Citemos El Bosque, La Viuda, El Cotorro, El Águila, El Petán, El Basquet o El Acuario. Una toponimia urbana de la vid y el lúpulo pricipalmente. Como Acrópolis jornalística presidencial se alza la figura de El Pueblo Gallego, hoy destronada por un adefesio que alberga el Colegio de Arquitectos.
En los bajos de El Pueblo, en la Travesía antes citada, los dos principales protagonistas de este fragmento de memoria, como personajes vivos y singulares, albergando estampas de tiempos ya idos y nunca preteridos.
Digo los años setenta y la Taberna Eligio y La Viuda, el bullicio de voces y cantos, la miscelánea de procedencias barriales y de oficio, proletarios, estudiantes, escritores, pintores, algún poeta.
Con nombre propio, Lugrís, Cunqueiro, Castroviejo, Granell, Sucasas, Tomé, Monroi, Eiravella, Mantecón, Oroza, citados de forma dispersa e incompleta. En La Viuda, regentando Doña Amparo y posteriormente Maruja y Fito. En Eligio, él propio, y tras su fallecimiento, su yerno Carlos, marino mercante, acompañado en la cocina durante un tiempo por Jaime.
El pretexto de estas líneas es la desaparición de Carlos, persona entrañable y en ocasiones algo gruñona, a quien rendimos tributo de amistad. Y en homenaje de tantas horas, en ocasiones más de las que el cuerpo podía aguantar, cultivadas por los integrantes de la Cofradía Penitencial del Ribeiro y otros caldos. Allá se nos fue a iluminar la Santa Compaña a la que nos iremos incorporando cada uno a su riguroso turno.
Yo por si acaso me apresuro a tomar un par de cuncas tintas sin importarme casta ni procedencia. Salutem Plurimam, como creo recordar que decía Latino de Hispalis, en Luces de Bohemia, obra de Valle Inclán, cliente ocasional que fuera de Eligio, cuyo loro tertulió con el eximio escritor a la par que extravagante ciudadano, en palabras del Dictador Miguel Primo de Rivera. Pues eso, a beber y apurar.