Reportero, soldado, lector empedernido, escritor y soñador de mundos, Edgar Rice Burroughs ha influido, con su prolífico trabajo, en todos los autores de ciencia–ficción, fantasía y aventuras que han venido tras él, incapaces de escapar de su larga sombra. Pocos escritores han sido tan hábiles en la creación de entornos narrativos complejos, que en el caso de Burroughs incluían razas, culturas, costumbres, vestimentas, armas, idiomas, alimentación, plantas, fauna, orografía e incluso creencias religiosas. Nada quedaba al azar en sus novelas, aunque pudiera parecer, en una lectura superficial, que eran «sólo revistas pulp».
A principios del siglo XX, Estados Unidos vivió el impresionante auge de esas publicaciones baratas (se llamaban así por estar editadas en papel basto, prácticamente «pulpa de madera»), llenas de historias trepidantes, héroes osados y damiselas en apuros, enfrentados a científicos locos en remotas islas abandonadas. Burroughs devoraba aquellas revistas y de ahí surgió su pasión por escribir. Nacido en Chicago, había pasado largas temporadas de su vida en un rancho de la familia en Idaho, lo que le mostró las maravillas de la vida natural. Tal vez por eso muchos de sus protagonistas eran hercúleos guerreros que despreciaban la existencia gris de las ciudades y ansiaban marcharse al campo, o a la selva, o a un mundo primitivo regido por la fuerza. Ellos creían en una moral sencilla de buenos y malos, y en la capacidad de los pueblos para entenderse entre ellos (a veces después de una espectacular batalla y de que su princesa fuera salvada en el último momento, claro está, pero ése es el secreto de la literatura).
En 1912 se publicó su primera obra: «Bajo las lunas de Marte», un serial de aventuras que apareció en la revista All–Story, y posteriormente en forma de libro con el título de «Una princesa de Marte». Allí empezaba la leyenda: era el debut de John Carter de Marte. Su éxito fue inmediato, sólo superado por otra novela del mismo año: «Tarzán de los Monos», que después llegó a los comics, las películas y la inmortalidad.
Pero de Tarzán ya se ha hablado largo y tendido. Hoy toca recordar la primera creación de Burroughs.
«Creo que sería conveniente hacer algunos comentarios acerca de la interesante personalidad del Capitán Carter antes de dar a conocer la extraña historia que narra este libro.
El primer recuerdo que tengo de él es el de la época que pasó en la casa de mi padre en Virginia, antes del comienzo de la Guerra Civil. En ese entonces yo tenía alrededor de cinco años, pero aún recuerdo a aquel hombre alto, moreno, atlético y buen mozo al que llamaba Tío Jack.
Parecía estar siempre sonriente, y tomaba parte en los juegos infantiles con el mismo interés con el que participaba en los pasatiempos de los adultos; o podía estar sentado horas entreteniendo a mi abuela con historias de sus extrañas y arriesgadas aventuras en distintas partes del mundo. Todos lo queríamos, y nuestros esclavos casi adoraban el suelo que pisaba».
Estamos ante un personaje prototípico: un guerrero noble y orgulloso, fuerte y osado, entregado a las causas más elevadas en cualquier lugar en que se encuentre. John Carter, natural de Virginia, ha alcanzado el rango de capitán durante la Guerra de Secesión Americana y se dedica a vagar en busca de fortuna. Años más tarde, su sobrino, el propio Edgar Rice Burroughs, descubre un manuscrito en el que «el tío Jack» revela una aventura inimaginable.
Burroughs practica así el juego de la metaliteratura, tal y como hiciera Cervantes, es decir, se convierte él mismo en un personaje de la obra para intentar demostrar que su relato es verídico, no un trabajo de ficción. De esta manera, se supone que el resto de la novela deja de ser producto del genio de Burroughs, sino una transcripción literal de la narración autobiográfica de John Carter, en la que detalla sus años en el planeta Marte. El escritor ha decidido hacerlo público tras haber descubierto el cadáver del héroe, fallecido en extrañas circunstancias. Sin duda en esas historias marcianas encontrará el secreto de lo que realmente le ha sucedido a Carter.
«Sus últimas instrucciones con respecto al manuscrito eran que debía permanecer lacrado y sin leer por once años y que no debía darse a conocer su contenido hasta veintiún años después de su muerte.
Una característica extraña de su tumba, donde aún yace su cuerpo, es que la puerta está provista de una sola cerradura de resorte, enorme y bañada en oro, que sólo puede abrirse desde adentro».
Si esto puede parecer ya sorprendente para el comienzo de una novela, no es nada para lo que le espera a John Carter en el Planeta Rojo: pueblos salvajes que sólo entienden el lenguaje de la guerra, tecnologías de ensueño, bestias sanguinarias, conspiraciones y, por encima de cualquier otro personaje, Dejah Thoris, la princesa que da título a la obra, heredera de la familia gobernante de Helium, el más poderoso de los reinos de los Hombres Rojos. Por ella Carter recorrerá entero ese nuevo planeta, se enfrentará a cientos de terribles enemigos y conocerá civilizaciones perdidas, volumen tras volumen de esta frenética saga, compuesta por once libros publicados entre 1912 y 1943. Y de paso Burroughs irá soltando pequeños mensajes subliminales en sus obras: «Una princesa de Marte» es un llamamiento contra el racismo en una sociedad supuestamente avanzada, pero que en realidad se está muriendo; «Los dioses de Marte» (la segunda parte de la historia) muestra la forma en que las viejas religiones manipulan a la gente y se sirven de ella; y «El señor de la guerra de Marte» (el desenlace de la trilogía inicial) habla de la unidad de los pueblos para poder evolucionar juntos.
Un pionero de la ciencia–ficción que además incluía moralejas.
Y todo empezó en 1912 con «Una princesa de Marte».
«Cuando Sola y yo entramos en la plaza, mis ojos se encontraron con algo que llenó todo mi ser de una gran oleada de sentimientos confusos de esperanza, miedo, regocijo y depresión, y un sentimiento subconsciente, más dominante aún, de volver a la vida y a la felicidad, ya que al acercarnos a la muchedumbre pude atisbar a la criatura capturada en la batalla con la nave. La llevaba rudamente, hacia el interior de un edificio cercano, una pareja de mujeres marcianas. Lo que mis ojos vieron fue una figura femenina y esbelta, similar en todo a las mujeres humanas de mi vida anterior. Ella al principio no me vio, pero justo al desaparecer a través del portal del edificio que iba a ser su prisión se volvió y sus ojos se encontraron con los míos. Su rostro era ovalado y extremadamente bello: cada facción estaba finamente cincelada y era exquisita. Sus ojos eran grandes y brillantes y su cabeza estaba coronada por una cabellera ondulada de color negro azabache, sujeta en un extraño peinado. Su piel era algo cobriza, en contraste con la cual el rubor carmesí de sus mejillas y el rojo de sus labios hermosamente formados brillaban con un extraño efecto de realce».
Curiosamente, Burroughs recogió en sus obras la teoría acerca de Marte que circulaba entre los científicos por aquella época, que era la que había enunciado el astrónomo Percival Lowell en sus obras de divulgación desde 1895. Lowell sostenía que los famosos «canales» de Marte debían ser de origen artificial, una especie de acueductos que llevaran el agua procedente del hielo de los Polos hasta regiones cálidas y presumiblemente desertificadas. Así, en Marte debía existir una sociedad avanzada que estaba luchando contra un clima hostil. Las novelas de John Carter transcurren en ese Marte de plantas atmosféricas y largas conducciones de agua que atraviesan el planeta entero.
Pocos años más tarde, Lowell cayó en el descrédito —aunque, eso sí, le debemos el descubrimiento de Plutón—, pero el Marte de John Carter siempre estará presente como el ejemplo de la perfecta novela de aventuras.
Tan, tan grande que ni siquiera el cine ni el cómic han sido capaces de hacerle justicia.