«El espectro de la guerra planeaba sobre Qatur, la luminosa… Qatur, la blanca… ¡una auténtica perla en las riberas del Golfo Pérsico! Pero aquella perla de Oriente tenía en su oriente un defecto… el gobierno tiránico del general Al Kharba había acabado por provocar allí una rebelión de campesinos hambrientos. Al Kharba era implacable y contaba con miles de soldados bien adiestrados. Pero a su crueldad sin límites respondieron, también sin límites, el valor y la esperanza del pueblo. Además, los campesinos y su princesa habían encontrado un amigo valioso, un extranjero que se hallaba allí de camino y que jamás se había mostrado indiferente ante los sufrimientos de los oprimidos. Le llamaban… ¡El Capitán Trueno!».
Así comenzaba, en 1987, la nueva serie de Cómics Fórum sobre El Capitán Trueno, mítico personaje del tebeo español, con 31 años a sus espaldas por aquel entonces, al que se intentó dar un bandazo radical. Desaparecida ya la lacra de la censura, a la que Trueno había sobrevivido, llegaba una época diferente, en la que Planeta DeAgostini se hacía con los derechos del héroe más longevo de la historieta española, y entonces surgió la idea de darle un aire mucho más moderno. Ya no eran necesarios los vestidos largos o los frondosos matorrales para ocultar los cuerpos de los protagonistas, ni había que recurrir a la elipsis narrativa o los golpes casuales para no mostrar violencia explícita. El cómic europeo llevaba años rompiendo esos tabúes y algo así por fin llegó a España.
El resultado se llamó «El Capitán Trueno: Aventuras Bizarras», también conocido como «El Capitán Trueno: Serie roja» o «Las nuevas aventuras del Capitán Trueno», una serie quincenal a cargo de Víctor Mora y Luis Bermejo —al que sustituyó Jesús Redondo para una aventura autoconclusiva en el número 10—. El efecto fue monumental: El Capitán Trueno, Crispín y Goliath se movían con un dinamismo sorprendente, sus batallas eran más realistas que nunca y sus villanos más profundos y tridimensionales. Pero sin duda el cambio más arriesgado fue el de la reina Sigrid, que hasta entonces había hecho el típico papel de casta damisela en apuros, novia eterna del Capitán al que nunca podía dar más que un tímido beso en la punta de los labios; y de repente en estos tebeos Sigrid se desnudaba sin complejos ante su amante, jugaba un papel fundamental en la trama o empuñaba un arma con la misma destreza que el héroe. A la vez que todo eso, las historias eran más complejas, con personajes que cambiaban de bando, reminiscencias históricas, lecciones de vida y un Capitán que parecía más maduro, asqueado de la violencia que había sido su forma de vida durante tantos años, pero decidido a combatir las injusticias en cualquier lugar en que se encontrara con ellas.
El Capitán Trueno había venido al mundo en 1956, obra de Víctor Mora y Miguel Ambrosio Zaragoza (Ambrós), y llegó a convertirse en el cómic español más exitoso de todos los tiempos. Mora estaba influenciado por personajes previos, como El Guerrero del Antifaz, El Cachorro, El Príncipe Valiente o Ivanhoe, y también por sus propias ideas de libertad y rebeldía contra los dictadores —que ese mismo año lo llevaron a la cárcel, por su pertenencia al Partido Socialista Unificado de Cataluña—. Por eso decidió crear un «defensor de los derechos humanos», en sus propias palabras, un aventurero que viajaba por el mundo sin más oficio que ayudar a la gente en apuros y liberar al oprimido, para lo que contaba con la ayuda de dos amigos: el forzudo tuerto Goliath y el joven escudero Crispín, que aportaban el contrapunto cómico al esfuerzo noble y heroico de Trueno. De paso, el caballero tenía una dama, Sigrid de Thule, reina vikinga capaz de todo por amor, pero con la que nunca llegaría a casarse. Uno de esos noviazgos eternos, tan frecuentes en los comics.
Desde su primera aventura en Palestina, luchando en las Cruzadas junto a Ricardo Corazón de León, Trueno y sus amigos recorrerían todos los mares y todos los continentes (también los no conocidos en aquella época), enfrentándose incluso a brujos y platillos volantes, en sus historietas más alocadas. Pero lo más habitual era la trama del tirano sin escrúpulos derribado por la fuerza libertadora del pueblo, como una alegoría de lo que Mora deseaba para España. Y siempre con una sonrisa en los labios, desdramatizando el horror de una guerra civil y convirtiéndola en sana aventura de amiguetes.
Sin embargo, la desaparición del franquismo trajo como consecuencia, curiosamente, el olvido de estas historietas, que se habían quedado demasiado ancladas en su primera época y no supieron evolucionar. Cuando en otros países el cómic servía como rompehielos de la dura cultura de posguerra, en España se seguían reeditando las viejas etapas de Ambrós y adorando a un héroe conservado en ámbar.
En el año 87 quisieron cambiar esa situación y crear un nuevo Trueno más actualizado, más realista y más adulto, sin renunciar al clásico sentido de la aventura y sin caer en recursos fáciles de esa época como las escenas de sexo y las tripas desparramadas. Mora sentía un enorme respeto por su héroe y por los lectores de siempre, pero a la vez él mismo había realizado ya tebeos transgresores como «Las crónicas del Sin Nombre», junto a Luis García, y quería llevar esos nuevos aires a la historieta que le había encumbrado. Las críticas no tardaron en llegar: que si «esta no es mi Sigrid», que si «habéis americanizado al Capitán Trueno». Pero también llegaron las ventas, y un aluvión de nuevos lectores, y un soplo de vitalidad en unos personajes añejos.
La colección «El Capitán Trueno: Aventuras Bizarras» terminó abruptamente en su número 10, después de que el propio Mora negociase con el Grupo Z los derechos en exclusiva de los comics del héroe. Desde entonces, no ha existido una publicación tan valiente y revolucionaria en la vida editorial del Capitán Trueno y el sentimiento generalizado es que se perdió una gran oportunidad. Treinta y dos años después de su publicación, todos los críticos alaban esta serie, que dejó cuatro historias diferentes: las sagas «La máscara del dios olvidado» y «La guerra de los mongoles», y las historias autoconclusivas «El combate de los campeones» y «El enigma de la tundra».
Hoy El Capitán Trueno hiberna en unas publicaciones que combinan las reediciones de materia clásico y las nuevas historias temerosas de explotar todo su potencial, en un mercado editorial que tampoco encuentra su camino, a diferencia de las numerosas publicaciones de cómic histórico y de aventuras que existen en otros países. En 2011 Trueno también pasó por el cine, en una terrible versión con Sergio Peris–Mencheta y Natasha Yarovenko que, una vez más, significó una oportunidad perdida para darle vida nueva al héroe.
El Capitán Trueno es un héroe eterno con posibilidades infinitas en el presente, al que, de forma inexplicable, se le siguen negando todas ellas. Muchos dicen que su modernización es imposible, cuando las pruebas demuestran todo lo contrario, porque algo así ya se hizo y funcionó. Queda el recuerdo de «El Capitán Trueno: Aventuras Bizarras» por lo que pudo ser y quedó en el intento. Para que, cuando alguien diga que toda la literatura viene de fuera, podamos contestar que tuvimos grandes tebeos y nadie los continuó.
Víctor Mora falleció en 2016 pero su obra quedará para siempre entre los amantes de la aventura literaria, los que soñamos con recorrer el mundo a bordo de un globo aerostático, combatiendo a tiranos, amando a reinas nórdicas y compartiendo risas con un cascanueces gordinflón y un escudero saltimbanqui.
Hoy es el cumpleaños de Víctor Mora, por eso este es el momento ideal para celebrarlo leyendo sus deliciosos tebeos.