Esta semana ha fallecido por causas naturales Denny O´Neill, uno de los guionistas y editores de comics más importantes de la historia de la industria norteamericana. Su influencia en el medio fue inmensa, no solo en el momento en el que su obra se estaba publicando, sino también en las siguientes generaciones. Personajes como Batman, Green Arrow o The Question nunca volverían a ser los mismos después de que pasaran por sus manos, y hoy en día no los concebimos más que de la forma en la que él los definió.
O´Neill empezó a escribir por pura causalidad. Eran los años sesenta. En DC Comics, Gardner Fox, Robert Kanigher y John Broome habían revitalizado los viejos personajes de la editorial al crear versiones actualizadas y más acordes con los tiempos que corrían: el nuevo Flash era un científico de la policía de Central City, el nuevo Green Lantern era un piloto de pruebas de California y había un nuevo grupo de superhéroes que los reunía a todos, la Liga de la Justicia, que sustituía a la anquilosada Sociedad de la Justicia de los años 40. Por su parte, en Marvel Comics, Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko tomaron personajes olvidados de la Segunda Guerra Mundial —como el Capitán América, Sub–Mariner y la Antorcha Humana— y crearon prácticamente de cero un universo cohesionado, dinámico y muy apegado a la realidad, con personajes revolucionarios como los Cuatro Fantásticos, los X–Men o los Vengadores. Lee era un gran conocedor del mundo del cómic y de sus recursos narrativos, que aplicó en todas sus obras. Pero a la vez hizo algo revolucionario, que marcó para siempre el Universo Marvel: lo volvió real. Sus personajes se movían por ciudades auténticas como Nueva York, hablaban con expresiones verídicas de la calle y se peleaban entre ellos con frecuencia. A diferencia de los héroes sonrientes —smiling heroes— de DC, los superhéroes Marvel sufrían por no poder llegar a fin de mes —como Spiderman—, pasaban apuros por su discapacidad —como Daredevil— o se enfangaban en trifulcas de familia sin sentido —como los Cuatro Fantásticos—. Lee mezcló las tramas cósmicas con los trucos de culebrón de los comics románticos de la época y de ese modo enganchó a miles de lectores.
Pero llegó un momento en que el Universo Marvel creció de tal manera que ni siquiera Lee y Kirby fueron capaces de sostenerlo. Hacían falta nuevas manos que se ocupasen de tantas páginas de cómic. El encargado de manejar toda la compañía fue Roy Thomas, un «hombre de la casa», gran conocedor del medio y enormemente continuista. Thomas se había fijado en un joven Denny O´Neill y decidió pasarle unas páginas de los Cuatro Fantásticos para que escribiera los diálogos. Desde ahí, ya no paró. Hizo varios números del Doctor Extraño y de los X–Men para Marvel, y algunos puntuales para Charlton Comics.
En 1968, Dick Giordano ascendió a un cargo editorial en DC Comis y fichó a O´Neill desde Charlton. En esa etapa, la dirección le otorgó plena libertad para rehacer a los personajes como le viniera en gana y él no lo dudó un momento. Si algo había aprendido de Stan Lee, era que los comics de superhéroes deben evolucionar constantemente y ofrecer cada mes algo que, sin traicionar la pura esencia del personaje, debía ser radicalmente nuevo. O´Neill tenía claro que su obligación como escritor era sorprender siempre a sus lectores.
En Wonder Woman #179, Denny O´Neill y Mike Sekowsky presentaron los que seguramente hayan sido los cambios más tremendos que ha sufrido nunca el personaje: las amazonas de Isla Paraíso decidían exiliarse a otra dimensión, pero la princesa Diana prefería quedarse en el Mundo del Hombre para continuar su misión de paz, a costa de perder su uniforme y sus poderes. Desde entonces llevaría una doble vida como propietaria de una tienda y a la vez como espía y heroína sin capacidades especiales, gracias al entrenamiento en artes marciales que le proporcionó un anciano maestro ciego, llamado I–Ching. Los tiempos habían cambiado y, frente a la percepción tenebrosa que se tenía a comienzos del siglo XX acerca de la sociedad china —el famoso «Peligro Amarillo», que personificaban villanos como Fu Manchú—, los años 60 y 70 iniciaron una corriente nueva de respeto y gusto por el exotismo. Series de televisión como «Kung Fu» y comics como «Shang–Chi» aprovecharon de sobra ese filón. Sin embargo, con Wonder Woman la cosa no salió tan bien en cuanto a recepción del público. Diana había perdido muchos de los elementos que la hacían reconocible y se parecía más a Emma Peel, la protagonista de la serie de televisión «Los Vengadores».
En 1969, O´Neill y el que llegaría a ser uno de sus colaboradores más habituales, Neal Adams, iniciaron la reconstrucción absoluta del personaje de Green Arrow, que hasta entonces no pasaba de ser una mala copia de Batman. Creado en 1941 por Mort Weisinger y George Papp, Oliver Queen era un millonario que, después de un trauma vital, decidía combatir el crimen como justiciero enmascarado, esta vez con un arsenal basado en las flechas. Salvo ese pequeño detalle, en todo lo demás era idéntico a Batman: vivía en una mansión con una cueva subterránea —la Arrowcueva—, tenía un pupilo que actuaba como su ayudante —Roy Harper, alias Speedy— e incluso conducía una variante del Batmóvil —el Arrowmóvil—. Adams y después O´Neill cambiaron por completo su uniforme y alteraron sus motivaciones: por culpa de un rival en los negocios, Oliver Queen perdía su empresa y toda su fortuna, lo que hacía que se diera cuenta de la realidad a la que estaba sometida la gente más modesta del país. Desde ese momento se convertiría en un activista por los derechos sociales, tanto en sus aventuras propias como en su militancia dentro de la Liga de la Justicia, a la que con frecuencia criticaba por no implicarse en los problemas reales y observar el mundo desde su base en un satélite orbital.
En 1970, O´Neill y Adams tomaron las riendas de la serie de Green Lantern, que iba camino de la desaparición, e iniciaron una etapa nueva bajo el nombre de «Green Lantern / Green Arrow», en la que ese inconformista y rebelde Oliver Queen tomaba como compañero a un Hal Jordan que representaba el orden establecido y la defensa de las estructuras de poder. Estuvieron juntos dos años, en los que esa nueva cabecera sirvió para mostrar al mundo las preocupaciones sociales que albergaba el propio O´Neill: la corrupción, el ecologismo, la xenofobia o la adicción a las drogas. Green Arrow solía criticar la poca preocupación de Green Lantern por las dificultades de la gente de la calle, pero él mismo se llevaría una lección de humildad en una de las historias más recordada de esa etapa: «Snowbirds don´t fly», en Green Lantern / Green Arrow #85–86. Allí Oliver Queen descubría que su antiguo ayudante, Speedy, había caído en las drogas y, para conseguir dinero para sus dosis, estaba vendiendo las flechas trucadas con las que antes combatían villanos. Green Arrow comprendía entonces la manera en la que había desatendido los problemas del chico, que se veía atrapado por el mismo horror que muchos jóvenes americanos.
Comics como esos —igual que la etapa de The Amazing Spider–Man en la que Harry Osborn sufría de la misma adicción— crearon una época nueva, de temas pertinentes y complejos, sin miedo por parte de la editorial a asumir riesgos. Los principales periódicos, como The New York Times, elogiaron el trabajo de O´Neill e incluso el alcalde de Nueva York, John Lindsay, escribió una carta de felicitación a DC Comics.
Después de eso, le tocó el turno a Batman. O´Neill y Adams asumieron el reto de transformar al Hombre Murciélago, que por entonces vegetaba en una serie de historias cómicas a consecuencia del éxito de la serie de televisión de Adam West y Burt Ward. El tono de los comics de Batman se había infantilizado y ridiculizado durante años, de modo que el editor Julius Schwartz les encargó la tarea de devolverlo a sus orígenes. Ellos lo convirtieron de nuevo en una criatura de la noche, casi demoníaca, y en el mejor detective del mundo. Su obsesión por la justicia lo llevaba a recorrer el mundo y enfrentarse a cualquier clase de enemigo. Robin dejaba de estar a su lado, con la excusa de que tenía que ir a la universidad, y Batman asumía retos peligrosos contra algunos villanos nuevos —como el magnífico R´as al Ghul y su hija Talia— y otros recuperados del ostracismo —el Joker dejaba de ser un cómico y volvía a ser un psicópata asesino con métodos extravagantes— o del olvido que impuso la serie de televisión —Dos Caras había sido rechazado para su aparición en la pequeña pantalla, pero su visión retorcida del mundo resultaba perfecta para el nuevo enfoque de la colección—. Uno de los mejores secundarios de toda la historia de Batman también apareció por primera vez en esta época: Leslie Thompkins, la mujer que crió al pequeño Bruce Wayne tras la muerte de sus padres.
El amor de Denny O´Neill por Batman se prolongó durante décadas, ya que fue el responsable de la novelización de las películas «Batman Begins» y «El caballero oscuro», y trabajó como editor de las series del Hombre Murciélago desde 1986 hasta el final de su carrera, en sagas tan decisivas como «Una muerte en la familia», «La caída del murciélago», «Contagio» o «Tierra de nadie». Su trabajo consistió siempre en revolucionar el mundo del cómic desde el respeto por las raíces de cada personaje, y su influencia ha sido tan tremenda que héroes como Batman o Green Arrow ya no podemos entenderlos más que de la forma en la que él los trató.
Pero aún hizo muchas más cosas. Redefinió a The Question, un antiguo vigilante de Charlton Comics, creado por Steve Ditko, y escribió una larga serie protagonizada por él y dibujada por Denys Cowan, que se ha convertido en un clásico. Participó en la creación de los Transformers y le puso nombre a Optimus Prime. Fue el editor de la mítica etapa de Frank Miller en Daredevil y convenció al autor para que empezara a escribir sus propios guiones e introdujera en la serie la temática de artes marciales —con la creación de La Mano—. Fue columnista de actualidad acerca del mundo del cómic, profesor de narrativa y autor de más de veinte novelas, más de diez ensayos y unos cuantos guiones para películas y series de televisión.
Esta semana ha desaparecido uno de los creadores más prolíficos y una de las mentes más capaces del mundo del cómic. Su visión acerca de los héroes clásicos y la manera de hacerlos otra vez modernos y atractivos sentó las bases de la evolución de todo un mercado, que le otorgó premios por ello. Hoy en día su trabajo pervive en todos los personajes que tocó, a los que adoramos en la manera que él quiso escribirlos, más incluso que como fueron creados.
Denny O´Neill nos enseñó muchas cosas, pero sobre todo que la capacidad de sorpresa es infinita y que puede ser llevada siempre a territorios nuevos, mes a mes.