Por Fernando Torres Carbajo
Aprovechando que su local estaba en obras y tapado por una lona por restauracion, creyó un buen momento para ir a ver a los suyos. Hacía tiempo que no los veía.
Tardó bastantes dias en llegar, pero cuando alcanzó las inmediaciones del Serengeti, su casa, respiró profundo, ¡qué bien olía su tierra!
Fue preguntando a los que se cruzaba para saber por donde andarían sus familiares, y al final dio con ellos. Su padre, ya mayor, conservaba su típico pelo largo, y su madre, tan hacendosa como siempre, ocupándose de su descendencia. Les dio a los dos un gran abrazo y alguna lágrima corrió por sus mejillas.
Con sus primos se puso a recordar. Al dejar la adolescencia se tiró a ver mundo, enseguida se unió a un modesto circo y cruzó el continente hasta Marruecos.
En Tánger vio el Circo Atlas, le maravilló su carpa nueva, y pidió trabajo, le hicieron una prueba y les gustó, el trato era exquisito, y la comida mucho mejor.
En la gira por toda la península, tras cruzar el Estrecho, llegaron a Vigo. Actuaban en un lugar llamado Campo de Granada. No hacía mucho frio, la comida era buena y la gente parecia amistosa, y decidio quedarse.
Los comienzos no fueron fáciles, el ser de fuera no le ayudaba pero terminó chapurreando el idioma. Quería un trabajo estable, y a fuerza de insistir consiguió una ocupación modesta en publicidad.
Ahora la visita a su familia ya era un recuerdo, y estaba de nuevo en su pequeño local ya restaurado, tan cerca del árbol y oyendo los villancicos otra vez y pudiendo beber el jerez de Pedro Domecq, ¡qué cosa más rica!
Kimba suspiró con satisfacción, ¡por fin, otra vez en casa!