«Había una vez un hombre, nacido en la isla de Hawai, al que llamaré Keawe, pues la verdad es que vive todavía y su nombre debe mantenerse en secreto».
Así comienza una de las historias más inquietantes, en la que Stevenson disfruta provocando en sus lectores, más que terror, desasosiego. En un viaje a San Francisco, Keawe, el protagonista del relato, conoce a un hombre muy rico que afirma haber conseguido toda su fortuna gracias a una botella mágica, donde está encerrado un demonio. Con ella Keawe podrá ver cumplidos todos sus deseos, salvo prolongar su vida. Y si muere con la botella en su poder, condenará su alma directamente al infierno. La única manera de librarse de ella es venderla por un precio inferior al que se pagó al comprarla, o de lo contrario la botella mágica regresará a su dueño original.
«Abriendo una hornacina cerrada con llave, sacó una botella de panza redonda y cuello largo; el cristal de la misma era blanco como la leche, con cambiantes destellos irisados en su superficie veteada. En su interior algo se movía de manera confusa, como una sombra que lanzara destellos luminosos».
Este es el planteamiento: la tentación del poder absoluto, las riquezas, las posesiones, el amor o el éxito, solo por los cincuenta dólares que gasta Keawe en la botella. Y con la oferta viene la contraprestación, que es su alma eternamente condenada a caer en poder del mismo demonio de la botella. Un trato justo. Lo que la persona disfrute en vida tiene que pagarlo después en el infierno. Stevenson plantea así la clásica historia de Fausto, el hombre que vende su alma al diablo a cambio de ver cumplidos sus sueños, pero con un objeto que pasa de manos, cada vez a un precio menor. Con cada venta, la condenación está más próxima, pues quedan menos opciones de hallar un comprador dispuesto a quedarse el tesoro envenenado.
Robert Louis Stevenson está considerado como el gran maestro de la novela de aventuras, y su propia vida fue una sucesión de viajes, pueblos y narraciones. Desde su Escocia natal, conoció Francia, Suiza, Nueva York y el Pacífico Sur, donde se quedó a vivir para siempre. Los aborígenes lo llamaron «Tusitala», que significa «El que cuenta historias», porque esa siempre fue su razón en la vida: a pesar de los horrores que le causaron la tuberculosis y el alcohol, siguió escribiendo hasta su muerte, y gracias a eso podemos disfrutar de algunas de las mejores novelas de la Historia.
Este genio cumple hoy 168 años.