Hoy cumple años uno de los creadores más importantes de la historia del cómic mundial y considerado padre del cómic europeo. Georges Prosper Remi, que utilizó el seudónimo de Hergé —la manera en que se lee en francés «R. G.», sus iniciales al revés—, es el responsable de una de las colecciones más influyentes, no solo dentro del mundo del cómic, sino de la sociedad en general: «Las aventuras de Tintín».
Católico, conservador y antiguo boy scout, el belga Georges Prosper Remi entró a formar parte en 1925 del periódico Le Vingtième Siècle, donde trabajó como ilustrador y, desde 1928, como director del suplemento infantil Le Petit Vingtième. En las páginas de esta publicación es donde nació, un año después, el personaje que cambiaría la vida de su autor y marcaría un hito en la historia del cómic: el reportero Tintín. Soñador, heroico, de fuertes valores y dispuesto a atravesar el mundo para combatir el mal, sus aventuras estaban dirigidas al público más joven y tenían, por aquel entonces, una fuerte carga ideológica. «Tintín en el país de los Soviets», «Tintín en el Congo», «Tintín en América», «Los cigarros del faraón», «El Loto Azul», «La oreja rota», «La isla negra» y «El cetro de Ottokar» aparecieron de forma serializada en Le Petit Vingtième y posteriormente editados en forma de álbum, con un gran éxito de crítica y muy buenas ventas. Tintín y su perro Milú, acompañado en ocasiones por los investigadores Hernández y Fernández, se enfrentaban a ladrones, traficantes y conspiradores de todo tipo. Hergé pondría así los cimientos de la llamada línea clara —ligne claire—, estilo con el que marcaría la forma de hacer comics en Europa durante todo el siglo XX. De hecho, está considerado como uno de los tres creadores de cómic más influyentes de la historia, junto a Jack Kirby y Osamu Tezuka.
Sin embargo, con la invasión alemana de Bélgica, muchas cosas cambiaron para las revistas de información, e incluso para los suplementos infantiles. Le Vingtième Siècle fue clausurado en 1939, lo que dejó a mitad la historieta «Tintín en el país del oro negro» y a su autor sin trabajo. Entonces Hergé tomó una de las decisiones más controvertidas de toda su carrera profesional: unirse al diario Le Soir, que en esa época estaba controlado por los nazis. El cambio de la manera en que trabajaba en Le Vingtième Siècle fue enorme, por dos cuestiones: la publicación de las aventuras de Tintín como una tira diaria en lugar de como dos páginas semanales y la exigencia de una rebaja en sus contenidos políticos. De esta manera fue como apareció en 1940 la obra que centra este artículo: «El cangrejo de las pinzas de oro».
Con una página prácticamente muda en la que Milú se mete en problemas con una lata de cangrejo —y que ya se ha convertido en un icono eterno—, empieza una aventura en la que la pura casualidad lleva a Tintín a investigar una red de falsificadores de moneda y contrabandistas de opio, a la que están siguiendo Hernández y Fernández. El desierto del Sahara constituye una de las localizaciones más importantes de la historia y marca la ya famosísima portada del álbum. Durante su periplo, Tintín recibirá la ayuda de la Legión Extranjera, en unas escenas que Hergé reconoció que habían estado muy influenciadas por la novela «Beau Geste», de P. C. Wren.
Sin embargo, el principal punto fuerte de «El cangrejo de las pinzas de oro» fue la aparición del capitán Haddock. Como parte de esa intención de Hergé por mantener la neutralidad política y fomentar la comedia de situación, vemos por primera vez al personaje de Archibaldo Haddock, marino venido a menos por culpa del alcoholismo, lo que hace que su contramaestre, Allan Thompson —un canalla con el que Tintín se cruzaría en diversas ocasiones a lo largo de los años— aprovechara el barco para traficar con opio para el mercader marroquí Omar Ben Salaad. Haddock constituye la adición más notable al elenco de personajes de la serie, un verdadero hermano mayor para Tintín y compañero inseparable en sus aventuras. Pragmático y poco idealista, supone el contrapunto cómico, una especie de Sancho Panza en marino. Sus escenas casi siempre aportan los mejores momentos de humor, con sus tradicionales arranques de furia y sus salvas de insultos inconexos, como «ectoplasma», «visigodo» o «vegetariano». De esta forma, Hergé lograba rebajar la tensión de la historia, con insultos aptos para todas las edades.
«El cangrejo de las pinzas de oro» fue un éxito internacional como no había conocido la serie, lo que marcó el camino para los siguientes álbumes: «La estrella misteriosa», «El secreto del Unicornio», «El tesoro de Rackham el Rojo» y «Las siete bolas de cristal». Tintín se había convertido en un fenómeno.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Hergé tuvo que defenderse de las acusaciones de colaboracionismo. Le Soir fue clausurado y la historia de «Las siete bolas de cristal» quedó interrumpida. Solo en 1946 pudo Hergé volver a las viñetas, gracias a la ayuda de Raymond Leblanc, un miembro de la resistencia belga que le permitió fundar la revista Tintín. Desde ese momento, la evolución del personaje fue imparable. «Las siete bolas de cristal» siguió donde se había quedado y luego continuó con «El templo del sol» y una edición de «Tintín en el país del oro negro», que había sido cortado por la guerra. Desde ahí, todo es historia.
El reportero se había transformado en un icono de la vieja Europa, un símbolo de la historieta de aventuras y un referente cultural. Tintín es uno de los personajes más reconocibles por el público general, a lo que han contribuido las series de animación, películas de imagen real, videojuegos y la película de animación en 3D de 2011.
El gusto por sus comics abarca generaciones distintas, que se sienten atraídas por el exotismo, la nobleza, la camaradería y el sentido del humor. Y muchos de esos conceptos empezaron a aplicarse a partir de «El cangrejo de las pinzas de oro», cuando el componente político fue sustituido por el simple amor a la aventura.