Hoy se cumplen 225 años del nacimiento de uno de los autores de vida más corta y sin embargo más influyente de los últimos dos siglos. Con solo 26 años de vida y una única obra para el recuerdo, John William Polidori cambió por completo el género de terror y creó una figura que se ha hecho inmortal: el vampiro romántico.
«Este episodio sucedió durante los festejos que se organizaban durante un invierno muy crudo en la ciudad de Londres. En esas fiestas que daban los personajes más importantes de la vida nocturna y diurna de la capital inglesa, apareció un noble, que llamaba más la atención por sus peculiaridades que por su rango».
A lo largo de la historia de la literatura, han sido muchos los autores que se han visto influenciados por la mitología y han decidido interpretar las leyendas tradicionales para crear novelas. John Polidori conocía las historias clásicas de seres de ultratumba que se alimentaban de la sangre de los vivos, a los que generalmente se describía como entes nauseabundos, malolientes, más bestias que hombres. Pero él tuvo una ocurrencia genial: un vampiro elegante, nobiliario, que se moviera con sutileza entre la alta sociedad europea y resultara inevitablemente atractivo, de un encanto irresistible. Hombres y mujeres soñarían con atraer su atención, y todos en definitiva serían presa de su terrible personalidad, que gozaría corrompiendo la pureza de la inocencia y llevándola por caminos infernales. Su único disfrute sería aniquilar la bondad de los seres humanos, con el fin de alimentarse de ellos a continuación. Un verdadero demonio, igual en sus placeres que en la fuente de su vida inmortal.
A partir de 1819, fecha de publicación de «El vampiro», casi todos los chupasangres que han aparecido en medios escritos o visuales han obedecido a este rol: «Carmilla», de Joseph Sheridan Le Fanu —y su antecedente, «Schalken, el pintor»—; «Drácula», de Bram Stoker; o versiones más modernas, como «Entrevista con el vampiro» y «Crepúsculo». Todos estos seres están rodeados de un atractivo magnético que encandila a cualquier persona y que hace que caiga en sus redes con facilidad. Al mismo tiempo, su larga existencia y su enorme desprecio por los simples mortales les confiere un aspecto lánguido, inexpresivo y lejano, muy propio del romanticismo.
Los vampiros posteriores a la obra de Polidori son la metáfora del depredador sexual, ante cuyo poder nadie puede resistirse. El autor tenía un buen modelo en quien fijarse: George Gordon Byron, que pasó a la historia como lord Byron, uno de los mayores poetas en lengua inglesa de todos los tiempos.
Polidori había completado la carrera de Medicina a la temprana edad de diecinueve años, en la prestigiosa Universidad de Edimburgo, pero su vocación siempre había sido la escritura. En 1816, ambas facetas de su personalidad se unieron, cuando lord Byron lo contrató como médico personal en un largo viaje por Europa. Polidori soñaba con impresionar a su ídolo, pero la realidad fue mucho más ingrata: Byron lo despreció como autor y como amigo, y empezó a referirse a él como «el pobre Polidori». Eso lo hundió emocionalmente. El gran poeta se había convertido en una de las mayores celebridades del continente, acostumbrado a las fiestas, los amores prohibidos y los cuchicheos sobre su persona. Los escándalos sexuales lo rodeaban, pero él disfrutaba de las críticas, al tiempo que su éxito literario se volvía indiscutible. Polidori lo imaginó como un corruptor de la inocencia, un depredador insaciable que se alimentaba del horror ajeno. La personificación del vampiro, pero no asqueroso y decrépito, sino de un atractivo inevitable.
De paso, 1816 fue el año sin verano. En abril del año anterior se había producido la erupción del volcán Tambora, en la isla de Sumbawa, situada en las Indias Orientales Neerlandesas —actual Indonesia—. Su explosión resultó tan terrible que arrojó al cielo millones de toneladas de cenizas volcánicas, que fueron arrastradas por el viento a lo largo de todo el planeta. La radiación solar bajó drásticamente, los cielos se cubrieron de una tupida masa de nubes y las ciudades fueron arrasadas por tormentas de nieve, lo que arruinó las cosechas y provocó una de las peores temporadas de hambruna. La población tuvo que aislarse en torno a la chimenea para entrar en calor, y el ambiente se volvió denso, depresivo.
Eso coincidió con el famoso viaje de lord Byron por Europa, acompañado de Polidori. El poeta decidió alquilar una finca en Suiza, Villa Diodati, a orillas del lago Leman, y sugirió que él y sus amigos se aislaran allí del mal tiempo. A la reunión acudió el también poeta Percy Shelley, que por entonces había abandonado en Inglaterra a su esposa y sus dos hijos para fugarse con la joven Mary Wollstonecraft Godwin, que lo acompañó a Villa Deodati con su hermana, Clare Marie Clairmont. Así, en aquel verano de cielos oscuros y clima tenebroso, cinco personas se alejaron de la realidad para pasar unos días juntos, compartiendo sus miedos, sus obsesiones y sus sueños literarios. Byron les propuso un juego: que cada uno escribiera una historia de terror, a tono con el tiempo que les había tocado vivir. Y esa propuesta cambió la literatura para siempre: Mary Wollstonecraft Godwin creó «Frankenstein», la primera novela de ciencia–ficción, mientras que John Polidori vertió su odio y su desprecio por Byron para la escritura de «El vampiro». Existe una película muy demostrativa de ese verano suizo en el que se reunieron los mayores escritores del romanticismo: «Remando al viento», dirigida por Gonzalo Suárez en 1987.
«El vampiro» es una historia de amor, envidia, odio y seducción, que nos ha legado el concepto del ser más atractivo y cruel de la historia, el villano definitivo y el depredador más irresistible que ha habido nunca.