En el año 2000 aparecía en Francia el primer tomo de una obra rompedora y honesta, «Persépolis», la autobiografía en cómic de Marjane Satrapi, creadora de origen iraní exiliada en Francia a raíz de la revolución de 1979. Con humor, cercanía y a la vez rigor histórico, Satrapi muestra el día a día de una familia corriente (la suya) durante el final del régimen del shah de Persia y el desarrollo de la llamada revolución islámica. La obra resulta deliciosa por el acercamiento desenfadado a la historia real, comenzando por el primer volumen, donde niños de diez años reinterpretan a su modo lo que reciben de sus mayores: sueños de libertad, odios de bandos, pérdidas humanas, sufrimiento, silencios. Las distintas facciones se enfrentan en luchas callejeras y los más pequeños intentan encontrarle un sentido a todo, proclamando héroes a los mártires de la fe o persiguiendo a los que les dictan que son sus enemigos. El microcosmos de una familia refleja las circunstancias de un país, encima con una evolución tan compleja como la de Irán.
De la caída de shah surgió una ilusión creciente entre la población por ver nacer un nuevo Estado de izquierdas, libre de la influencia americana y con una verdadera mentalidad social. Sin embargo, el gobierno se fue volviendo progresivamente radical, con medidas como la segregación por sexos en la escuela o la obligación de que todas las mujeres llevasen puesto el velo islámico, ya que «el cabello femenino provoca a los hombres». Satrapi creció en esa sociedad cada vez más enrarecida, donde personas queridas desaparecían de la noche a la mañana sin saber por qué y donde sus posibilidades laborales se iban reduciendo, solo por el hecho de ser mujer.
El segundo tomo aborda la guerra Irán–Irak, que muestra una crueldad sorprendente: los jóvenes eran enviados a una muerte segura, engañados mediante doctrinas religiosas. Sus posibilidades siempre fueron escasas en el enfrentamiento armado, pero el gobierno iraní contaba con la ventaja del número, es decir, de las masas a las que sacrificaba gratuitamente. El cómic muestra el horror de los que aguardaban en sus casas a leer cada día en el periódico la lista de bajas, con sus rostros en fotografías.
El tercer tomo habla sobre el exilio, la vida en Europa, los estudios y la adolescencia, siempre con la connotación de ser una iraní en un país extranjero. Las decepciones de Satrapi también fueron grandes en esa etapa, con una sensación de falta de pertenencia y de rumbo. Era la época de las drogas y la libertad sexual.
En la última parte se muestra el regreso a Irán, una oportunidad de encontrarse a sí misma en un régimen cada vez más radicalizado, más inhumano y cruel, que además la rechaza por haberse occidentalizado. De esas experiencias surgió la necesidad de contar al mundo lo que estaba ocurriendo allí, no desde el punto de vista de los historiadores, sino de las personas normales que ven cómo su mundo se destruye paso a paso, a través de una revolución que ellos creían que los haría más libres.
«Persépolis» ha obtenido reconocimientos tan importantes como el Premio al autor revelación en el Festival Internacional de Cómic de Angoulême de 2001 y Premio al mejor guion el año siguiente; o el Premio Harvey a la mejor obra extranjera en 2004. La propia Satrapi dirigió, junto a Vincent Paronnaud, una adaptación al cine de animación en 2007, que ese mismo año fue seleccionada para la Palma de Oro del Festival de Cannes y ganó el Premio del Jurado; después, en 2008, el Globo de Oro a la mejor película en habla no inglesa; ese año también fue candidata al Oscar a la mejor película animada; y en 2009 recibió el BAFTA a la mejor película en habla no inglesa.
«Persépolis» es un cómic universal y eterno, porque habla de la incomprensión acerca de las guerras y de las consecuencias que inevitablemente sufre la gente de la calle, habla de la pérdida de la inocencia y, a pesar de todo eso, de la importancia de seguir luchando por encontrar la propia identidad, sea donde sea.