Alberto Manzi fue durante mucho tiempo una de las personalidades más famosas de Italia, ya que presentaba el programa «Non è mai troppo tardi» («No es demasiado tarde»), un proyecto de la Radiotelevisione Italiana (RAI) que enseñaba a leer a la población mediante programas educativos avanzados, y que sacó del analfabetismo a millones de personas. Filósofo, biólogo y pedagodo, Manzi se convirtió enseguida en una celebridad: se fundaron escuelas en su honor, ponían su nombre a las plazas y hasta fue alcalde de Pitigliano, una localidad de unos cuatro mil habitantes en la Toscana.
La otra gran razón por la que ha pasado a la Historia es la novela «Orzowei», de 1955, un llamamiento a la comprensión entre pueblos distintos, en plena guerra entre los holandeses y los swazi. Un poco Tarzán y un poco Mowgli, Orzowei es un niño blanco abandonado en la selva africana y criado por aborígenes, donde se convierte en un individuo ágil y fuerte, hasta que de adolescente lo someten a la «gran prueba»: desnudo y con la piel cubierta de tinte blanco, tendrá que ser capaz de sobrevivir sin ayuda. Solo así adquirirá el estatus de hombre adulto de la tribu.
«—¡Va, cogedle, cogedle!
En el ímpetu de la carrera volcaron un caldero, y Amebais, la vieja borracha, salió de la choza lanzando maldiciones contra aquellos diablos que lo tiraban todo al aire.
—¡Ya no hay tranquilidad, no! ¡Pero como os coja, haré que os den de latigazos a todos! —chilló dirigiéndose al grupo de muchachos que corrían hacia la selva.
Pero estos no le hacían caso.
Un poco porque Amebais había sido siempre una loca gruñona; pero sobre todo porque su caza era muy interesante.
La pieza era esta vez Isa, el muchacho que Amûnai había traído de la selva.
Amûnai, el Ring-kop (que significa «el gran guerrero») lo encontró, hacía ya unos diez años, envuelto en una faja roja, dentro de una cesta colgada de una rama muy grande. La cesta estaba atada de forma que ni las serpientes ni las fieras la podían alcanzar.
Lo cogió y se lo llevó al poblado».
De este modo tan tarzánido, el niño de piel blanca llega a la tribu y crece entre el desprecio de los otros muchachos, siempre sometido a vejaciones. Intenta por un tiempo convivir con los holandeses que se han establecido en la región, pero ellos tampoco lo aceptan. La vida no es fácil para alguien capaz de sobrevivir a la dureza de la selva pero con el que nadie quiere compartir su tiempo. Su nombre es Mohamed Isa, pero todos le llaman, de forma despectiva, «orzowei». Por eso ni siquiera confían en que pueda superar la prueba y que llegue a ser adulto.
Los swazi tienen por costumbre introducir a los aspirantes en una gran cuba llena de pintura blanca, la más escandalosa que podría haber para moverse por la jungla. Después de eso deben arreglárselas por sí solos y no pueden regresar al poblado —ni nadie del poblado ayudarlos— hasta que el tinte se haya borrado y vuelva a su color habitual. Solo entonces se habrán ganado el respeto de la tribu y serán nombrados guerreros.
«Orzowei» es una novela de aventuras, descubrimientos e incomprensión, es una historia acerca de un lugar y un momento concretos donde ocurren hechos que son universales. Manzi plantea el odio entre pueblos dentro de una guerra de colonización que es la metáfora de todos los odios que ha habido entre todos los pueblos de la Historia. Mohamed Isa es quizá la única persona lúcida que existe, porque, al no pertenecer a ninguna tribu ni ninguna raza en concreto, puede ver el absurdo de todos. Él es capaz de rastrear fieras y cazarlas, de reconocer las hierbas buenas de las malas, de trepar a los árboles más altos y sobrevivir a las heridas más terribles, pero no es capaz de entender a las personas, porque dan más importancia a las diferencias entre ellas que a los parecidos.
Por eso al final se declara una guerra en su territorio, porque nadie se para a escuchar a un chico blanco criado por los negros, cuya mirada es más honesta que la de tantos grandes guerreros, que, ellos sí, pasaron la gran prueba de admisión en la tribu.