Este 13 de noviembre se celebra un Día de las Librerías atípico, como todo lo que está ocurriendo este año. Ferias del Libro, Día das Letras Galegas… La literatura al completo se ha visto alterada por una pandemia que ha llenado el mundo de víctimas inocentes, familias que no se pudieron despedir, distancia social, protocolos y miedo. Todo el mundo tiene miedo y lo exterioriza como rabia, desapego, violencia verbal o incluso física, desprecio y malestar. La literatura es un reflejo de la vida, pero también puede convertirse en la solución a ese miedo interno que no sabemos qué hacer con él. Quizá sea el mejor momento para volver a disfrutar de la paz que se respira en las librerías.
Yo aprendí a leer en mi casa, gracias a mis padres, pero los que de verdad me enseñaron la gracia que tiene la lectura fueron los libreros. Primero con cuentos ilustrados, luego con tebeos, más tarde con clásicos juveniles y finalmente con novelas. Fui creciendo de su mano a través de publicaciones a veces adecuadas para mi edad y, con más frecuencia, transgresoras, locas e inapropiadas. Era solo un chaval cuando vi a Superman construir una espumadera gigante para salvar a los náufragos de un barco destruido por un gigante hecho de residuos químicos; cuando vi a Sandokan dejar todo lo que había significado su vida de pirata porque se había enamorado de la sobrina de su peor enemigo; cuando vi al profesor Aronnax y a Ned Land ir en busca del monstruo marino que aterrorizaba las rutas de navegación, solo para encontrarse algo que no esperaban.
La lectura me ha alegrado los momentos más felices y me ha acompañado en los más tristes. Me he sentido identificado con el dolor de los escritos de Mathias Malzieu, que vierte todo su dolor en la escritura. He comprendido la rabia que debió inundar a Miguel Delibes, porque es la misma que tengo yo cuando me adentro en sus novelas.
Gracias a la lectura, he conocido Alaska junto a los buscadores de oro, la Costa de los Esclavos junto a los negreros, el río Congo junto a los cazadores de marfil, el desierto del Sáhara junto a los nómadas de las largas caravanas, el Mediterráneo junto a los corsarios berberiscos o Galicia junto a los irmandiños. Y en todos esos viajes, siempre conté con la ayuda de algún librero, que me acompañó en la dura elección del siguiente libro, la siguiente aventura. Almas dotadas de una empatía singular, los libreros parecen descubrir tus más íntimos deseos y volcarlos en páginas, parecen radiografiarte solo con unas palabras y poner en tus manos ese tesoro que ni siquiera tú sabías que estabas buscando.
Es más, durante estos años he tenido la suerte añadida de poder interactuar con ellos como escritor y como colaborador de este diario, y siempre he recibido de su parte una palabra amable, una disposición infinita y unas ganas de cambiar el mundo a base de letras. Desde sus pequeños reductos de ilusión, nada es imposible para ellos, ninguna petición resulta desatendida y ningún encargo recibe un no. Y siempre con una sonrisa, incluso en los peores momentos.
Este 2020 ha golpeado con dureza a un negocio que nunca fue boyante. Muchas librerías han tenido que cerrar y otras viven con el miedo a un nuevo confinamiento. Tienen que enfrentarse a enemigos muy poderosos, como son las plataformas digitales o las redes sociales. Todos ellos pelean por la atención de las mismas personas, que con frecuencia ven imposible tener la concentración necesaria para ponerse a leer un libro hoy en día.
Y quizá esta sea la mejor solución a lo que nos está pasando. En una sociedad demasiado convulsa, en la que todo el mundo parece llevar razón sobre las cuestiones más diversas, en la que las redes sociales se han convertido en lugares donde verter la rabia y lanzar insultos a perfectos desconocidos, yo reivindico la paz y el silencio de las librerías. Allí no hay rabia ni insultos. Allí todo el mundo entra en busca de un pedazo de felicidad y os garantizo que los libreros son capaces de dispensarla, aunque solo sea pasajera. Hasta que abras el siguiente libro.
En un mundo que cada vez parece más acostumbrado a los gritos, yo me voy a poner a leer. Os deseo un feliz Día de las Librerías 2020.