«Desde lo alto de la loma, haciendo visera con una mano en el borde del yelmo, el jinete cansado miró a lo lejos. El sol, vertical a esa hora, parecía hacer ondular el aire en la distancia, espesándolo hasta darle una consistencia casi física. La pequeña mancha parda de San Hernán se distinguía en medio de la llanura calcinada y pajiza, y de ella se alzaba al cielo una columna de humo. No procedía ésta de sus muros fortificados, sino de algo situado muy cerca, seguramente el granero o el establo del monasterio. Quizá los frailes estén luchando todavía, pensó el jinete».
De esta manera tan in medias res comienza el libro número 39 del escritor cartaginés, que se mete sin miedo en el barro (literario y auténtico) de la Castilla medieval. El Cid Campeador es una de las figuras históricas más versionadas, incluyendo novelas, películas de Hollywood, animación, series e incluso pastiches de contenido fantástico, con el de Vivar combatiendo fantasmas y demonios.
Además, su figura ha sufrido diversas reescrituras acordes con los tiempos, para así crear una leyenda que personificara la supuesta gesta heroica de la Reconquista. Hoy sabemos que varios episodios clave de la vida del Cid tienen una escasa credibilidad histórica, como la propia Jura de Santa Gadea, que tantas veces se ha repetido. En ese ambiente de manipulación y falso ensalzamiento, Pérez–Reverte muestra al Cid como realmente fue, como un soldado de fortuna en el duro territorio de la frontera castellana, durante una Edad Media de alianzas cambiantes, miseria y hambruna. Él y sus hombres viven en la permanente duda de a quién servir, de cómo sobrevivir y ganarse el pan día a día. Sus victorias no llenarían ningún cantar de gesta, solo su bolsa, siempre al límite. Las aldeas los ven pasar con el miedo permanente a los hombres de armas, que hoy las defienden y mañana, cuando cambien de señor, las arrasarán con la misma entrega.
El autor nos muestra esa existencia con crudeza, sin ahorrar en sangre, traiciones o muertes sin sentido. El honor para ellos es algo privado, que defienden simplemente porque creen en ello, con independencia de los reyes, tan volubles. Y es a partir de esa terrible supervivencia en la frontera, cobrando en cabezas de moros igual que aquellos vaqueros del Lejano Oeste lo hacían en cabelleras de indios, como Pérez–Reverte construye su propio héroe, mucho más revertiano que cidiano y aun así más cercano a la realidad que muchos libros pretendidamente canónicos.
La novela se centra en uno de los episodios menos conocidos de la leyenda: la época en la que el Cid, desterrado por el rey Alfonso VI de León tras la muerte de su hermano Sancho II de Castilla, entra al servicio del rey moro de Zaragoza, Al–Muqtádir, y lidera sus ejércitos, como mercenario, contra los del conde de Barcelona y el rey de Aragón en la terrible batalla de Almenar. Esa desviación frente al mito que sirvió de emblema a la Reconquista (fabricado mucho después del siglo XI en que transcurrió la historia auténtica) se convierte aquí en una epopeya distinta a lo esperado y, a su manera, verdaderamente heroica. La primera parte de la novela consiste básicamente en desmontar lo que sabemos sobre el personaje y mostrarlo como un soldado de oficio, cuya vida se define a través del hierro, el sudor pegado a la piel, el miedo que hay que dominar y el apego a unos principios que valen, en ocasiones, más que su propia vida. Porque sin esos principios, la vida no tendría sentido.
El protagonista de la nueva novela de Pérez–Reverte no es Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, sino Ruy Díaz, apodado Sidi, como una demostración, ya desde el propio nombre, de su voluntad de alejarse de cualquier retrato suyo que hayamos visto hasta ahora. Y sin embargo, por medio de esa narración dura y honesta, este personaje se convierte en el Cid más verídico que uno pueda imaginar.