Son malos tiempos para la lírica, como cantábamos hace unos cuantos años. Casi todas las editoriales han detenido su producción durante el confinamiento, igual que cerraron las distribuidoras y las librerías. Ahora el regreso está siendo tímido, con ilusión y mucho trabajo a las espaldas. Y sin embargo, necesitamos más que nunca que nos cuenten buenas historias, sobre todo si están basadas en hechos reales.
El escritor vigués Fran Zabaleta continúa con su labor histórica y didáctica a la vez, con el segundo volumen de sus «Historias para disfrutar con la historia», una serie que pretende demostrar que la Historia es una ciencia divertida, si el maestro que te la explica sabe contarla. En libritos pequeños y manejables, o en formato digital, cada volumen ofrece cinco momentos cruciales del pasado, contados con la sencillez, entretenimiento y erudición del volumen previo. Una narración breve para cada momento histórico, que en este caso incluye la terrible erupción del monte Toba, la aparición de la escritura, la batalla de Poitiers, el misterio acerca de Cristóbal Colón y el descubrimiento de la vacuna de la viruela. Eventos que permitieron que la humanidad evolucionara, a veces de modo casual, pero siempre con el coraje de unos pocos pioneros.
La enseñanza ha cambiado mucho en las últimas décadas y una de las nociones fundamentales en las que ha mejorado es en el reconocimiento de que todos aprendemos mejor cuando lo hacemos disfrutando. La enseñanza por medio de juegos o pasatiempos hace que los niños aprendan más y con menos resistencia. Eso mismo se aplica a los adultos, que hemos comprendido el sinsentido de memorizar datos numéricos y largas listas de reyes cuando vivimos en la era de Internet. Hoy en día el aprendizaje debería estar basado en la comprensión y relación entre los datos, no en la memorización.
«Historias para disfrutar con la historia» pretende justamente eso: que el lector razone por sí mismo las relaciones tan estrechas que conectan los distintos hechos históricos, que ponga en duda lo que cree saber —o recordar de cuando lo estudió— y que descubra nuevos datos que no conocía, siempre de una forma amena.
Si esto fuera una clase de Historia en vez de un libro, sería con tablets y vídeos interactivos, y con acceso a las mayores fuentes de información de la humanidad, para alcanzar la verdad de lo que ocurrió hace siglos con los mejores medios a su alcance. A la vez, sería una clase desenfadada, interactiva y con mucha tendencia al debate, porque descubrir cosas nuevas vale más la pena cuando se hace con una sonrisa en la boca.