Hoy habría cumplido años uno de los artistas más influyentes del siglo pasado, creador gráfico del que está considerado como el personaje de ficción más conocido y exitoso de la historia, y que sin embargo tuvo un final amargo, litigando para recuperar los derechos de su obra. Hoy le dedicamos un sentido homenaje a Joe Shuster.
«Poco antes de que un planeta distante se destruyera, un científico colocó a su hijo en una nave espacial diseñada rápidamente y lo envió a la Tierra. Cuando aterrizó en nuestro planeta, un motorista descubrió al bebé durmiendo y lo llevó al orfanato. Sus cuidadores, al no saber que la estructura física del niño estaba millones de años adelantada a la suya, se quedaban asombrados por sus logros. Cuando llegó a la juventud, se dio cuenta de que fácilmente podía: saltar 300 metros, sobrepasar un edificio de veinte plantas, levantar pesos espectaculares y nada que no fuese una bala ardiente podía penetrar en su piel. Muy pronto, Clark decidió que debía usar su fuerza titánica para fines que beneficiasen a la humanidad. Y así apareció: ¡Superman! ¡El campeón de los oprimidos, la maravilla física que ha jurado dedicar su existencia a ayudar a los necesitados!».
Era junio de 1938 y llegaba a los quioscos americanos una revista que habría de cambiar la historia: Action Comics número 1. En su portada, un hombre vestido con mallas rojas y azules levantaba un coche por encima de su cabeza, ante el asombro y el horror de los espectadores. Había empezado una era nueva, la de los comics en revista y no solo en las tiras cómicas de los periódicos. Y con Superman daría comienzo un género literario propio, que se transmitiría en poco tiempo a todos los medios imaginables: el de los superhéroes.
Unos jóvenes de Cleveland, Ohio, llamados Jerry Siegel y Joe Shuster llevaban años recorriendo las editoriales americanas para vender un personaje en el que creían. Lo habían imaginado en 1933 como un telépata sin pelo que pretendía dominar la humanidad, pero enseguida lo transformaron en héroe y dieron pie a la leyenda. Como todos los grandes creadores de la historia, modelaron su personaje en base a muchos elementos previos: poseía un organismo avanzado millones de años respecto a un hombre común —como el protagonista de «Gladiador», la novela de Philip Wylie—, podía levantar grandes pesos y dar saltos formidables —como John Carter en «Una princesa de Marte», de Edgar Rice Burroughs—, se escondía detrás de una doble identidad —como el Zorro en «La maldición de Capistrano», de Johnston McCulley— y vestía con las mallas de un forzudo de circo. Pero el toque magistral, ese que definiría al personaje por varias décadas, fue una larga capa roja que ondeaba a su paso, como una bandera. Siegel especificó que el héroe debía estar siempre en movimiento: saltando, corriendo, levantando en vilo a sus rivales o tirando puertas con sus manos. Y en todas esas escenas, la capa se movería a su espalda, dotando a esas historietas de un dinamismo espectacular.
En sus primeras apariciones, Superman actuaba como un cruzado de las causas perdidas, un defensor de los oprimidos que no temía usar sus grandes poderes para hacer sentir la misma indefensión a los opresores. Magnates sin escrúpulos, maltratadores o bravucones de bar: cualquiera que abusara de otros podía encontrarse vapuleado en un momento por ese hombre extraño vestido con mallas.
Siegel y Shuster tardaron cinco años en encontrar una editorial que quisiera publicar aquello, tan rompedor y a la vez tan interesante. Finalmente National Allied Publications le dedicó el primer número y la portada de su nueva revista, Action Comics, y el éxito fue inmediato. Era la época de la Gran Depresión, de la mafia de Chicago y de una población con escasas esperanzas, que recibió ilusionada la historia de un hombre poderoso que defendía a los que no lo son, de alguien que quiere cambiar las cosas y tiene capacidad para ello. Periodista y superhéroe convivían en una sola persona. El tímido reportero de gafas se abría de pronto la camisa y se convertía en un héroe, y eso hizo soñar a todo el planeta que quizá algo así sería posible.
A partir de ese momento, el éxito se volvió tremendo. Shuster tuvo que contratar a todo un equipo de dibujantes para mantener el ritmo de la demanda de historietas del personaje. Pronto hubo seriales radiofónicos, cereales, muñecos, disfraces y películas de imagen real. La empresa ganó millones de dólares y sus creadores perdieron el control de la criatura. Pronto Superman se dedicó a combatir científicos locos y alienígenas que atacaban la Tierra, y se olvidó de su afán reivindicativo del comienzo, de su ansia por transformar la sociedad en la que vivía.
Siegel y Shuster fueron apartados de los comics del personaje, ya que legalmente habían vendido los derechos a la compañía por una miseria, tal y como se hacía por aquel entonces. Lo que luego sería DC Comics se apropió de todos los elementos y ellos dos tuvieron que ir a juicio una y otra vez, en defensa del héroe que habían creado. El pleito se prolongó durante décadas y solo benefició a los artistas a partir de los años 70–80, cuando la fama del personaje y su exposición pública eran mayores, a raíz del estreno de la película de Richard Donner. Autores de la DC de entonces, como Neal Adams, apoyaron de manera manifiesta a Siegel y Shuster, que finalmente obtuvieron una pensión vitalicia y el reconocimiento de la autoría de Superman en cualquier medio en el que apareciera. Una minucia, en comparación con lo que había recaudado el héroe desde 1938, pero bastante más de lo que la empresa habría querido darles.
Joe Shuster acabó sus días apartado del negocio de los comics al que había dado tanto. Después de la pérdida casi total de la visión, se retiró a un geriátrico a envejecer en paz, consciente de lo mucho que había puesto en su personaje más famoso. El Clark Kent de los primeros tiempos trabajaba en el periódico Daily Star, igual que había hecho Shuster cuando era niño, repartiendo diarios en Toronto. Pero sobre todo Superman era un inmigrante, igual que habían sido ellos mismos y sus familias, un huérfano de un mundo perdido que encontraba en América un lugar donde empezar de nuevo, donde convertirse en un hombre adulto. Y allí veía cosas que no le gustaban, injusticias que debía solucionar, porque tenía el poder para hacerlo.
Eso es lo que Joe Shuster dejó en el héroe y lo que hace que siga funcionando igual de bien, casi un siglo después de su aparición en los quioscos.