Este pasado 28 de abril ha fallecido Neal Adams, una de las mayores leyendas del cómic y uno de los dibujantes que mayor influencia han tenido en diversas generaciones de lectores y creadores de todo el mundo, no solo en cuanto al arte en sí mismo, sino también en la lucha por la defensa de los derechos de autor.
En la historia de los cómics de superhéroes existen tres equipos legendarios que edificaron todo el género sobre sus espaldas: Jerry Siegel y Joe Shuster —creadores en 1938 del personaje de Superman y, con él, del concepto del superhéroe—, Stan Lee y Jack Kirby —creadores en los años sesenta del Universo Marvel, que aportó una concepción realista a sus aventuras—, y Denny O´Neill y Neal Adams —que reconstruyeron todo y encontraron su esencia—.
Adams nació en Governors Island, Nueva York, en 1941. Su dedicación profesional a la ilustración empezó en 1959 con sus primeros trabajos para Archie Comics, y tres años después se dedicó a la tira de prensa de Ben Casey, un personaje que había debutado en su propia serie de televisión y cuya popularidad motivó la creación de tebeos y novelas durante la década de los sesenta. Esta tira de prensa mostró ya los que serían, con el paso de los años, los tres elementos fundamentales de la carrera del dibujante: el desarrollo de un estilo realista, la representación de problemas sociales auténticos y la reivindicación por unas condiciones justas de trabajo. De hecho, Adams abandonó ese empleo debido al enorme tanto por ciento de beneficios que se llevaba el productor de la serie frente al que se llevaba él, que era realmente el artífice de la obra. Por eso dejó los cómics por un tiempo y se dedicó solo al dibujo publicitario.
A finales de los sesenta regresó al medio, esa vez en DC Comics, donde llegaría a convertirse en el autor número uno. Empezó dibujando cómics bélicos y, en 1967, le encargaron sustituir a Carmine Infantino como dibujante de Deadman, un héroe psicodélico y orientalista muy propio de la época —Boston Brand es un trapecista al que asesina un misterioso francotirador mientras realiza su actuación más famosa en el circo; desde ese momento, con la ayuda de la diosa hindú Rama Kushna, Brand intenta averiguar la identidad de su asesino gracias al poder de habitar otros cuerpos—. Tanto la serie como el propio Adams obtuvieron diversos galardones y aquellos números fueron reconocidos entre los mejores de la década. El dibujante había desarrollado un estilo realista y a la vez tremendamente dinámico, con héroes musculosos, posturas de acción y viñetas de formas cambiantes que se adaptaban siempre al tono de la escena.
En 1969 hizo algo impensable en aquella época: simultanear trabajos para las dos compañías principales, Marvel y DC. En ese tiempo era más habitual que los autores pertenecieran a una casa determinada, pero Adams pensó que eso no tenía sentido y que, si él llevaba la contraria, abriría un camino para muchos otros. En ese año empezó a dibujar la serie X–Men, con guiones de Roy Thomas primero y de Dennis O´Neill después —en un primer contacto que luego llegaría a conformar el gran dúo creativo de los años setenta—. La revolución para los mutantes fue absoluta: uniformes nuevos, situaciones mucho más emocionantes, la creación de personajes que luego se convertirían en habituales —como Sauron— y sobre todo el regreso de algunos clásicos de la colección que habían quedado olvidados —como Magneto, los Centinelas, la Tierra Salvaje, Havok, Lorna Dane o el mismísimo profesor Charles Xavier, al que entonces daban por muerto—. El dibujante mostró aquí algunas de las mejores páginas de toda su carrera, probando recursos absolutamente novedosos, pero no pudo evitar que la serie se cancelara a los nueve meses, lo que dejó a los personajes en un limbo. Los lectores, sin embargo, quedaron encantados con aquella temporada tan breve pero tan espectacular, por lo que presionaron a Marvel para conseguir el regreso de los héroes, lo que finalmente se consiguió en 1975 por obra de Len Wein y Dave Cockrum. El trabajo de Adams con los mutantes resultó clave para convertir en éxito a unos personajes que ya estaban moribundos, y nada de lo que hubo después —las etapas de Chris Claremont, John Byrne o Jim Lee— habría sido posible de no ser por su contribución. Byrne, devoto absoluto de Adams, se dedicó entre 1999 y 2001 a escribir y dibujar X–Men: Los años perdidos, una colección que narraba los sucesos ocurridos a los mutantes entre esa cancelación de 1969 y su retorno en 1975, con un estilo gráfico que homenajeaba al original y que llegó a contar con el mismo entintador, Tom Palmer.
Tras el cierre de las aventuras de Cíclope y sus amigos, el dúo O´Neill–Adams recaló en DC y, a partir de 1970, realizó algunos de los mejores cómics de todos los tiempos. Ambos aceptaron hacerse cargo de la serie Green Lantern, que también pasaba por malos momentos desde la época clásica de John Broome y Gil Kane, y aprovecharon para cambiarla por completo. Ambos autores mostraban por entonces su preocupación acerca de los diversos problemas sociales que acuciaban a los Estados Unidos —violencia, pobreza, racismo o consumo de drogas— y pensaron que los cómics no podían permanecer ajenos a esa situación. Más aún, si tantos niños y jóvenes los leían cada mes, era su obligación darles una visión honesta del mundo.
A raíz del trabajo de O´Neill y Adams, Oliver Queen, más conocido como Green Arrow, el simpático arquero creado en 1941 como una imitación colorista de Batman, pasó a ser un decidido activista de izquierdas al que no le temblaba el pulso a la hora de abroncar a sus compañeros de la Liga de la Justicia por su negativa a afrontar los problemas sociales de América. Y nada mejor con ese personaje tan rupturista que llevarlo a hacer equipo con Green Lantern, el principal defensor del sistema establecido, un policía espacial que nunca llevaba la contraria a sus jefes ni miraba la realidad de su propio planeta. Todas las ocasiones siguientes en que Hal Jordan se ha opuesto a los Guardianes de la Galaxia —o incluso los ha asesinado— empezaron aquí.
Green Lantern / Green Arrow duró solo catorce números debido a unas cifras de venta escasas, pero cambió el mundo del cómic. Por primera vez, cuestiones como el racismo y la drogadicción aparecían en una historia de superhéroes, e incluso uno de los principales personajes de DC se enganchaba a las drogas —Speedy, el joven ayudante de Green Arrow—. Los héroes demostraban que eran plenamente humanos, por lo que sufrían, se equivocaban, amaban y tenían prejuicios.
Al mismo tiempo, O´Neill y Adams se encargaron de Batman, un personaje que sufría las consecuencias de la exitosa serie de televisión de los años 60, por lo que todas sus historias mantenían un tono cómico. A partir de 1970, el hombre murciélago volvió a ser un detective, volvió a actuar preferentemente de noche e incluyó de nuevo en sus historias elementos de terror que habían sido apartados en los últimos años, como la intervención del villano Dos Caras o la versión más psicópata del Joker. Adams creó ese mismo año, junto a Frank Robbins, al temible Man–Bat, un científico brillante que se convertía en un murciélago bípedo a causa de un suero de su invención.
Pero, desde luego, el principal hallazgo de este período, y seguramente de toda la década, fue el villano Ra´s al Ghul, un moderno Fu Manchú capaz de hundir la vida de Batman y de revolverla por completo. De paso, su hija Talia se convirtió en amante del héroe y posiblemente en la única que ha sabido estar muy por encima de él, superando ampliamente a otras de sus parejas, como Catwoman, Vickie Vale o Silver St. Cloud. Talia ha sido heroína, aliada, madre y enemiga a través de las eras, y es uno de los elementos más desestabilizantes para el hombre murciélago.
Entre 1971 y 1972, Adams se unió otra vez a Roy Thomas en Marvel, esta vez para contar una de las mayores epopeyas de la historia de los Vengadores: La guerra Kree / Skrull, una saga que implicó a la práctica totalidad de los personajes Marvel de la época y que afrontó la vieja enemistad entre las razas Kree y Skrull con la Tierra de por medio. Este cómic ha servido de referencia para multitud de enfrentamientos cósmicos posteriores y como uno de los hitos incontestables en la carrera del dibujante.
Pero su mayor trabajo de la década de los setenta fue Superman vs Muhammad Ali, otra vez con Dennis O´Neill, una edición muy especial y de gran tamaño protagonizada por el primer superhéroe y por el entonces campeón de los pesos pesados, que debían enfrentarse entre ellos y luego pelear juntos para impedir una invasión alienígena. El guion resaltaba la preocupación social de Ali y el dibujo mostraba toda la brillantez de la que era capaz Neal Adams. La doble página inicial —con frutas tan reales que casi se podían oler— y la legendaria portada —que mostraba a más cien personajes célebres de los deportes, la música, la política y los cómics— se han convertido en historia del género. La defensa de la igualdad entre todos los seres humanos y la condena absoluta del racismo constituyeron la base de ese cómic grandioso, no solo por su tamaño.
Era 1978, el año del estreno de Superman, la película de Richard Donner protagonizada por Christopher Reeve que devolvió al personaje a la primera plana de los periódicos y las revistas generales. Adams aprovechó esa popularidad para reclamar que DC reconociese los derechos de autor de Siegel y Shuster, creadores del personaje, y que abonase algo de la inmensa fortuna que la compañía había generado a través de las décadas a costa de ellos. Aunó a un grupo numeroso de profesionales que reivindicaron mejoras en sus contratos, tanto en el dominio sobre los personajes creados para las compañías como en el derecho a retener las obras originales para luego comerciar con ellas. El litigio tuvo éxito, al menos en parte, y gracias a eso hoy en día, cada vez que el personaje de Superman aparezca en cualquier medio, es obligatorio reproducir el siguiente texto: «Superman creado por Jerry Siegel y Joe Shuster». De eso también fue responsable Neal Adams, en ocasiones incluso teniendo que oponerse a otros compañeros, lo que llevó a que se convirtiera en una de las personas más respetadas del medio. No solo era un genio, sino también alguien a quien valorar.
En 1971, Adams y Dick Giordano habían fundado su propia compañía, Continuity Associates, que garantizaba una condiciones justas de trabajo y el reconocimiento de los derechos de autor, no solo para la realización de cómics, sino para también otros trabajos artísticos como diseño gráfico, animación por computadora o bocetos para la industria del cine. Grandes nombres como Walt Simonson, Terry Austin, Cary Bates, Howard Chaikyn o Al Milgrom han formado parte de esta empresa a lo largo de los años. Entre 1984 y 1994, también publicaron su propia línea de cómics, llamada Continuity Comics, reconocida por la experimentación visual y por la ausencia de censura en cuanto a la presencia de erotismo o violencia en sus páginas, aunque también muy criticada por una terrible estrategia comercial de la época: la de la edición de portadas variantes y cromos coleccionables. Esta táctica para aumentar las ventas de una manera artificial fue una de las causas del desastre económico que llegaría años después, igual que la pobreza creativa de muchos autores.
Adams trabajó para el mercado publicitario y cinematográfico y, desde comienzos del siglo XXI, regresó a los cómics con obras diversas para Marvel y DC: Batman: Odisea, First X–Men o Superman: La llegada de los superhombres. Sus últimos trabajos han sido Los 4 Fantásticos: Antítesis —junto al escritor Mark Waid— y Batman vs Ra´s al Ghul —como autor completo—.
Ha fallecido un artista único e inspirador. Su labor dentro y fuera de las viñetas se recordará para siempre al haber abierto caminos por los que ahora transita la industria de los cómics. Su influencia artística ha sido definitiva en muchos otros artistas y su compromiso en la defensa del gremio ha hecho de él una figura admirable. En los tratados sobre la historia del cómic aparecerá siempre el nombre de Neal Adams, pero sobre todo lo hará en la mente de los aficionados, porque cualquier cómic dibujado o escrito por él alberga el poder de crear nuevos lectores.