complicando la vida igual que a ella. El doctor José María Manzano, «doctor Chema», intenta durante todo el libro averiguar cuánto hay de verdad en la historia de Vivi y cuánto de locura, si el gato del que habla es real, si su familia es caótica como ella lo cuenta y mil detalles más. La búsqueda de Chema es la nuestra propia, igual que su cariño por Vivi y su deseo de que pueda curarse. Si es que lo suyo tiene cura, que es muy dudoso.
La vida de esta mujer es un repaso por las últimas décadas de la España más auténtica, la de los pueblos castellanos y la dureza de su existencia, la migración a las grandes ciudades en busca de mejores posibilidades, una chica valiente, un trabajo modesto, un matrimonio, hijas y varias conversaciones con espíritus. ¿Qué puede haber más típico que eso?
Berrueco utiliza la ironía para retratar sin prejuicios la vida en la Barcelona de la segunda mitad del siglo XX, las esperanzas y las desilusiones. Vivi es uno de los personajes más adorables de la literatura de los últimos años, comparada en ocasiones con la portera de «La elegancia del erizo», de Muriel Barbery. Y durante su viaje conocerá a Catalina Mariana, una chica latina que es todo lo contrario a ella, como el Sancho Panza que estaba buscando Don Quijote, así que el desastre está asegurado.
«Cuando los ojos no ven» fue la segunda obra de Rubén Berrueco, después de «Entre turrones», novela costumbrista y de reencuentro con el pasado. La vida en los pueblos y la migración, las raíces y la identidad de su gente constituyen motivos muy importantes en las historias de este autor maño, afincado, también él, en Barcelona, pero en la actual.
Vivi es la representación de todas las personas que buscaron un porvenir lejos de sus aldeas y pelearon muy duro para salir adelante, con las ganas, el valor y la fortaleza de los verdaderos héroes. Y a esa generación le debemos que hoy podamos disfrutar de tantas cosas.