No cabe duda de que Nietzsche profesaba una abierta admiración hacia Dostoievski, aunque esta admiración se desarrollara después de la muerte del escritor ruso (1881). De hecho, la primera alusión escrita que encontramos por parte Nietzsche data del 12 de febrero de 1987, en una carta que el escritor alemán enviaba a su amigo Franz Overbeck desde Niza. Poco después, Nietzsche compara a Dostoievski con Stendhal, en otra carta que en este caso envió a Peter Gast, “excepto Stendhal, nadie me ha causado tanto placer y sorpresa”, afirma el genio de la filosofía.
Ya en un plano más serio y literario, concretamente en su obra El ocaso de los ídolos, o cómo se filosofa a martillazos (1989), Nietzsche define a Dostoievski como “el único psicólogo, dicho sea de paso, que me ha enseñado algo. Dostoievski ha sido una de las mayores suertes de mi vida”.
Para aquellos que conocemos un poco de las obras de estos dos gigantes de la literatura, sin embargo, estas afirmaciones pueden parecer un tanto extrañas, al menos en algunos aspectos ideológicos. Dostoievski no tiene ninguna intención de transitar por un mundo sin dios, mientras que Nietzsche cree fervientemente en que la muerte de dios es necesaria e inevitable.
En Humano, demasiado humano, Nietzsche nos da una pista de por dónde pueden ir los tiros de la “afinidad” encontrada en la obra del ruso: “No en la manera en cómo un alma se aproxima a otra, sino en la manera en cómo se separa, es en lo que yo reconozco el parentesco y la afinidad que tiene con ella”.
De lo que tampoco cabe la menor duda, si nos detenemos en el trasfondo de sus obras, es de que, desde posturas aparentemente opuestas, ambos pensadores desarrollaron argumentos e ideas sorprendentemente parecidas. ¿La clave? La observación activa e ingeniosa de una sociedad, como la actual, profundamente enferma.
En la obra de Dostoievski está presente un combate, una lucha a muerte entre criaturas encarnadas por dios y el diablo; los personajes no encuentran, generalmente, paz ni amor ni liberación, sólo pobreza, vicio, crimen, ansiedad existencial y megalomanía. Una de las obras más afamadas de Dostoievski, El jugador, trata sobre un joven tutor contratado por un general ruso y está ambientada en los casinos de Baden-Baden. En esta breve novela que escribió en sólo un mes, el autor se sumerge en el carácter ruso, contraponiéndolo al francés y, curiosamente, al alemán (encarnados por dos personajes de la novela, Grillet y Astley respectivamente). Sin embargo, los tres personajes están unidos por un profundo fatalismo, esperando un golpe de suerte que arregle sus vidas.
Por su parte, Nietzsche predicó, como decíamos, ideas aparentemente diferentes, al menos en lo que respecta a su presentación, a las capas superficiales que impactaron considerablemente en la sociedad (la afamada muerte de dios). Sin embargo, tras el nihilismo (que él mismo profetizó) y una extrema exaltación de la libertad, se encuentra una razón insuficiente, que por sí misma no puede y no hace nada, de la misma forma que lo expresó Dostoievski (y Platón, Spinoza o Camus). La esencia de la vida del ser humano no está en la razón, sino en aquello que nos lleva a reconocer al otro, a compartir la alegría o el dolor.
Aunque Dostoievski nunca leyó a Nietzsche, o al menos no se tiene constancia y el tiempo en el que pudo hacerlo fue poco, y la casualidad remota; Nietzsche sí leyó a Dostoievski, pero lo hizo en un momento en el que el grueso de su pensamiento ya estaba construido y bien argumentado a través de sus obras. Ambos alcanzaron una intuición, una sensibilidad compartida, a través de la observación y de convertir en literatura, en filosofía, la existencia humana.
Si estos dos pensadores llegaron a conclusiones tan similares (a través de planteamientos tan diferentes), basándose en la observación, en cómo transcurría el mundo hace algo más de cien años, imagínense qué podrían haber hecho en la sociedad que nos ha tocado vivir hoy y habiendo confluido.