Tal día como hoy de hace 154 años nacía en Metapa, Nicaragua, el llamado príncipe de las letras castellanas. Genio de la poesía, poca gente conoce que Rubén Darío también cultivó otros géneros, como la novela, el libro de viajes, la autobiografía o una auténtica rareza: el cuento fantástico. De este último caso nos dejó unas cuantas piezas extremadamente brillantes.
«Fray Tomás de la Pasión era un espíritu perturbado por el demonio de la ciencia. Flaco, anguloso, nervioso, pálido, dividía sus horas del convento entre la oración, la disciplina y el laboratorio. Había estudiado las ciencias ocultas antiguas, nombraba con cierto énfasis, en las conversaciones del refectorio, a Paracelso y a Alberto el Grande, y admiraba a ese otro fraile Schwartz, que nos hizo el favor de mezclar el salitre con el azufre».
Así comienza ‘Verónica’, uno de los contados relatos fantásticos que elaboró Rubén Darío en su larga carrera literaria, y que precisamente por eso, además de por su calidad, se han convertido en joyas. Es bien conocida por todos su enorme producción en verso, pero en muy pocas antologías aparecen cuentos del tipo de ‘Thanatopia’, ‘La pesadilla de Honorio’, ‘El Salomón negro’ o ‘El caso de la señorita Amelia’. Fueron elaborados a partir de 1893, durante su tiempo como cónsul de Colombia en la ciudad de Buenos Aires, época en la que trabajaba como corresponsal de diversos periódicos, en los que vieron la luz estas obras. Generalmente eran publicaciones dispersas, con escasos lectores y poca repercusión, que el autor aprovechó para experimentar con estilos nuevos, algunos de los cuales había descubierto al llegar a Argentina. Por eso resulta tan poco corriente que estos cuentos hayan sido compilados en algún momento.
La llegada de Darío a Buenos Aires supuso para él una época de libertad, intelectualidad y desenfreno, con frecuentes acontecimientos sociales donde se codeaba con autores muy importantes de la época, como Leopoldo Lugones o Federico Gamboa. Con el primero compartió amistad e intereses como el orientalismo, el ocultismo y la teosofía, lo que llevó a que ambos cultivaran el género del cuento corto fantástico, además de la poesía, el ensayo y la novela. Juntos experimentaron con estilos literarios traídos de Europa y sus escritos llenaron los periódicos de la ciudad.
Era un tiempo en el que la parapsicología y los fenómenos extraños estaban muy en boga en Buenos Aires, lo que dio lugar a una larga historia de literatura fantástica en el país, con autores tan importantes como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar u Horacio Quiroga. Rubén Darío se vio rápidamente integrado en esas corrientes evolucionadas, que además revisaban viejos mitos clásicos, como en el caso de la mitología griega, que él incorporó a toda su obra. Los temas científicos experimentales se mezclaban con el exotismo, las culturas antiguas, el miedo a la muerte o las amenazas de ultratumba. Y, del mismo modo, Darío encontró una buena fuente de inspiración en las propias leyendas que le contaban de niño, historias macabras acerca de apariciones fantasmagóricas, maldiciones que se perpetúan a través de los siglos, fanáticos y asesinos. Su cultura, en el fondo, no se diferenciaba mucho de la argentina y ambos pueblos compartían recuerdos raciales, cuentos que habían ido pasando de generación en generación y conformaban su educación a largo plazo.
Así, en los relatos fantásticos de Rubén Darío aparecen conceptos tan antiguos como el amor que va más allá de la muerte, el terror que aguarda en los sueños, los recuerdos que se quedan congelados en el tiempo y no evolucionan, el deseo de conocimiento a cualquier precio o la tentación que proporciona el diablo.
Pero también habla acerca del poder de las radiaciones para desentrañar las verdades del universo, sobre el patriotismo derivado del desastre de 1898 o sobre el respeto que se debe tener a los consejos de las abuelas. Para el Darío de los cuentos fantásticos, la sociedad actual está edificada sobre pilares inestables, que son los del paganismo, la magia y el miedo, que brotan en los momentos de tensión y borran el disfraz de civilización con el que se viste el hombre moderno. Cuando llega el momento de la verdad, el atavismo se abre paso más allá de la conciencia racional y domina al ser humano. Por eso la contemplación de lo absoluto se vuelve tan aterradora.
Rubén Darío está considerado una figura central en el modernismo hispánico y también lo demostró en el género del cuento corto, en una serie de publicaciones siniestras y aterradoras que han pasado a la historia.