«INSTRUCCIONES PARA EL USO
Estas historias se publican con la amable autorización de la RAI (Radio-Televisión Italiana). De hecho, fueron escritas para un programa radiofónico que se titulaba precisamente Cuentos para jugar, que fue emitido en los años 1969-70. Estos mismos cuentos aparecieron después en el Corriere dei Piccoli.
Cada cuento tiene tres finales, a escoger. En las últimas páginas el autor ha indicado cuál es el final que él prefiere. El lector lee, mira, piensa y si no encuentra un final a su gusto puede inventarlo, escribirlo o dibujarlo por sí mismo. ¡Que os divirtáis!».
Así comienza «Cuentos para jugar», un libro que revoluciona la manera de entender los libros. Durante los tiempos antiguos y hasta la Edad Media, las obras de arte, y sobre todo los textos escritos, eran consideradas como legado de un pueblo en su conjunto y solo a partir de la Edad Moderna, con la invención de la imprenta de Gutenberg, el texto queda asimilado al libro físico, que puede poseerse. El autor se convierte en una figura reconocida, a la que se otorga un mérito individual. El foco de la creación literaria se pone solo en el autor, mientras que el lector resulta un elemento pasivo y la obra es inmodificable.
Estas ideas cambiaron tras la Segunda Guerra Mundial. Teóricos como Roland Barthes y el propio Rodari afirmaban que toda creación literaria es el resultado de muchas creaciones anteriores a ella, de manera que el autor solo es un Demiurgo, un alfarero que modela el barro para darle una forma distinta. Pero además, el lector no debe ser un elemento pasivo, sino un reconstructor del relato, según su propio entendimiento. El foco de la creación ya no se pone en el autor, sino en la obra, e incluso más que eso en el lector, ya que no habrá un modelo único de comprensión del mensaje, sino que cada lector lo interpretará a su manera. Rodari decía que la fantasía no es una habilidad mágica que solo unos pocos pueden cultivar, sino que está a la base de la mente humana, y por tanto cualquier individuo está capacitado para crear historias. Es más, todo individuo debe crear historias, ya que, como cualquier habilidad, la práctica repetida mejora sus resultados. En el modelo clásico de enseñanza, el alumno solo se dedica a recibir los conocimientos que otros le legaron, pero Rodari apostaba por una intervención activa del estudiante, que reinterpretara todo el saber anterior a su tiempo e incluso lo cuestionara, como hizo Aristóteles.
Por esta razón, pasó años visitando colegios y trabajando con niños, leyendo sus cuentos en alto y proponiendo tres finales, para que cada lector eligiera su favorito. De esa forma, no es el autor quien decide la historia, sino el lector, según su perspectiva. Y el lector puede poner esa opinión en común con otros y, de esa manera, comunicarse a través de su fantasía, no del orden establecido por la sociedad.
Gianni Rodari fue periodista, director de publicaciones, colaborador en programas de radio y televisión, escritor y, sobre todo, fue una persona que nunca aceptó el estado de las cosas. Siempre apostó con firmeza por reescribir el mundo, empezando por el de los más pequeños. «Cuentos para jugar» contiene historias tan deliciosas como «El tamborilero mágico», «Pinocho el astuto», «Aquellos pobres fantasmas», «El perro que no sabía ladrar», «La casa en el desierto» o «El flautista y los automóviles». Y cada uno de ellos con tres finales, para que sea cada cual quien escoja el suyo. Decía Barthes que el autor no es el foco de la historia, pero hoy vamos a darle algo de mérito a Rodari, porque verdaderamente fue un genio.