—Iremos hacia el sur —sentenció—. La madre de mi madre, la anciana bruja Piedra de Rayo, me contó hace muchos años la historia de la serpiente del caos, a la que nuestros enemigos, los egipcios, llamaban Nepai, «larga como las tripas intestinales», para no mencionar su nombre verdadero, aquel por el que puede ser dominada: Histah. Así era conocida en los Reinos Negros, de donde surgió hace eones. Vosotros también lo habéis oído y esperabais este momento igual que yo. Hubo un tiempo en que los zerzura fuimos grandes señores de África sobre la cubierta de los Navíos Blancos, con los que recorríamos el mundo entero y todos los pueblos nos veneraban. Hubo una época gloriosa en la que este lugar fue un océano, antes de que la magia de los hombres negros transformara Zerzura en un desierto y a nosotros en mendigos de una tierra hostil. ¿Sabéis de lo que estoy hablando? ¿Vosotros también recordáis esa historia?
Los nómadas asintieron y soltaron gruñidos de aceptación.
—Hoy somos pocos los que recordamos el auténtico poder de la asesina de dioses —continuó el patriarca—, pero hubo un tiempo, hace miles de estaciones de las lluvias, en que los hombres serpiente gobernaban el mundo y Histah era su diosa. Muchas versiones ha habido de esta historia, y en el imperio de Aquerón la llamaban Satha y entre los círculos de hechiceros de Estigia era conocida como Set. Pero todos sabemos de las aberraciones que se cometieron en aquella época primitiva, cuando los demonios caminaban sobre la tierra y ejercían el mal a costa de los mortales. De no haber sido por el caudillo de todos los pueblos, por Jhebbal Sag, el primer rey de los hombres, nunca habríamos podido liberarnos de aquel yugo. Él nos juntó, nos hizo fuertes, nos enseñó el camino de la victoria. Por su mano cayó Histah y los hombres fuimos libres, y pudimos extendernos por el mundo y erigir brillantes reinos que le hicieran justicia.
»Pero ahora ya nadie guarda memoria de aquella guerra y es lo que aprovecha la serpiente del caos para regresar al mundo. Ha pervivido en secreto durante todas las estaciones de las lluvias y, por desgracia, pronto los pueblos del mundo sabrán quién es. Ella guiará otra vez con mano firme a los hombres serpiente para terminar con reyes y sultanes y no se detendrá hasta forjar de nuevo el vasto imperio de antaño.
»Se acerca una nueva era del caos, hermanos, en la que tendremos que volver a luchar por ser libres. Porque nosotros sí lo recordamos, nosotros aún podemos seguir la senda de Jhebbal Sag y recuperar el orgullo de quienes fuimos un día, hace siglos. Yo me siento orgulloso de ser un zerzura y estoy dispuesto a pelear. ¿Quién vendrá conmigo?
Los guerreros chillaron de júbilo. Levantaron sus espadas, sus lanzas y sus fusiles con un grito salvaje de llamamiento a la guerra. Recitaron viejas cantinelas de pertenencia a la tribu e insultaron a árabes y cristianos, que en varias ocasiones habían intentado invadirlos desde el norte. El patriarca rió con ellos y brindó por el éxito de la contienda. Después se apartó lentamente del grupo y miró a su gente con satisfacción.
Ya no era joven, pero seguía gobernando a los suyos por naturaleza. Frente a una muchedumbre de túnicas, turbantes y velos de apariencia similar, él destacaba de forma ostentosa, tanto por su aspecto físico como por su indumentaria. Su cuerpo era fornido, engalanado con una piel de leopardo y medallones de arenisca y piedras preciosas que se podían adivinar desde lejos. El rostro, tapado por el tagelmust, el velo de los nobles zerzura, llamaba la atención por sus ojos: feroces, honestos, valerosos e inflexibles.