Esta semana ha cumplido años Carlos Puerta, uno de los autores españoles con mayor proyección internacional y con una de las carreras más impresionantes en su haber. Madrileño afincado en Vigo desde hace años y merecedor del reconocimiento de la crítica y el público, tanto en el mercado español como el francés, ha alternado las temáticas histórica, fantástica, infantil o de aventuras, sumadas a algunas adaptaciones de clásicos universales. Hoy hablamos de uno de sus cómics más representativos: «El Barón Rojo», con guion de Pierre Veys.
La historia empieza en plena guerra mundial, con un biplaza alemán pintado de rojo que persigue a uno francés. La paz de la campiña se rompe con el vuelo salvaje de los aviones, la cacería, los disparos y la muerte de un piloto. Dos jóvenes que poco tiempo antes podrían haber sido amigos, haber compartido espacio y disfrutado de algún tiempo juntos se han enfrentado a muerte y uno de ellos ha caído derribado. No se conocen absolutamente de nada y sin embargo las enseñas en su avión los han convertido en enemigos mortales. Están en guerra y cada ejército selecciona a aquellos muchachos dispuestos a cualquier cosa por defender su país.
Nos hallamos en la Gran Guerra, la época de los primeros ases de la aviación, pioneros de la lucha aérea que experimentaban con máquinas recién diseñadas, sin defensa posible si pasaba algo. Nombres como Roland Garros o Antoine de Saint-Exupéry fueron pilotos en ese tiempo, pero nadie se hizo tan célebre como Manfred von Richthofen, apodado el Barón Rojo. Soldado de caballería durante los primeros años de la guerra, pronto se unió a las incipientes unidades de aviación y fue tal su éxito derribando enemigos que está considerado el «as de ases». Para los alemanes resultaba una figura casi legendaria, un héroe del que se contaban historias maravillosas, como que dejaba marchar a sus víctimas heridas, sin rematarlas, en una actitud de enorme caballerosidad. Frente a la suciedad de las trincheras, la humedad, las botas desgastadas y el tifus, los aviadores parecían dioses para los propios soldados, y Richthofen se ocupó de engrandecer su leyenda al pintar su avión de un color rojo brillante, para amedrentar al enemigo. Todos sabían quién era el Barón Rojo y lo que les esperaba si se enfrentaban a él.
Pero en 2016 el guionista Pierre Veys y el ilustrador Carlos Puerta publicaron una serie de tres álbumes descarnados, duros con el personaje y con su entorno. Situados en dos momentos temporales distintos (el de la juventud del Barón Rojo y el de una de sus batallas aéreas), el cómic sigue la evolución de un soldado de caballería convertido en aviador, que encuentra en esta nueva disciplina una verdadera forma de sentirse realizado. Pero, mientras otros pilotos de su época valoraban la libertad que implicaba volar o la facilidad para llevar el correo a zonas remotas, como relataba Joseph Kessel en «Viento de arena», para Richthofen la auténtica ventaja de su profesión consistía en poder matar impunemente y de manera sistemática, con el beneplácito de sus altos mandos e incluso logrando la concesión de medallas al valor. El Barón Rojo se convirtió en un héroe a base de fomentar su instinto asesino.
En el cómic vemos la evolución de esos jóvenes que, como muestra el principio, bien pudieron ser amigos una vez y compartir ratos de ocio, pero a los que la guerra empuja a enfrentarse, cada uno en defensa de su nación. De allí salieron héroes, inventores, pioneros y asesinos, y muchos pasaron a la historia. Hoy podemos analizar aquellos hechos sin la propaganda ni la idolatría, solo con realismo histórico.
«El Barón Rojo» es uno de los grandes trabajos de Carlos Puerta. Sus viñetas con escasos diálogos y sin onomatopeyas muestran la crudeza de la batalla aérea, el horror que encaraban los pilotos, el dinamismo, la acción. Un enfrentamiento sobre un río francés, un biplano que atraviesa el rosetón de una iglesia, un combate de boxeo, el ahorcamiento de unos frailes o la matanza de un batallón entero desde el aire. El dibujo hiperrealista e hiperdetallado de Puerta resulta maravilloso en este cómic histórico, tremendamente respetuoso (lo que se nota en cada modelo de avión, cada uniforme, cada plano de ciudad o el lenguaje no verbal de los personajes) y a la vez revisionista. Una delicia de historia, que nunca pasará de moda.