Este pasado sábado 13 de noviembre ha saltado la noticia del fallecimiento repentino, a los 88 años, del escritor y aventurero Wilbur Smith, que llevaba desde 1964 llenando las listas de los autores con más ventas del mundo gracias a sus apasionantes novelas ambientadas en África. Hoy el mundo de la aventura está un poco más huérfano.
Wilbur Addison Smith nació en 1933 en Broken Hill, una importante localidad minera de lo que entonces era la colonia británica de Rodesia del Norte. En 1921, este lugar se había hecho famoso en todo el mundo por el descubrimiento en sus minas del llamado Hombre de Rodesia, un cráneo de unos 300.000 años de antigüedad que revolucionó las ideas que se tenían entonces sobre la evolución humana. Además, esta región se enorgullece de haber sido clave en la formación de los movimientos políticos de independencia de la Corona británica, que llevaron a que la ciudad fuera rebautizada como Kabwe y que en 1964 se formara la actual República de Zambia. Hoy en día también celebran con orgullo haber sido cuna de Wilbur Smith.
Su padre, Herbert Smith, fue un trabajador metalúrgico que logró, con mucho esfuerzo, juntar el dinero suficiente para comprar diversas granjas junto al río Kafue y conformar un gran rancho de unas doce mil hectáreas donde se fue a vivir con su esposa Elfreda y sus dos hijos, Wilbur y Adrienne. El mayor estuvo a punto de no llegar a los dos años de vida, ya que a los dieciocho meses contrajo la malaria y los médicos no confiaban en que sobreviviera. En todo caso, dijeron que quedaría con importantes secuelas cerebrales. Años después, él mismo confirmaba en una entrevista que había sido así: «Estoy convencido de que eso debió de ayudarme, porque hay que estar realmente loco para pretender vivir de la escritura».
A partir de ese momento, Wilbur creció en plena naturaleza, cazando, pescando, cortando madera o persiguiendo pájaros. Aprendió los secretos de la gestión de una granja y del trabajo del campo de manos de su padre, «un hombre duro y construido a sí mismo», como lo describía, «que estoy convencido de que nunca ha leído un libro en toda su vida, ni siquiera los míos».
Por el contrario, su madre, Elfreda, tenía una amplia vocación artística y crio a sus hijos leyéndoles novelas de aventuras de C. S. Forester y H. Rider Haggard, lo que sin duda fue clave en el futuro del escritor, que se debatía entre la vida salvaje que proponía su padre y la introspección y la lectura que practicaba su madre, un elogio de pioneros y exploradores. De hecho, Wilbur recibió su nombre por uno de los hermanos Wright, que en 1903 habían inventado el primer aeroplano de la historia.
A la edad de ocho años, viajó a Sudáfrica y empezó a estudiar en la prestigiosa escuela Michaelhouse, que calificó de brutal y frustrante debido a los frecuentes castigos físicos que se practicaban en ella. Solo le salvaron la lectura y la elaboración de un periódico estudiantil, que resultó muy popular entre sus compañeros. En esa época descubrió la obra de Ernest Hemingway, que más tarde reconoció que había influido enormemente en su estilo.
Su ilusión era convertirse en reportero y denunciar las injusticias sociales que contemplaba cada día, pero su padre, mucho más pragmático, lo convenció para que se dedicara a «un trabajo de verdad». Por esa razón estudió Comercio en Sudáfrica y ocupó diversos empleos como asesor económico en grandes empresas de la región. Sus padres vendieron el rancho y toda la familia se estableció en Sudáfrica.
Entonces fue cuando se decidió a escribir. Primero publicó un serial en Argosy, la más antigua de las revistas pulp y quizá la más importante de la historia. Era 1963 y un año después llegó su primera novela, Cuando comen los leones, el comienzo de la saga de los Courtney. Estaba situada a finales del siglo XIX en Sudáfrica y hablaba de temas que él conocía muy bien: los zulúes, la caza de elefantes, las minas de oro, los amores traicioneros y la aventura en territorios salvajes. Desde luego, Smith tomó elementos de su propia vida y basó las descripciones en pasajes de sus vivencias en la granja de sus padres, lo que la hacían tremendamente vívidas. A eso le sumó su afán por la documentación exhaustiva y el intenso ritmo narrativo de las historias con las que había crecido. Así nació la novela de aventuras moderna, de la que esta obra constituye un ejemplo perfecto.
Su éxito resultó tan formidable que Smith pudo abandonar su trabajo y dedicarse por entero a la literatura, y lo hizo con tanta ansia que llegó a publicar 49 novelas y a vender más de 140 millones de ejemplares en todo el mundo. Además, es uno de los habituales de las librerías de segunda mano, gracias a las muchas ediciones de sus obras, junto a Emilio Salgari o Joan Manuel Gisbert, y aparece con regularidad en la lista de los principales autores modernos de novelas de aventuras, casi siempre acompañado de otros maestros como Clive Cussler o Fernando Gamboa.
Pero ¿cuáles eran los méritos de Smith? ¿Por qué ocupa ese lugar preferente?
Toda la obra de Wilbur Smith se agrupa en sagas, cada una de ellas ubicada en unas determinadas coordenadas geográficas y con frecuencia a lo largo de varios siglos. La saga de los Courtney narra las vivencias de las distintas generaciones de esta familia, cada cual en sus propias aventuras africanas, igual que ocurre con la saga de los Ballantyne. Corsarios, traficantes, esclavistas, empresarios malvados, granjeros, salvajes, navegantes, cazadores o líderes religiosos… Batallas en alta mar, persecuciones, venganzas, amores imposibles, celos y odios motivados por el despecho. Los personajes se mueven por todos los momentos clave de la historia de África desde mediados del siglo XVII hasta finales del XX, con una cantidad apabullante de datos históricos y unas tramas frenéticas que han enganchado a lectores de culturas muy distintas.
La otra gran saga de las creadas por Smith es la del Antiguo Egipto, que conecta con nuestro presente a través de los descubrimientos arqueológicos de elementos que aparecen en otras novelas. De hecho, la última creación de Smith, The new kingdom, es el séptimo libro de esta saga y ha aparecido en librerías este mismo otoño. Un signo más de que ni sus 88 años habían agotado las ilusiones de este escritor entregado a la aventura, que había recorrido los parajes más extraños del mundo y conocía muchos de los secretos que guarda la Historia.
En 2018, Wilbur Smith escribió su autobiografía, On Leopard Rock, en la que decía de sí mismo: «Ciertamente, he tenido momentos difíciles, malos matrimonios, personas que amaba y que han muerto en mis brazos, y he trabajado muy duro sin llegar a ninguna parte… pero, al final, todo eso ha dado lugar a una vida plena y maravillosa. En definitiva, quiero ser recordado como alguien que hizo felices a millones de personas».
Y eso es lo que piensa hoy todo el planeta: que se ha marchado el gran creador de aventuras y quién sabe cuántas novelas más le han faltado por escribir. Pero seguro que se ha ido a explorar tierras nuevas, esas que no podía conocer en vida, y sin duda, cuando volvamos a encontrárnoslo, tendrá listas 25 o 30 novelas más de alguna saga familiar maravillosa que transcurra en el Cielo.