Ayer, día 30 de abril, falleció uno de los mayores genios de la literatura contemporánea, un autor empeñado en romper las ataduras del arte y en buscar caminos nuevos y disciplinas nuevas que cultivar, en un afán permanente por ensanchar su propia obra.
Una de sus grandes obsesiones era el azar. Cualquier escritor es consciente de que una ficción no puede sustentarse sobre hechos casuales ―Hércules Poirot no descubre al culpable por fortuna, sino por una investigación metódica en la que todo encaja―. En cambio, Paul Auster se empeñó siempre en destrozar los moldes de lo establecido: en Ciudad de cristal, la novela que lo hizo mundialmente famoso, el escritor y antiguo poeta Daniel Quinn recibe por equivocación una llamada telefónica que pregunta por el detective Paul Auster y él decide suplantarlo para llevar a cabo la investigación que le piden. Así, el thriller, la novela policíaca, las aventuras quijotescas, el surrealismo y la metaliteratura se mezclan en una obra rompedora que fue llevada al cómic por Paul Karasik y David Mazzuchelli.
Esta historia le ocurrió en verdad al autor: una vez llamó a su casa una persona que preguntaba por la agencia de detectives Pinkerton. Él contestó educadamente que se habían equivocado, pero nada más colgar pensó qué habría ocurrido si no lo hubiera rechazado tan deprisa, y de ahí surgió una de sus grandes novelas.
El azar en nuestro día a día le fascinaba. En 1993 publicó El cuaderno rojo, una recopilación de hechos auténticos que, de tan fortuitos, nadie se los podría creer, como el día en que sonó el teléfono de su casa y alguien preguntó por el señor Quinn ―justamente lo contrario que en Ciudad de cristal―. Siempre se esforzó por saltarse las normas escritas de la literatura, como en Fantasmas, su siguiente novela, cuya sinopsis cuenta: «El caso parecía bastante sencillo. El señor Blanco, que apareció un día repentinamente, cuando en la vida del detective Azul parecía que ya nada iba a cambiar, quería que Azul siguiera a un hombre llamado Negro, que lo vigilara sin pausa todo el tiempo que hiciera falta».
La metaliteratura o ruptura de las barreras entre la realidad y la ficción también resultó una de sus pasiones, igual que su incursión en otras artes, como la poesía, el relato corto, el teatro, el guion cinematográfico, la traducción, el artículo periodístico, el ensayo o la autobiografía. También su defensa de las libertades en todo el mundo, con actos tan valientes como su renuncia a presentar su obra en países que no garantizaran la libertad de expresión, como China y Turquía, o su papel como cabeza visible de una asociación de escritores en contra de Donald Trump.
Ese mismo compromiso fue el que hizo que participase en 2022 en el acto de homenaje a Salman Rushdie en Nueva York, después de que el escritor británico–estadounidense de origen indio fuera apuñalado en ese mismo lugar.
Hoy todo el mundo habla de la enorme pérdida que supone el fallecimiento de Paul Auster y no es para menos. Sus obras han sido traducidas a más de cuarenta idiomas y en vida fue nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia en 1992 y recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006. Pero, sobre todo, deja una enorme cantidad de lectores en todo el mundo, admiradores fieles de un artista único que, desde hoy, vivirá para siempre en todos nosotros.