¿Estamos con el cuerpo lector este verano vigués de tiempo otoñal? No olviden apuntar, además de novelas y ensayos varios, algunas novelas gráficas. A mediados de julio la ACDCómic (Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España) ha publicado sus “Esenciales”, una treintena de cómics recomendados que han sido publicados en lo que llevamos de año. Esta asociación aglutina a docenas de críticos, periodistas y profesionales del estudio y divulgación del cómic y semestralmente proponen un paquete de recomendaciones de las novedades editoriales. No dejen de ojear sus redes sociales o su web para conocer cada nueva tanda de “Esenciales”: a razón de dos por año están constituyendo un catálogo más que nutritivo de buen cómic, desde 2013.
Podría decir que estas diez recomendaciones, siendo personales, propias, podrían ser mis favoritos del primer semestre de 2021 al que atienden los últimos “Esenciales”, con lo que de partida se propone un juego: ¿cuáles de estos diez títulos fueron elegidos también por la ACDCómic –de la que sí, formo parte también-? Francamente, casi, casi todos. Los que coinciden se pueden rastrear en la web de la asociación, desde ahí podrán conocer otras reseñas, acaso más profundas que las que aquí hay, de esos cómics que por leer este artículo les pudieran apetecer.
Y fin de preámbulos. Tomen nota, estas lecturas, asociadas a “palabras clave”, las recomendamos sin reservas:
1. Infantil , juvenil, familiar: Snapdragon de Katy Leyh (Astronave) [cada título enlaza a la web del editor, con información, a veces opción de compra e incluso en casos la posibilidad de leer primeras páginas de la obra]. Un canto a la amistad, a conocerse, a apreciarse a uno mismo y tolerar a los demás. La amistad entre una joven a punto de empezar a descubrir todo lo que la vida es y una mujer mayor de vuelta de todo (lo atestiguan sus heridas físicas) concreta un trabajo tan bonito y de lectura liviana como hondo en su mensaje. Bellas lecciones vitales en un cómic fresco, imaginativo, que flota suavemente entre el relato costumbrista y cierto apego por lo fantástico, en forma de imaginación desbordada infantil. Una de las sorpresas del año que se beneficia gráficamente de un estilo limpio, dinámico, cargado de expresividad y muy contemporáneo (a los lectores puede recordarles a series como Steven Universe -Cartoon Network-).
2. Cómic social: Todo bajo el sol de Ana Penyas (Salamandra Graphic). Ana Penyas asomó la cabeza al mundo del cómic con Estamos todas bien… y arrasó. Con esta obra recibió el Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac-Salamandra Graphic en 2016. En 2018 fue proclamada autora revelación en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona y recibe el Premio Nacional de Cómic. ¿Quién da más? Lógicamente, la nueva obra de la autora. En Todo bajo el sol lo social y lo emocional se imbrican (lo hacía ya en su debut). Fluyen para narrar una historia ―desde los años sesenta hasta el presente― de la especulación urbanística en el levante español. La mirada profundamente social de Penyas empatiza con quienes sufrieron dicha apisonadora de, digamos, progreso de purpurina sumiso al turismo internacional.
3. Autor maldito: Romeo muerto de Santiago Sequeiros (Reservoir Books). Si un creador de cómics puede enarbolar la bandera del malditismo en una historia de superación y final feliz ese es Sequeiros. No se entiende su obra sin su vida, la del abandono al alcohol y la superación de su yugo a través del arte, de su creatividad incendiaria. Romeo muerto es el final más feliz, una obra inmensa en tamaño y en profundidad. De narrativa casi incomprensible, no cabe buscar un relato en este Romeo, sino un pathos, que dirían los clásicos, propio de un autor descomunal. Las páginas de Romeo muerto asombran en su barroquismo oscuro, y sus fantasmagorías son el eco de la sensibilidad de Sequeiros. Un eco sin modular, pasmoso, obsceno a veces, poético siempre, al que hay que aventurarse sin brújula y sabiendo que no hay senderos en él, ni siquiera aquellos que se bifurcan. Romeo Muerto es un Amazonas narrativo.
4. Memoria, sostenibilidad, cultura: Los grandes espacios de Catherine Meurisse (Impedimenta) puede ser, ya, uno de los cómics que ocupe el podio de los mejores de 2021. En este libro de preciosa edición la humorista de Charlie Hebdo nos habla de su infancia, una recuperación de la memoria para poner en primer plano el compromiso singular de una (su) familia con la tierra, las raíces tanto físicas (las de los árboles y plantas que nos rodean o plantamos, que nos alimentan y conforman con el resto de la vida nuestro ecosistema) como anímicas (la cultura que atesoramos, que nos hace ser quien somos). Profundo, precioso, a destacar la labor de la colorista Isabelle Merlet y perfumado de esa ligereza en la narración que hace a Meurisse una referente dentro del noveno arte. Qué difícil es hacer que parezca fácil algo como Los grandes espacios.
5. Biografía, novela gráfica: Ethel y Ernest de Raymond Briggs (Blackie Books). Parece que en 2021 vamos a, definitivamente, poner a Briggs en el lugar destacado que le corresponde. El autor de álbumes para niños tan encantadores como Papá Noel (1973) o El muñeco de nieve (1978) posee una carrera paralela para lectores adultos que, se diría, ha sido sistemáticamente ninguneada en España. Ethel y Ernest se corresponde a esta faceta, y también constituye una de las primeras novelas gráficas actuales. En este libro Briggs recorre el s XX de Gran Bretaña a través de la vida de sus propios padres. Pero uno duda qué pesa más, si el retrato general y socialmente muy comprometido con las clases trabajadoras, o la carta de amor tan maravillosa hacia sus padres que supuso hacer (y para nosotros, leer) este libro.
6. Poesía, experimental: La isla de Maite Alvarado (Reservoir Books) es un trabajo que se mece, desde la belleza gráfica y narrativa, en aguas de experimentación formal para hacer flotar un cuento hermoso, misterioso, con ecos de Hemingway incluso, sobre las relaciones entre los habitantes de una isla y el mar. Visualmente embauca al ojo, formalmente la edición vuelve esta novela gráfica un objeto especial, y narrativamente el lirismo dulce pero tocado de cierto misterio hacen de este cómic una de las obras de la temporada.
7. Cómic-objeto: Warburg & Beach de Jorge Carrión y Javier Olivares (Salamandra Graphic) es un cómic sobre literatura, sobre libros, sobre bibliotecas y librerías… pero sobre todo es un hermoso e inaudito (o casi, no exageraremos) tebeo por su forma, una osadía narrativa que solo cabe imaginar un triunfo en manos muy, muy expertas y sabias. Javier Olivares ya no tiene que demostrar nada ni al medio ni a sus lectores, y sin embargo aquí lo tenemos, tras tours de force como La cólera con Santiago García de 2020, volviendo a hacer lo que mejor le sale: juguetear con sabiduría y llevar su estilo gráfico a lugares por los que no había paseado aún.
8. Experimental: Saqueo de Frederik Peeters (Astiberri). Buen movimiento del editor: hace poco, Astiberri sacó Oleg, un cómic autobiográfico de Peeters. Eficaz, maravillosamente dibujado y quizá algo complaciente, en él el historietista suizo nos cuenta, entre otras cosas, cómo surge la idea de Saqueo. Pocas semanas después Astiberri publicaba dicha obra, lo que propone una doble lectura casi de causa-efecto. Pero Saqueo es más interesante que la muy formal novela gráfica previa. Es un salto al vacío experimental donde no hay una narración sino una concatenación de espacios surrealistas ligados a un personaje humanoide, donde de fondo alguno puede advertir una preocupación ecologista del autor con respecto al planeta, y hacia dónde lo estamos llevando. Enormes y recargadas ilustraciones que beben de los surrealistas y de El Bosco, de David Lynch y del barroquismo de Jeunet y Caro, de Moebius y Geof Darrow. Un festín visual libérrimo.
9. Historia: Revolución de Florent Grouazel y Younn Locard (Planeta cómic). El cómic es un medio óptimo para el subgénero de la narrativa histórica. Y dado que el ritmo de lectura nos permite como lectores detenernos a nuestro antojo ante una viñeta, podemos pararnos cuanto queramos en esas escenas, en sus recreaciones visuales para recrearnos en cada detalle plasmado gráficamente. Esto conlleva el peligro del autor virtuoso que, abandonado al detalle de la representación, olvida lo importante: contarnos un relato convincente, no lastrado de didactismo hueco, emocionante. Grouazel y Locard son ambiciosos: recrear en varios tomos la Revolución Francesa desde todos los ángulos no parece tarea fácil, pero si juzgamos por su primera entrega tiene madera de futuro pequeño clásico del cómic histórico. Porque es una obra perfectamente contemporánea, de tratamiento gráfico nada acartonado, hija de su tiempo y nieta de la nouvelle Bd de los noventa, aquel movimiento renovador del cómic galo con nombres como Sfar o Blain. Un tapiz inmenso donde antes que los hechos, los datos y la recreación de cartón piedra, destacan las pulsiones de las personas y los distintos estratos sociales involucrados en la Revolución.
10. Juvenil, terror (y casi Netflix) Hay algo matando niños de James Tynion IV, Werther Dell’Edera y Miquel Muerto (Planeta), es la nueva sensación del cómic comercial norteamericano. No es de extrañar, porque lo tiene todo para, ¿cómo decirlo?, para petarlo. No, no estamos ante un trabajo mayúsculo pero es indudable el buen hacer de los autores y el gancho comercial de su obra. Su relato se emparenta hábilmente con otro que los jóvenes de medio planeta siguen con fervor y cuya cuarta temporada no acaba de llegar: el universo de Stranger things, la serie de Netflix. No, no guarda relación con ella, ni es spin off ni nada relacionado con “Once” y sus amigos. Pero igual que esa serie, Hay algo matando niños es un relato de adolescencia con peligros paranormales. Una historia que coquetea con el terror o se zambulle en él directamente. Frente a la serie emblema del canal de pago, el cómic no juega a la nostalgia ochentera, sino que planta cara a los problemas más oscuros de la adolescencia de hoy (¿o de siempre?). Inseguridades adolescentes, bulling, ansiedad “teen”… el relato de terror como metáfora de lo menos “cuqui” de la E.S.O. ilustrado con una planificación ágil y un empleo del color digno del género del horror. Y por cierto, deberían premiar a Hay algo matando niños al mejor título sórdido para una obra de ficción.