Tal día como hoy de 1913 nacía en Barcelona uno de los autores más leídos, apreciados e influyentes de la historia de la literatura en castellano, gracias a la fama de su personaje central, El Coyote. Traductor, adaptador y escritor de novelas populares durante varias décadas, la vida de los españoles durante la posguerra no habría sido la misma sin la aportación de José Mallorquí.
«—Es necesario destruir los cimientos de la vieja California, pues solo así podremos edificar una California a nuestro gusto.
El general Clarke pronunció estas palabras con la satisfacción de quien dice algo digno de quedar grabado en las páginas de la Historia. Su compañero movió dubitativamente la cabeza.
—No sé, general, no estoy muy seguro de que ande usted muy acertado.
—Porque ustedes, los civiles, ven las cosas sentimentalmente —replicó Clarke—. Nosotros, los militares, no podemos ser sentimentales, como no sea en lo que respecta a la defensa de nuestra patria. Para todo lo demás tenemos que ser prácticos, implacables, inflexibles. Si nos dejásemos llevar del sentimentalismo, no podríamos enviar a nuestros hombres a un asalto donde la mitad ha de morir. Solo a base de que sea el sentido práctico el que domine, podemos hacer triunfar a nuestras armas».
Con estas líneas comenzaba, en 1943, la primera novela dedicada a un personaje único en la literatura española, cuya recepción fue extraordinaria. En esos párrafos estaba claramente definido el planteamiento de toda la serie de aventuras del Coyote: en 1851 California había pasado por la fuerza a manos de los Estados Unidos y la población local se veía indefensa ante los desmanes de un ejército cruel al que amparaba la ley americana. Muchos títulos de propiedad de grandes fincas se habían perdido durante la guerra, por lo que generales como Clarke aprovechaban el vacío legal y las reclamaban a su nombre. En unas circunstancias como esas, hacía falta un héroe que protegiera a los hispanos de California y ahí es donde apareció el Coyote.
Durante unas doscientas novelas, comics, seriales radiofónicos y varias películas, este personaje de antifaz negro, sombrero mexicano y pistolas gemelas recorrió California a lomos de su caballo, persiguiendo a cualquier malvado que quisiera aprovecharse de la población. A su paso se extendía el misterio sobre su identidad, pero el ejército estadounidense no pudo averiguar jamás quién era aquel hombre misterioso, que más parecía un fantasma.
El Coyote era en realidad César de Echagüe, heredero de la fortuna y de la hacienda de una de las familias más poderosas de la región, a quien el general Clarke también acosaba. Su padre, el anciano don César, había peleado duramente para librarse de la influencia americana y ponía todas sus esperanzas en el hijo que llegaba de estudiar en el extranjero. Pero el joven César pronto demostraría su carácter débil, su incapacidad física y su negativa a pelear por sus derechos, para desesperación de su familia. Nadie podía imaginar que aquello era solo una fachada, con la intención de proteger a los suyos de represalias, pero que en la intimidad César de Echagüe se convertía en el héroe del que todos habían oído hablar en California, defensor de los débiles y apoyo de las causas justas.
El éxito de esta serie fue impresionante. Las novelas del Coyote recorrieron el mundo, con tal impacto que pronto fueron adaptadas a la historieta, la radio, la televisión y el cine. Su perfil era el del héroe clásico con doble identidad, al estilo de la Pimpinela Escarlata, el Zorro, la Sombra o Batman: mientras el personaje actúa de día como un despreocupado millonario de quien nadie podría sospechar, durante la noche se convierte en un vengador de los indefensos y una leyenda de cuya existencia nadie tiene pruebas reales. Y al igual que aquellos otros héroes, el Coyote deja una marca allá donde va: a sus enemigos siempre les arranca de un disparo el lóbulo de la oreja. Esa es la señal del Coyote.
José Mallorquí fue uno de los principales autores de la novela popular española. Durante varias décadas escribió relatos de aventuras, terror, ciencia–ficción o romanticismo. Su producción fue numerosísima, con un nivel de calidad sorprendente para la velocidad que llegaba a alcanzar. Además, su influencia en la sociedad también fue tremenda. Toda una generación de españoles, aquellos que vivieron la posguerra, pudieron escaparse de su día a día gracias a las maravillosas aventuras que encontraban en los quioscos, historias de hazañas, riesgos, lealtades, amores eternos y entrega desinteresada. Narraciones portentosas acerca de un tipo afeminado y cobarde que en secreto se ponía un antifaz para ayudar a la justicia, en un país colonizado y con todo en contra, solo porque sentía que era su deber. Y siempre triunfaba, novela tras novela, a pesar de tantos enemigos como le salían al paso.
Con frecuencia la novela popular ha sido despreciada por los grandes críticos literarios, que ven en ella un género menor para alimentar a las masas. Pero debemos recordar que en España existía un grave problema de analfabetismo durante la primera mitad del siglo XX, sobre todo entre las mujeres. Autores como Marcial Lafuente Estefanía, Corín Tellado o José Mallorquí lograron que toda una generación de españoles se aficionara a la lectura y disfrutara de ella. Y esos españoles después quisieron trasmitírselo a sus hijos, los que nos aficionamos a la lectura con las ediciones ilustradas de las obras de Jules Verne, Emilio Salgari o Robert Louis Stevenson. La novela popular constituye el eslabón imprescindible en la historia de los hábitos lectores en España. Sin la contribución de estos autores habría sido imposible llegar a donde estamos, a base de mejorar el nivel de cultura de nuestro país.
Además, José Mallorquí aportó a la España de los años 40 y 50 la figura de un héroe que se enfrentaba a la ley establecida cuando era injusta, y el público reaccionó con todo su apoyo, porque de verdad necesitaba a alguien así.