«En el delicioso distrito de la bella Inglaterra que riega el Don, se extendía, tiempo atrás, un gran bosque que cubría la mayor parte de las pintorescas colinas y valles situados entre Sheffield y la graciosa ciudad de Doncaster. Los restos de aquellos bosques inmensos pueden verse aún en las cercanías del hermoso palacio de Wentworth, del parque de Wharncliffe y alrededor de Rotherham. En otro tiempo, allí acechaba el fabuloso dragón de Wantley, allí se libraron muchas y muy desesperadas batallas durante las guerras civiles de las dos rosas y también fue allí donde florecieron antaño aquellos valientes proscritos cuyos hechos han popularizado después las baladas inglesas.
Tal es el escenario principal de nuestra historia, la fecha de la cual se remonta a la época en que tocaba a su fin el reinado de Ricardo I, cuando la vuelta de su largo cautiverio había llegado a ser un acontecimiento más deseado que creído por sus desesperados súbditos, que se hallaban sujetos a una inexorable opresión. Los nobles, cuyo poder había crecido de forma exorbitada durante el reinado de Esteban, y a quienes la prudencia de Enrique II había conseguido someter a la Corona, habían recobrado ahora sus antiguas licencias en toda su latitud. Despreciando la débil intervención del Consejo de Estado de Inglaterra, fortificaban sus castillos y aumentaban el número de sus dependientes, sometían a vasallaje cuanto les rodeaba y consolidaban su poder con todos los medios posibles para encabezar las fuerzas suficientes que les permitieran crearse una reputación en la lucha contra las convulsiones nacionales que parecían inminentes».
Con solo dos párrafos, sir Walter Scott era perfectamente capaz de explicarnos el lugar y la época en que iba a transcurrir su gran epopeya y al mismo tiempo transmitir esa sensación de heroísmo, linaje y grandeza, hasta el punto que nos parece estar caminando por esos frondosos bosques donde los bandidos robaban a los ricos para dárselo a los pobres.
Ricardo I de Inglaterra, conocido como Ricardo Corazón de León, había abandonado su patria para tomar parte en la Tercera Cruzada, durante la que su enfrentamiento con el sultán Saladino se volvió legendario. Pero, en su ausencia, su hermano Juan (coronado como Juan I de Inglaterra pero conocido popularmente como Juan Sin Tierra) había confabulado en su contra y soñaba con mantener el trono. Por esta razón, Ricardo firmó un acuerdo con Saladino e inició el viaje de regreso. Pero sus enemigos estaban por todas partes y el rey terminó prisionero en el castillo de Dürnstein por cuenta de Leopoldo V de Austria, a quien Juan y Felipe II de Francia prometieron una cuantiosa prima si lo mantenía bajo cautiverio. Solo la recolección de enormes cantidades de dinero (llevada a cabo por Leonor de Aquitania, madre de ambos hermanos) logró convencer al austriaco de que dejara marchar a Ricardo. En una última jugada conspiratoria, el rey francés hizo llegar un mensaje al usurpador: «Cuídate, el demonio anda suelto».
Esa es la situación en la que comienza esta novela, con unos nobles normandos que campaban a sus anchas por una Inglaterra invadida, imponiendo sus costumbres, su idioma y sus caprichos a unos caballeros sajones incapaces de rebelarse, y con la complicidad de un rey indigno. Scott refleja el estado global de una nación compleja: por sus páginas se mueven vasallos, clérigos, bandidos, templarios, nobles, damas y monarcas. Prestamistas judíos reciben el odio de los cristianos, los caballeros abusan de sus privilegios, los religiosos acaparan riquezas y las únicas personas con principios morales acaban exiliadas en un bosque, perseguidas por una Justicia corrupta. Sin embargo, este no es un tratado de Historia, sino una novela, y eso se nota en el rapidísimo ritmo narrativo que utiliza y en la aparición de tramas secundarias con personajes ficticios, que muestran con sus actos la extraña realidad inglesa. Para contar el enfrentamiento entre Ricardo y Juan (verídico, pero convertido por el autor en mucho más épico y maniqueo de como pasó en realidad en el siglo XII), emplea una serie de personajes que representan todos los aspectos de aquel modelo de sociedad: sir Wilfred de Ivanhoe es un valiente caballero que regresa de las Cruzadas con Ricardo, a tiempo de encontrarse una nación necesitada de héroes; sir Cedric de Rotherwood es su padre, un noble sajón decadente y siempre enfadado, a quien la invasión normanda ha privado de casi todos sus privilegios; lady Rowena es la ahijada de Cedric, una dama de buen linaje sajón cuya posición impide tomar más decisiones que aceptar al hombre con quien la prometan en matrimonio; el príncipe Athelstane es el último descendiente de la estirpe de los reyes sajones, torpe e indeciso, a quien han prometido con lady Rowena; Isaac de York es un mercader judío de enorme fortuna, odiado por su origen; Rebeca es su hija, una habilidosa curandera a la que consideran bruja; y, en el bando de los malvados, sir Brian de Bois–Guilbert es un templario normando que desea a la dama sajona pero acaba enamorado de la judía, enfrentado a su propia Orden por una pasión incontrolable.
La gran aportación de Scott, en plena época de la Revolución Industrial, fue abandonar el carácter adoctrinador que tenía hasta entonces la novela histórica y llevarla hacia el terreno de la aventura, mezclando la evocación de épocas pasadas con una enseñanza sin moralina, divertida y apasionante. «Ivanhoe» es una obra que no se detiene un momento, cada capítulo está lleno de cabalgadas, justas, asedios, amores imposibles y valientes dispuestos a todos por defender un ideal. El cuadrado amoroso entre Ivanhoe, Rowena, Bois–Guilbert y Rebeca mueve gran parte de la trama, enmarcada por el odio entre normandos y sajones, y de ambos bandos hacia los judíos. La historia es tan apasionante que nunca ha pasado de moda y a Scott se le considera con justicia el creador de la novela histórica moderna. Este mismo modelo de narración, que alterna hechos comprobados con una trama ligera que sirve de contrapunto, lo heredó el que quizá haya sido el mayor genio de la novela histórica en lengua española: Benito Pérez Galdós, en sus «Episodios Nacionales».
Sir Walter Scott nació en Edimburgo, pero de niño padeció la polio y sus padres decidieron enviarlo con sus abuelos, a una granja en la frontera entre Escocia e Inglaterra. Ese ambiente rural, con sus historias de nobles gestas y sus leyendas fantasmales llenaron los sueños del pequeño Walter, que más tarde eligió dedicarles sus novelas. Él trae la ensoñación, la gesta y los valores heroicos.
Sir Walter Scott siempre es una garantía de divertimento.