Se cumplen hoy 60 años de la compra del manuscrito original del Cantar del Mío Cid por parte de la Fundación Juan March, que posteriormente lo donó al Ministerio de Cultura. Desde entonces se encuentra en una cámara acorazada de la Biblioteca Nacional, donde constituye uno de sus tesoros más valiosos. Ramón Menéndez Pidal lo describió como «primer monumento de nuestra literatura» y la historia del códice es tan apasionante como la que cuenta el propio texto.
«e los que conmigo fuéredes de Dios ayades buen grado, e los que acá fincáredes quiérome ir vuestro pagado. Entonçes fabló Alvar Fáñez su primo cormano: convusco iremos, Çid, por yermos e por poblados, ca nunca vos fallesceremos en quanto seamos sanos convusco despenderemos las mulas e los cavallos e los averes e los paños siempre vos serviremos como leales vasallos. Entonçe otorgaron todos quanto allí fue razonado… Mio Çid movió de Bivar pora Burgos adeliñado, assí dexa sus palaçios yermos e desheredados».
Así comienza la primera obra poética extensa de la lengua castellana y el más importante cantar de gesta de la literatura española. Además, presenta el detalle de que de él se ha conservado casi su totalidad, a excepción de la primera hoja y dos del interior.
Narra la historia de Rodrigo Díaz, natural de Vivar ⸺hoy Vivar del Cid, en Burgos⸺ , un infanzón que, a finales del siglo XI de nuestra era, sufre el destierro por parte de su rey, Alfonso VI de León, apodado «el Bravo». Todo se debe a una conjura en su contra que al héroe le supone la confiscación de sus bienes y la obligación de abandonar el reino con su nombre manchado, mientras deja a su esposa y sus hijas en el monasterio de San Pedro de Cardeña, en Burgos. Él sabe que todas las acusaciones son falsas, pero no tiene otra forma de probar su honor que a través de las armas, en una larga travesía acompañado por solo unos pocos de sus hombres.
La historia, en realidad, comenzó con la traición de un noble. Siendo uno de los hombres de confianza del rey, Rodrigo había recibido el encargo de este de cobrar los impuestos que le debía el rey moro de Sevilla, pero en el transcurso de ese viaje sufrió el ataque del conde García Ordóñez, que ayudaba entonces al rey taifa de Granada contra su vecino. Rodrigo logró proteger lo recaudado y vender a García Ordóñez, pero en la corte surgieron los rumores de que pretendía quedarse las riquezas que correspondían al rey. Ante semejante mancha en su honor, Alfonso ordenó su destierro inmediato.
El Cantar del Mío Cid empieza, por tanto, con la marcha del héroe hacia tierras enemigas y la manera de recuperar la gracia de su monarca. Seguido por un pequeño ejército de hombres sin más futuro que el suyo, Rodrigo logra conquistar Alcocer, Castejón y finalmente Valencia, tras lo que obtiene el perdón real y uno de los mayores honores posibles en la época: las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol, contraen matrimonio con dos nobles de la corte de Alfonso, los infantes de Carrión, por lo que el linaje del héroe asciende enormemente de nivel social.
Pero esto solo es una ilusión. Los infantes resultan ser unos cobardes que se escudan detrás de su título y a los que encubren los propios soldados del Cid. Furiosos, los nobles llevan a sus esposas al robledo de Corpes, en Guadalajara, y allí las atan a un árbol, las azotan y las abandonan para que se las coman los lobos. Por suerte, las jóvenes logran sobrevivir y el Cid acude al rey en busca de retribución. Este accede a su petición y otorga una justicia ejemplar: los infantes de Carrión se enfrentan en duelo a los capitanes del Cid ⸺ni siquiera ante un noble, lo que supone un insulto a su condición⸺ y quedan deshonrados ante la corte, mientras las dos hermanas establecen un compromiso nupcial con los príncipes de Navarra y Aragón.
El texto trata de continuo el asunto de la nobleza hereditaria de las grandes familias frente a la honra obtenida mediante el valor y los actos heroicos. Rodrigo es un caballero de baja hidalguía que, sin embargo, gracias el esfuerzo con las armas y la defensa de su señor ante las circunstancias adversas, logra el máximo de los honores posibles, esto es, emparentar con la realeza. No es un ser sobrehumano, de hecho en varios pasajes se retrata su humanidad, sus debilidades y los esfuerzos que tiene que hacer para lograr su objetivo. Eso es algo muy raro en los cantares de gesta de su tiempo, que en realidad sirve para resaltar aún más la grandeza del héroe, que sufre dos caídas en desgracia ⸺el destierro y el deshonor de sus hijas⸺ y de las dos sale fortalecido más todavía. De hecho, en todo momento el texto resalta la templanza del Cid, que no se toma la justicia por su mano, sino que acude a su rey para que sea él quien ejerza la justicia que le corresponde. Además, al principio, también hace hincapié en la manera en la que el héroe guarda en todo momento el «quinto real» o quinta parte del botín que obtienen durante su viaje de conquista, para entregárselo en cuanto puedan al rey como muestra de respeto, aunque por ley ya no le correspondía al tratarse de personas desterradas.
El Cantar de Mío Cid es un compendio de las mayores virtudes de la Edad Media, que el autor pone muy por encima de los linajes heredados y por ello muestra que al final reciben su recompensa. Es, por supuesto, una narración literaria y su contenido guarda poca relación con la historia auténtica. Ni los infantes de Carrión ni las hijas del Cid existieron como tales, ni tampoco la afrenta del robledo de Corpes u otras leyendas que rodean al héroe, como la de la jura de Santa Gadea. El texto sirve como un resumen de antiguas tradiciones orales, redactadas al estilo de los cantares de gesta franceses.
El manuscrito del que disponemos consiste en más de 3700 versos distribuidos en 74 páginas de pergamino. Sobre esta obra elaboró su formidable trabajo el filólogo e historiador Ramón Menéndez Pidal, cuyo trabajo marcó la historia casi tanto como el propio cantar. El texto permaneció guardado por su familia desde finales del siglo XIX, después de haber pasado por el Archivo del Concejo de Vivar y por un convento de monjas. La familia del marqués de Pidal protegió el manuscrito, lo trasladó a Ginebra durante la guerra civil y luego lo devolvió a España, y en ningún momento aceptó las ofertas de compra por parte de magnates extranjeros, algunas de ellas muy cuantiosas. El Museo Británico y la Biblioteca de Washington ofrecieron cifras altísimas e incluso un cheque en blanco por hacerse con él, pero los Pidal rechazaron cualquier intento de negociación, con la idea de que permaneciera siempre en España.
El 20 de diciembre de 1960 aceptaron la venta, por diez millones de pesetas, a la Fundación Juan March, con la condición de que esta se lo donara al Ministerio de Cultura, como en efecto hizo diez días después. El propio Menéndez Pidal asistió a la firma, que se convirtió en un acto histórico.
Desde entonces, el manuscrito del Cantar del Mío Cid se encuentra en una cámara acorazada de la Biblioteca Nacional de España y solo se pudo exponer durante un tiempo limitado en 2019. Su estado de conservación es delicado, pero su valor es inmenso. Se trata, como dijo el filólogo, de «el acta natalicia de la literatura española».
En lugar del original, en la Biblioteca puede visitarse un facsímil, que muestra en toda su grandeza el tesoro que realmente guarda aquel lugar. Un manuscrito por el que la Fundación Juan March pagó una fortuna de entonces y que constituye uno de los pilares más firmes de las letras castellanas.
Y toda una lección de valores nacidos en la Edad Media.