Si el término «fraternidad» proviene del vocablo latino «fraternitas» y este de «frater», hermano; «sororidad» proviene de «soror», hermana, y alude por tanto a la relación de solidaridad entre mujeres. Begoña Caamaño fue una valiente reportera y escritora que militó de forma muy activa en la causa del feminismo, y eso se nota en su obra. En «Circe ou o pracer do azul» pretendió reconstruir los mitos clásicos desde la perspectiva de aquellas mujeres que no tenían voz, que eran utilizadas como objeto, como trofeo de guerra, como regalo de bodas pactadas o como medio para obtener premios sustanciosos. Aquellas Penélope, Helena, Medea o Andrómaca que solo aparecen en las narraciones como personajes secundarios, tejiendo velos que intentan prolongar su independencia, decidiendo con sus afectos quién se sienta en un trono o contemplando impasibles la muerte de todos sus seres queridos, cuando no convertidas en botín y motivo de permanente humillación por parte de los vencedores. Pero tampoco las diosas salían muy bien paradas: Circe, Escila o Caribdis se representan como monstruos crueles cuando en realidad no eran más que víctimas de los designios de otros dioses varones, que se divertían jugando con ellas. La cultura clásica, de la que Homero fue gran responsable, estaba hecha por hombres y para hombres, así que hace falta reedificarlo todo, acudir a los orígenes para escribirlos de una manera distinta.
«Se afanaba en deshacer uno de los nudos trenzados en el telar durante la última jornada. Tenía prisa. El malva que teñía el cielo anunciaba el albor y el inicio de un nuevo día de mentiras y de huidas. Absorta en la labor de destrucción de lo creado, paradójicamente —pensó— en la labor de creación de su libertad, apenas advirtió las voces que llegaban desde la playa y que tenían una intensidad desacostumbrada. Serán los primeros barcos de pescadores que regresan a tierra, dijo para sí, el mar ha debido serles propicio esta madrugada y sus familias los reciben con alegría. El bullicio fue creciendo y acercándose hasta los muros de la casa.
Por muy buena que fuese la pesca, el alboroto era excesivo. Tan excesivo como incomprensible era también esa proximidad a la morada regia. Solo un suceso excepcional podía justificar aquel extraño comportamiento. ¡Ulises! —pensó de repente la reina— y el pensamiento se le aferró al corazón».
El velo de Penélope es el gran símbolo de la sumisión de la mujer al hombre. Mientras Ulises participaba en la guerra de Troya e intentaba regresar a su hogar en la isla de Ítaca, muchos príncipes se habían instalado en su palacio y pretendían su trono. Sola al frente de aquellas tierras, la reina Penélope intentaba manejar la situación, al tiempo que cuidaba de su pequeño hijo Telémaco y de los ancianos padres de Ulises, Laertes y Anticlea. Para aquellos aspirantes a la corona de Ítaca, lo más sencillo era dar por muerto al ausente y casarse con Penélope, sin emplear soldados ni esfuerzos en la conquista. La reina se convertía así en la personificación de la propia isla, sin derecho a albergar sentimientos ni a mostrar su voluntad, y poseerla significaba poseer Ítaca. Consciente de su situación de indefensión, Penélope ideó un truco: elegiría nuevo marido cuando hubiera concluido la labor de tejer un sudario para el rey Laertes, y solo entonces. Durante el día se afanaba en el telar, para que todos vieran que la obra avanzaba, mientras que por la noche deshacía todo lo tejido.
Penélope es uno de los grandes mitos de la figura femenina clásica, entregada en cuerpo y alma a la espera por su esposo, reducida a trofeo que permite el acceso al trono itacense, y sin más papel que el de guardiana del hogar conyugal hasta que regrese su verdadero dueño. La sociedad griega alababa su imagen de eterna fidelidad y devoción, mientras que Ulises, por aquel entonces, permanecía en los brazos de Circe o de la ninfa Calipso, pues a él no se le exigía lo mismo. De hecho todas las mujeres de la obra se muestran como terribles manipuladoras y seductoras del héroe, que no puede hacer otra cosa que sucumbir a su magia. Él, inocente, defiende siempre la honra del linaje de Laertes, intentando escapar de todas las trampas que le tienden y volver a su patria, aunque dejando algunos hijos por el camino —uno con Circe, con la que estuvo un año, y dos con Calipso, con la que estuvo siete—.
Este es el punto de partida de «Circe ou o pracer do azul», una novela que pretende contarnos la misma historia pero desde el punto de vista de ellas. Circe y Penélope inician una abundante correspondencia, primero en relación a Ulises —por entonces amante de la primera en la isla de Eea—, pero después en torno a muchísimos más temas, como el amor femenino, la maternidad, la monarquía o el poder de decisión. Circe, horrorizada por lo que había sucedido con Medea en la Cólquide —durante la narración del viaje de Jasón y los argonautas— había creado en Eea un paraíso para las mujeres, un lugar adorado en el que pudieran ser libres de las decisiones de los hombres. Pero la llegada de Ulises lo cambió todo.
«Circe ou o pracer do azul» es una novela intensa, hermosa, deliciosa y sobre todo feminista, es la reivindicación de un nuevo modelo de mujer para unos tiempos nuevos, que disponga de unos referentes distintos.
Pero es que además es un libro precioso.