Estimados pacientes
Desde hoy ya no trabajaré más en esta consulta, de hecho no trabajaré en ningún otro sitio. Ahora soy un jubilado, y me voy a disfrutar de los años que me queden en una preciosa casita de montaña, apartada de los coches, las prisas y los horarios que nunca fui capaz de cumplir. Me olvidaré del estrés, las discusiones y el café con churros a media mañana y me dedicaré a pescar durante largas horas y a cumplir todos los caprichos que nunca he podido darme por falta de tiempo. Me reencontraré con viejos amigos de la infancia a los que tenía desatendidos, como Camus, Lorca y Benedetti, y ellos harán que mis días sean extremadamente felices. Echaré de menos muchas de las alegrías que he tenido, pero entiendo que mi época ha pasado.
Desde hoy, tendréis un nuevo médico sentado en ese despacho, con una bata y un fonendo nuevos y la mejor de las sonrisas. Espero que lo tratéis con el mismo cariño que me dabais a mí cada día. Han sido veintiocho años los que he estado en vuestro pueblo, un forastero que llegó sin referencias y al que al principio mirabais con recelo. Normal. Don Jenaro llevaba también décadas entre vosotros, y sustituirlo fue todo un reto. La confianza es algo que un médico se tiene que ganar día a día, y reconozco que muchas veces he sido más confesor que curandero, hasta el punto que el párroco se me quejaba con frecuencia de que las señoras ya no iban a contarle nada a él, que salían del ambulatorio tan confortadas que ya se iban derechitas para casa.
Es todo un elogio, la verdad.
En este tiempo, me habéis dejado entrar en vuestras vidas y en vuestras casas, me he lavado las manos en vuestros lavabos y os he aconsejado cómo tenéis que decorar (dichosa manía de poner alfombras, para que luego los viejos como yo nos caigamos). He cogido la mano de mucha gente que se estaba muriendo, alguna bastante más joven de lo que yo soy ahora, y también de bebés que a estas alturas ya tienen edad de votar. He reído y he llorado con vosotros, me he implicado bastante más de lo que debería, sin duda, o al menos más de lo que dicen los libros que debería hacer un médico, pero es que durante estos años habéis sido mucho más que solo mis pacientes. Habéis sido amigos y enemigos, padres e hijos, cuñados que vienen por Navidad y a veces familiares ingratos, de esos que no te apetece ver y se te nota. Lo siento si habéis percibido eso alguna vez, pero nunca he sido perfecto.
Me voy feliz, haciendo balance de muchas cosas y aprobando por los pelos. Me he equivocado algunas veces, y hay un montón de cosas que me gustaría poder cambiar. Todos en la vida tenemos fallos, nadie viene con un manual de instrucciones, pero por desgracia los errores que se cometen desde esta silla los pagan los pacientes, y podría deciros exactamente los nombres y apellidos de aquellos con los que me equivoqué. Ellos lo saben, y ya les he pedido perdón, nunca he escondido mi culpa ni he pretendido echársela a otro. Esa es la clave de este trabajo: si vosotros, mis estimados pacientes, acudís a mí con sinceridad, yo tengo que actuar de la misma manera.
Me voy con la conciencia tranquila y cansado de seguir peleando. Esta guerra se ha vuelto demasiado exigente para mí. La forma de trabajar ha cambiado tanto en los últimos años que no puedo ser demasiado optimista, supongo que porque veo que hay luchas que persisten generación tras generación, que algunas de nuestras conquistas en décadas pasadas son ahora puestas en duda con demasiada ligereza. No permitáis que os quiten nada más. Defended lo que hemos conseguido entre todos, la humanización de la Medicina, el trato personal y cercano. No somos números, ni los médicos ni los pacientes que tratan, y no consintáis que os reduzcan a números, porque entonces sí que habremos perdido. Da igual la política, da lo mismo cómo salgan las encuestas de intención de voto o en qué municipio gane cada quién. Los municipios están hechos de personas que importan, y al final estamos solos en esta vida y tenemos que ayudarnos entre todos. Nadie va a venir a salvarnos, ni los políticos, ni los médicos, ni los curas. No hay héroes. Solo el tipo de la casa de al lado al que conocéis desde hace mucho más tiempo que a mí.
Espero que mi sustituto tenga suerte y que pueda hacer la clase de Medicina que él quiera. Espero que lo tratéis como se merece, y que viva momentos tan grandiosos como yo tuve la suerte de vivir. Sois unas personas magníficas, aunque no os lo digan con frecuencia. Espero que el ambulatorio siga siendo vuestro punto de encuentro cada mañana, que os pongáis a arreglar el mundo en la sala de espera y a debatir acaloradamente sobre el precio de los pepinos, y que el médico nuevo también tenga que salir a llamaros la atención, porque momentos como esos son los que hacen que este trabajo sea más humano. Disfrutad de este lugar, porque es tan vuestro como suyo.
Ahora ya me despido. Os deseo lo mejor. Le pedí a Angustias que colgara esta carta en la puerta de la consulta para contaros por qué ya no me veréis más. No quise decíroslo en persona para evitar las escenitas, que vosotros sois mucho de eso y os encanta llorar por menos de nada. Supongo que también soy un poco cobarde, y a lo mejor acababa llorando yo también, y entonces sí que ya no podría echaros la bronca.
Sed felices. Yo me voy a mi pueblo, que también tengo uno, a estar con mi gente y debatir acaloradamente sobre el precio de los melones, porque allí no se cultivan los pepinos tanto como aquí. Volveré por Navidad y os traeré algunas piezas de las que habré pescado, sobre todo al párroco, por robarle la clientela.
Un beso para todos.
Eustaquio (ya nunca más “don”, que lo odiaba)
(En homenaje a tantos buenos médicos que se están jubilando en este tiempo. Vuestro trabajo y vuestro ejemplo siempre quedan)