Eran las 6 de la tarde en la plaza do Rei del pasado veinticuatro. Día de verano y un sol de justicia que hacía que fuera necesario buscar una sombra. Me reúno delante de la puerta del Concello con Pedro y su amigo Miguel Ángel, al que no tenía el gusto de conocer. Preguntamos a unos empleados municipales para poder entrar en el auditorio del edificio, y nos señalaron una puerta lateral por la que accedimos al interior de la sala.
En el interior se estaba más fresco que en la calle. Sólo estaban trabajando los técnicos de la empresa concesionaria probando el sonido, por lo que deambulamos un rato por la sala curioseando un poco. Aproveché para subir al escenario para matar la curiosidad y echar una mirada «entre cajas», que es lo que no se ve desde el patio de butacas. No había nada especial, los cortinones negros y algunos enseres propios de un espacio de actuación.
Al poco rato nos dijeron alguno de los empleados que debíamos anotar el nombre y DNI de todos los asistentes y su localización, por protocolo Covid. Quedamos ciertamente sorprendidos porque esa tarea se supone la debe de hacer la empresa concesionaria. De todas formas nos pusimos a la tarea y fueron las parejas de Pedro y Miguel Ángel quienes al final hicieron ese trabajo.
Poco después comenzó a llegar la gente y a entrar en la sala previa anotación de sus datos. Había familiares nuestros y amigos, unos de trato frecuente y otros a los que hacía tiempo que no veíamos. Fue muy agradable que acudieran a la cita y se lo agradecimos cumplidamente.
Al poco rato el alcalde Caballero hacía su entrada en la sala y saludaba a Pedro, el autor del libro que íbamos a presentar. En ese momento las mariposas ya revoloteaban por mi estómago. Pedro me había encargado que en la parte final del acto le hiciera una pequeña entrevista para ilustrar mejor su obra. Lo de subirte a un escenario, si no tienes costumbre, siempre te dispara un poco el sistema nervioso. Antes de entrar el público Pedro y el que suscribe hicimos una pequeña prueba en el escenario probando los micrófonos, que afortunadamente funcionaban.
La sala al poco rato, salvo las butacas de la pandemia, estaba llena, un pequeño gran éxito de momento. Alberto, editor del libro y gerente de Cuñas Davia se subió al escenario delante del atril para abrir el acto, sin papeles, hablando con fluidez, de una forma sencilla y sin embargo brillante. Dio paso al Alcalde que enseguida se puso tras el atril. Descubrir ahora el dominio de las tablas y de la palabra de Abel Caballero está demás, porque se trata de un profesional y es algo que domina perfectamente.
El Alcalde habló, antes de hacerlo sobre el libro, de la pintora Ángeles Jorreto emparentada con la familia del autor, y lo hizo con admiración aclarando que tiene un cuadro de ella en su despacho.
Después habló con una cierta profundidad sobre Pedro, el autor y «El ayer que se nos fue». Caballero se refirió a esas generaciones nacidas en plena postguerra española, en una época tan difícil, por eso el Alcalde hizo hincapié en el mérito de esos españolitos que tuvieron que pasar por tantos sacrificios. El regidor vigués finalizó su discurso, se despidió del autor y se marchó pues su agenda era apretada.
Alberto de nuevo en el escenario, dando la palabra a Miguel Ángel López, amigo del alma de Pedro. Miguel Ángel saludó en castellano y euskera. Comenzó sus palabras con el libro de «Merlín e familia» del autor Alvaro Cunqueiro, para encontrar una cierta analogía entre esta obra y «El ayer que se nos fue». Miguel Ángel continuó su discurso haciendo mención al libro que estábamos presentando y, a mayores, a los dos libros anteriores de Pedro, «Los Úbeda en su historia» y «El manuscrito de Ribadavia», finalizando y agradeciendo a Pedro el regalo de su tercer libro.
A mí me gustaron las palabras de Miguel Ángel, espero que cuando un amigo tenga que hablar sobre un libro mío lo haga de esa forma tan cariñosa y amable.
En ese momento me sentía como el torero esperando que se abriera la puerta de toriles para ver qué morlaco le tocaba en suerte. Alberto nos dio paso y Pedro y el que esto escribe subimos al escenario y ocupamos nuestros asientos. En ese momento hay que dominar los nervios y hacer como que eso lo llevas haciendo toda tu vida. Cogimos los respectivos micrófonos de mano, y procedí a saludar a mi entrevistado y a todos los presentes.
Al comienzo mi voz denotaba que algún nervio estaba suelto, pero conseguí estabilizarme y comencé mi entrevista. Me la sabía de memoria de tanto releerla, pero fui siempre por los raíles de las preguntas escritas para controlar la situación y evitar sorpresas desagradables. Le pregunté a Pedro sobre la elaboración del libro, de Ribadavia, del nacional catolicismo, del «Destornillo», de como veía Vigo a estas alturas y de algunas cosas más. Fueron una decena de preguntas que Pedro contestó brillantemente como en él es habitual.
Al final le felicité por su magnífico libro, diciéndole que había sido un placer hacerle la pequeña entrevista. Los aplausos de rigor y se abrió un turno de preguntas a Pedro entre los asistentes. Después de eso Alberto cerró el acto con más aplausos y al fin pudimos bajar del escenario, creo que con el deber cumplido, y la adrenalina haciéndose notar.
Varios asistentes abordaron a Pedro para que les firmara el libro, como es de rigor. Al rato dejé a Pedro aún dedicando su obra y me despedí de él y de Miguel Ángel hasta una próxima ocasión.
Sirvan estas líneas para agradecer a Pedro que quisiera contar conmigo en la presentación de su libro. Tomamos contacto mediante un correo que me envío preguntando por unas fotos antiguas de Vigo, y poco tiempo después puedo decir que cuento con un grandísimo amigo.
Pedro, nos vemos en la presentación de tu próxima obra, y si no siempre tendremos el «Café Gijón enxebre» donde compartir una botella de la bodega familiar al calor de una buena conversación.