Y lo es porque hablar de “Lo que más me gusta son los monstruos” no es hacerlo de un cómic cualquiera, una novela gráfica más. La primera parte de esta fundamental obra maestra fue un trabajo mayúsculo que además encierra una intrahistoria asombrosa: Emil Ferris (Chicago, 1962), su autora, aquejada de escoliosis fue una niña volcada a un mundo interior que trasladaba, bolígrafo y libreta pautada mediante, al papel. Además en 2001 una picadura de mosquito le produjo la Fiebre del Nilo y perdió la movilidad de cintura para abajo, así como el movimiento de su mano derecha (con la cual dibujaba). Esto no hizo decaer en sus pasiones a Ferris. Quería dibujar sus historias. Cursó estudios artísticos, y comenzó el comic que supuso su debut, presentándolo a numerosísimas editoriales que lo rechazaron… hasta caer en las manos de Fantagraphics, una de las editoriales de mayor prestigio de Estados Unidos. El resto es historia, el primer álbum de esta colosal novela gráfica arrasó en premios (suma 20 galardones) y tuvo ventas estratosféricas.
Si la hisotria de la autora es asombrosa, lo que nos presenta el cómic no es de categoría menor: su protagonista es una niña de diez años que vive en Chicago a finales de los años sesenta, lleva un diario gráfico que refleja su pasión por las películas de terror de serie B y la iconografía de las revistas pulp de monstruos, y ahí se retrata a sí misma como una niña-lobo vestida de detective. Estas pasiones de su imaginación infantil interseccionan con sucesos de su día a día, cuando se propone un día resolver el misterio que rodea el asesinato de su bella y enigmática vecina, una superviviente del Holocausto. La primera parte de esta inigualable novela gráfica retrataba así una historia compleja, múltiple (la memoria histórica del holocausto, los divertimentos populares de los años sesenta y cómo nos definen nuestras pasiones, el retrato social de un barrio urbano…) y que quedó pendiente de su conclusión. Esta llega por fin, tras años de espera.
“Lo que más me gusta son los monstruos” no se parece a nada del presente, aunque es imposible pensar que algo así hubiera podido existir en otro momento. Apegada por tanto a las maneras y formas de entender hoy el cómic y la novela gráfica por su ambición narrativa, su estilo libre recuerda antes a clásicos del underground de los sesenta que a paladines de la modernidad actual. Y como obra única y al tiempo definitoria de una época, hablamos de un cómic ya histórico. Aunque su segunda parte acabe de ser publicada, este mismo abril y por eso es la novela gráfica del mes.