Nos encontramos en el ecuador del mes de abril, doblando el paso de los días que lo componen. A este mes se le asignó la celebración del libro y se le puso por fecha señalada la festividad de San Jorge, el día veintitrés. No porque se honre al santo enemigo del Dragón sino por acumular en él los aniversarios del fallecimiento de W. Shakespeare y M. Cervantes, según parece, aunque esto no es lo importante.
Claro parece que el libro está ligado a la escritura pero ésta es anterior al libro, así la aparición de signos que pudieran tener valor de representación fonética o bien semántica o bien ideográfica, ya fueran pictogramas o alfabetos es muy antigua, de miles de años, realizada en piedra, hueso, madera o cualesquiera otra materia.
Pero no es sino desde el rollo de papiro hasta la impresión del Misal de Constanza por Guthemberg en el siglo XV que aquella primitiva escritura va haciéndose libro. A partir de la irrupción de la Galaxia Guthemberg hasta nuestros días el libro y la lectura no han dejado de crecer casi exponencialmente, multiplicándose títulos y tiradas de ejemplares, de tal modo que con las masas alfabetizadas no hay hogar donde no se encuentre algún libro, sin entrar en distingos.
Claro está que me refiero al contexto cultural de nuestro entorno, preferentemente europeo. Siendo cierto que hoy se lee más que hace cuarenta o cincuenta años paso a hacer brevísimo recuerdo de mi iniciación a la lectura.
Entre mis lecturas infantiles y juveniles de los años sesenta, hasta el setenta más o menos, destaco los títulos de Mis cuentos de Hadas, versiones primorosamente ilustradas de los Grimm, Andersen o Perrault, comprados en las librerías Pax, en Elduayen, por entonces calle Calvo Sotelo y Librería Galdós en Falperra, ambas desaparecidas. También los libros, heredados de mi madre, de Richmal Crompton, Las aventuras de Gullermo el travieso, o los del Club de los 5, de Enid Blyton o Viaje al centro de la tierra y otros de Julio Verne, Salgari, Jack London . O la literatura detetivesca de Conan Doyle, de la mano de Holmes y Watson y la gótica y terrorífica de Mary Shelley y Bram Stoker, por supuesto.
Posteriormente, ya iniciando los setenta, las visitas a la Almoneda de Xosé María Álvarez Blázquez, en Pi y Margall, por aquella General Aranda, allí lecturas en lengua gallega, títulos publicados en Edicións Monterrey y Editorial Castrelos, de su propiedad, también compra de la Revista Grial y sus suplementos.
En Librouro, de la mano de Antón Patiño, Antoloxía Popular de Heriberto Bens, editada por el Padroado da Cultura Galega de Montevideo, con capa de Luis Seoane o el Sempre en Galiza de Castelao en edición As Burgas, de Buenos Aires, en papel biblia, a biblia pequena da galeguidade.
En la librería A Esmorga, en la calle Gamboa, de Pepe Ulloa, el teatro de Sartre o de Brecht, editorial Losada, de Buenos Aires. También ambas desaparecidas. La editorial y la librería.
Finalmente, la librería Curros Enríquez, en Canovas del Castillo, igualmente finada, recuerdo a la venta las obras que supongo completas de Manuel Azaña. No estaba a ml alcance adquirirlas, de esto me quedó una cierta amargura hace años superada. Al igual que en A Esmorga títulos publicados en el exilio americano por Fondo de Cultura Económica y otros.
De todas las librerías citadas permanece activa sólo Librouro, que por su esfuerzo y longevidad merece un reconocimiento y homenaje aunque el mejor sea seguir visitándola. Comprar libros y mejor aún leerlos. Feliz abril de lecturas y así todo el año.